CUÁL ES EL SENTIDO DE LA UNIVERSIDAD EN ESTOS TIEMPOS

1.    Febrero 2019

Es imposible hacer una rendición de cuentas en el 2019 en la UNAE sin preguntarnos qué está pasando en el mundo: El laberinto de la negociación del Bréxit; los nacionalismos y la protección del comercio después de varias décadas de Globalización; Venezuela, la Democracia y los Derechos Humanos como una arma de guerra, y al mismo tiempo la migración de venezolanos y venezolanas  por el fracaso, el manejo irresponsable y también saboteo regular y malintencionado del modelo económico; el cierre de las fronteras de Norteamérica y países europeos a los otros y las otras que no son ellos, junto con el peligroso e interno despertar de los grupos de ultraderecha; la derechización del mundo con gobernantes anti modernos, y sus discursos de violencia contra las mujeres y los afrodescendientes acompañados de la radicalización de políticas neoliberales; la reproducción de una matriz falsa en los medios de comunicación hegemónicos con sus fake-news; la creciente acumulación del capital y el aumento de las desigualdades; el rompimiento vulgar y unilateral de los tratados internacionales; y los tres movimientos mundiales que se levantan, uno contra el Cambio Climático, el movimiento Me too en contra de la violencia que se ejerce contra las mujeres, y los movimientos que luchan por la libertad de expresión y el derecho a la información.  

Por tal motivo debemos preguntarnos sobre ¿qué educación requerimos hoy? Para responder a esta pregunta me permito proponer dos tesis: primero, el imperativo de una educación que fortalezca y radicalice la Democracia; y segundo, caminar hacia la educación que construya el bien común como consecuencia de una genuina educación democrática.

 1.    Por una educación que fortalezca y radicalice la democracia

Desde hace tres décadas se posicionó en el mundo intelectual y político el discurso del final de los grandes relatos (Lyotard, 2018). Aparentemente llegamos al final de las utopías en diversos campos. Con el final de las utopías las maletas del futuro vinculado a un modelo de desarrollo se quedaron en las puertas de los departamentos de planificación. Curiosamente, la Democracia y los Derechos Humanos advienen como las finalidades únicas y exclusivas de las sociedades contemporáneas. Marx ha sido proscrito y el capitalismo pretende hacer la revolución por medio del dinero y la joissance. El proletariado abandona la promesa del advenimiento de la nueva humanidad, además porque aumenta el desempleo mundial y el número de los olvidados que son expulsados del sistema; de la misma manera todo grupo que se pretenda portador de las promesas del futuro, es marginalizado.

Marcel Gauchet (2016) dice que hemos devenido metafísicamente demócratas, sin embargo, aclara Meirieu (2016), todavía no somos  políticamente demócratas. Al mismo tiempo que la democracia se convierte en la clave para la convivencia, de parte de varios partidos políticos y sociedades, ella se parece más a un arma política y de dominación de los otros por parte de algunos gobiernos y organismos internacionales. Los nuevos enemigos de la democracia son los terroristas y los corruptos. En los tiempos democráticos, contradictoriamente, hay un modelo único para la educación que no tiene necesidad de ser impuesto, pues las evaluaciones se basan en él. Este modelo único y cuantificable atenta contra la educación pública de la que se benefician la mayoría de los niños, niñas y adolescentes del planeta.

La democracia como fin último resucita al último hombre de Nietzsche lo cual significa la desaparición del hombre de las misiones históricas quien es reemplazado por el hombre que goza la vida, con el exceso propio que la conserva, soportando el profundo vacío que constituye su existencia, lo cual aparentemente es mejor que no hacer nada.

¿Qué pasó con el debilitamiento de las utopías? Dos fenómenos han sucedido: el primero es que el Capitalismo se impone como el único y posible relato, por deseable y real al mismo tiempo. La utopía cayó en la tierra como un ángel herido y la realidad emergió de la tierra contaminada, expropiada, violada y reconfigurada por el componente de la ficción. 

El segundo es la condena de los proyectos liberadores y emancipatorios. Las liberaciones solo son posibles si interesan al mundo Capitalista. No existen emancipaciones contra el sistema como tal. El sentido ha sido desplazado porque el mundo ya no está en disputa. La hegemonía capitalista y la implantación de la democracia y la lucha por los derechos se establecen en un mundo naturalizado que no merece ninguna discusión. Todos queremos ser incluidos en un mundo cuya dinámica interna es excluir. El gobierno autoritario del Capitalismo no es un problema, es más problema un demócrata crítico del sistema. Los derechos de los animales son bienvenidos porque le permite al sistema ampliar sus negocios. Los derechos de las mujeres y de las diversidades sexuales son inofensivas cuando no generan turbulencias en el modelo único de consumo. La educación como un derecho humano y un bien público es una buena noticia para las mayorías pobres y excluidas que no han tenido acceso, pero también lo es para el sistema privado que ve la oportunidad de ampliar los negocios. Así, todos podemos ser felices en un sistema único que explota, excluye y elimina.

El sentido desplazado de la emancipación ha logrado reescribir una nueva gramática. La liberación es reemplazada por la democracia, los contenidos de los derechos beben de las fuentes de la Filosofía Liberal, compañera fiel del Neoliberalismo. La igualdad es posible por el consumo. A las revoluciones se les llama transformaciones y a los conflictos se les mide a partir del déficit del consenso. A los opositores se les llama terroristas y quienes devienen enemigos del funcionamiento del sistema neoliberal son potenciales corruptos. La solución a casi todos los problemas se encuentra en la magia de la comunicación.  

Con la Democracia sucede algo muy curioso y es que los países que más la reclaman para otros, experimentan la imposibilidad de la coherencia. La clave en el plano evolutivo fue creer ingenuamente que después del dominio de las sociedades teocráticas, el destino ya no estaría en las manos de los dioses sino de los ciudadanos. Sabemos que los ciudadanos no deciden como quieren vivir. De hecho, las iglesias siguen presentes en los programas, discursos y decisiones democráticas. En efecto, la evolución democrática contiene zonas de regresión como los fascismos, los racismos, la homofobia y el sexismo. Incluso hoy, el mundo parece involucionar hacia condiciones arcaicas que creíamos superadas. Así, no terminamos de salir de sociedades teocráticas y pareciera que solo hasta ahora iniciamos la construcción de sociedades democráticas, mientras la real politik convive con el odio a la democracia, tal como lo señala Ranciere (2005).

La indefinición es la geografía epocal, el algoritmo de la política democrática y la forma de relacionamiento interpersonal. Todavía no podemos separarnos de trascendencias todo poderosas, ni logramos construir verdaderos colectivos, pero, estamos sumergidos en una profunda ignorancia sobre lo que está pasando. La indefinición nos arropa como un asunto inmaterial al no saber dónde se gestan los problemas, la crítica se acomoda a los señalamientos personales, mientras la gravedad del dolor ha quedado restringida a la intimidad de la vida privada, de esta manera el escándalo camufla a la inhumanidad, la indignación a la organicidad de las luchas, la emocionalidad de las redes al compañerismo de las calles.

Sorprendentemente, así como la máquina capitalista es todopoderosa, y solo es cuestionable por algunos de sus efectos, al mismo tiempo, la fuerza de las creencias emerge de forma determinada e irracional. Contradictoriamente podemos hacer de la educación un lugar donde las creencias están obligadas a pagar peaje, y las supersticiones estén prohibidas, sin embargo, no logramos que emerja el ateísmo cognitivo, en tal sentido no es extraño que las instituciones de educación estén llenas de dogmas y creencias.  El pedagogo Brasilero Ferdinand Buisson (1912) proponía separar el saber de las creencias, pero esto no será posible si seguimos presentando los saberes como creencias.

Es probable, que las cacerías a las creencias generen enormes huecos epistémicos en los saberes, en otras palabras, que por querer llegar a verdades racionalmente puras nos encontremos con fórmulas inconsistentes, teorías débiles, y discursos inodoros, insaboros e incoloros.  Morin (1999) dijo que necesitamos investigar sobre nuestros conocimientos, saberes, ciencias, ideas pues todo conocimiento corre el riesgo de contener errores, ilusiones y cegueras. La relación íntima entre el poder y el saber desde Michel Foucault nos ha demostrado que el saber es uno de los principales objetivos de manipulación, al servicio del poder, la dominación capitalista y patriarcal y la colonialidad, pero también, su anatomía provoca una serie de distorsiones en el ámbito de una geografía del pisco-análisis epistémico, en consecuencia, el conocimiento que poseemos es un conocimiento que nos posee. Por lo tanto, siempre debemos volver sobre aquello que emerge como una verdad. En otras palabras, la mayor preocupación ha de ser la reflexión sobre las verdades más que las mentiras, pues, las segundas son desmontables, detectables, pero las primeras perviven. Sin duda que las batallas actuales suelen aparecer como un asunto de creencias contra creencias: si tú crees en algo, yo creo en otra cosa. En este sentido, es muy difícil construir acuerdos. Tampoco debemos caer en la dictadura de los números. La verdad actual suele disfrazarse de números como si de esta manera pasáramos por alto la subjetividad inscrita en todo lo que hacemos, y, por lo tanto, no pudiéramos discutir nada.

La democracia que queremos construir no es la del voto o la de los sondeos. El voto genera una representación que no legitima las decisiones subsiguientes. El sondeo registra, antes de los desacuerdos racionalizados, opiniones sin debate. La política actual hace sondeos para hacernos creer que están dispuestos a responder a las necesidades de los demás, cuando en realidad lo que se busca es generar una suerte de hedonismo de la palabra. En realidad, no es que a la política actual le interesen las demandas de los otros, sino que tiene urgencia de demostrar que está abierta a ellos por ser demócrata, cuando en realidad todo está decidido con anterioridad. Si queremos ir hacia una democracia genuina debemos aprender a construir nuestros desacuerdos. Estos son los que nos permiten avanzar en la democracia y no la negación del opositor, la persecución del crítico, y las alianzas entre iguales, amigos, y partidarios.

Platón en la primera página de la República se preguntaba sobre cómo hacer entrar en razón a aquellos que no quieren entrar en razón. Ciertamente, la razón no es homogénea, por eso podemos dialogar entre quienes piensan diferente; otra cosa es intentar hablar con quienes no aceptan la razón como principio de dialogo, por ejemplo, entre quienes han elegido la violencia por encima de la palabra, o los intereses de unos por encima del Bien Común, o los prejuicios por encima de la verdad. Escuchar es necesario, pero no basta. La justicia puede ser orientadora de la razón, pues ella no contiene los principios suficientes para la convivencia. Paradójicamente, la ética esta fuera de la razón, pero no se puede separar de ella. Para ir de la razón a la justicia podemos diseñar acuerdos. Ellos pueden garantizar diversos tipos de justicia: justicia social, ecológica, epistémica, patrimonial, indígena. Al abandonar la justicia, la indignación es hoy una respuesta común cuando prima la irracionalidad en la política nacional e internacional. En nuestros tiempos hay políticas inaceptables por inhumanas en contra de los derechos de los más pobres, de las mujeres, de la naturaleza, de los migrantes y los excluidos. Por tal motivo, no podemos ceder a la insoslayable instauración de una racionalidad justa.

Para arribar a la autenticidad democrática es indispensable garantizar el lugar vacío del poder que propone Claude Lefort (1986). Llegaremos a la Democracia si nos esforzamos para que el lugar vacío no sea ocupado por el poder económico, por la tradición bipartidista por las familias aristócratas, por las clases o las personas que se creen destinadas a ocuparlo. Sí la Democracia implica el lugar vacío del poder, ello significa que nadie tiene la legitimidad de ejercer el poder por tradición, o por la fuerza, o por la seducción. No obstante, el lugar vacío del poder implica un giro indispensable y es convertir el poder en un ejercicio de responsabilidad como respuesta prioritariamente a los olvidados de la historia.

La educación es un espacio pre-político como lo pensaba Hannah Arendt (1958). Cualquier persona posee un tipo de autoridad para pensar y hablar de la educación como ciudadano. La autoridad de la pre-política no puede confundirse con la política partidista. La educación no es para legitimar un partido, pues parasita el acto educativo. La autoridad como concepto pre-político nos exige la conciliación con la libertad, de lo contrario caemos en el Totalitarismo. Ella, en tanto que responsabilidad, se opone a diversas formas de poder fundadas en la violencia de los actos y las palabras, y también en la autoridad que se fundamenta en formas de herencia y de injusticia democrática cuando en nombre de las mayorías se toman decisiones en contra de las minorías y de la supervivencia de la humanidad, del planeta y de los derechos de la naturaleza.

La educación para la Democracia nos exige reflexionar sobre las diversas formas de individualismo. El individualismo es uno de los fenómenos actuales más expandidos y tiene una relación estrecha con la expansión capitalista, aunque su origen es anterior a ella. El individualismo social es una reacción al individualismo burgués tal como lo señala Guidens (1971). Las sociedades de la comunicación también han desarrollado una forma de autismo social (Poulain 2010)   La Filosofía Liberal se basa en la noción de un individuo autónomo (Marx, 2004), y la Modernidad partió de un ego cogito autosuficiente para conocer el mundo (Zizek, 2001). Una de las consecuencias directas de la globalización individualista es la desconfianza en cualquier forma de asociación. La esperanza de los cambios se coloca en un individuo roto ontológicamente.

Para una educación democrática debemos aceptar la paradoja de construir nuestro propio futuro, sabiendo que nadie posee de manera exclusiva las finalidades de la educación, en consecuencia, debemos dialogar entre nosotros, con los estudiantes, entre los docentes-investigadores y con la sociedad. Preguntemos y hagámonos preguntas, estemos dispuestos a equivocarnos, porque no existe la educación sin errores, aunque ella esta beneficiada por los rankings. Los especialistas no son para imponer lo que ellos piensan, y nosotros debemos crear mecanismos para impedir que nadie se imponga sobre otros, en nombre de la autoridad, la nacionalidad, el color de piel, la edad, o el género.

Nunca podemos dejar de intentar hacer una mejor educación, porque no existe la educación perfecta, por tal motivo, la democracia educativa solo es posible con los otros y las otras. En el fondo, la democracia educativa reconoce la vulnerabilidad que nos habita, impide la erección de egos y nos demuestra regularmente que cuando la educación no se revoluciona permanentemente se convierte en un acto obsoleto e ideológico. Este es un desafío planetario que debemos asumir en nuestras realidades.

Una educación para la democracia implica aprender a pensar por nosotros mismos y en contra de nosotros mismos. Que nadie piense por nosotros, pero también desconfiemos de la manera como nosotros pensamos, y es esta oscilación y vuelta sobre nosotros mismos, mordiéndonos la cola, como nos situamos en la honestidad intelectual. El neuro-científico Daniel Kahneman (2017) nos explica que hay dos tipos de decisión que nos re-envían a dos sistemas; el primer sistema es con el cual nosotros decidimos espontáneamente, y el segundo es el sistema de la reflexividad. El primero contiene prejuicios, emocionalidades y el segundo recurre a las lógicas de la reflexión, evitando la respuesta inmediata y pulsional. El problema es que nadie puede detener el conmutador del paso de un sistema al otro. Ya Freud nos había advertido que la mayoría de nuestros actos se generan en el inconsciente. También Morin (1987) nos ha explicado que nuestro cerebro es tripartito: reptílineo, mamífero y el neo-córtex, el cual funciona como una placa giratoria que nosotros no controlamos, por eso somos capaces de crear guerras, a veces de buscar los grandes objetivos de la humanidad, y otras veces lo usamos para elaborar profundas ecuaciones y descubrir nuevas leyes. En efecto, tenemos la capacidad de convertir los objetivos más nobles de la humanidad como la paz, la democracia y los derechos en banderas de guerra y de ocupación. Los descubrimientos de la ciencia en muchas ocasiones han sido utilizados en contra de la humanidad y del planeta, pero también hoy sabemos que si eliminamos la emocionalidad nos quedamos sin cerebro, pues ella es la fuente de nuestros pensamientos (Damasio, 2018).  

No confundamos la emocionalidad con la pulsión. La educación es el lugar donde podemos aprender a reconocer la diferencia entre las dos. Sin emocionalidad no hay aprendizajes, y con la pulsión podemos negar cualquier aprendizaje. Debemos aprender a resistir a la impulsión primera, piensa Meirieu: para evitar las reacciones espontaneas con las crispaciones identitarias e ir a una reflexividad elaborada que nos permita que todos a la vez podamos entrar en el debate y por tanto en la democracia (Ibíd., pág. 7)

Nuestra confianza en diseñar una nueva educación democrática, nos impulsa a pensar, a hacer, y a sentir la educación de otra manera, la cual será nueva por ser la vía para la transformación de la educación a partir del Buen Vivir. Varias lógicas atraviesan nuestro objetivo de transformación y cada una pretende tener su legitimidad propia: la lógica de los aprendizajes, la lógica de las prácticas, la lógica académica, la lógica intercultural y la lógica de la cooperación. Entre ellas hay contradicciones: entre la enseñanza y los aprendizajes, entre la diversidad y la homogeneidad, entre los aprendizajes y las enseñanzas, entre las teorías y las prácticas, entre las ciencias y los saberes, entre la academia y lo popular, y entre lo personal y lo grupal. No podemos pretender eliminar las contradicciones, pero si en hacer de ellas un lugar para hacer crecer y profundizar la educación, sabiendo que no podemos ceder sobre el laicismo, la verdad, la justicia, el conocimiento, la emancipación y las reglas de la ortografía.

Por último, colocar a la educación en clave democrática, es adentrarnos en algo que cada uno experimenta y son los conflictos de lealtad. ¿A quién pretendemos ser leales, a la cultura o la sociedad?, ¿al Estado o los ciudadanos?, ¿a las nacionalidades o a la humanidad? ¿a los otros o a nuestros caprichos?, a Dios o al diablo? Necesitamos asumir esos conflictos de lealtad de lo contrario la transformación de la educación en clave democrática no será más que una retórica que solo haga parte de nuestros artículos científicos.


2.   Por una educación democrática que construye lo común para el planeta

Sí la Democracia es el peor de los regímenes con excepción de todos los demás, como pensaba Winston Churchill, (1947) entonces vivimos en el peor de los mundos con excepción de todos los demás. Quedamos atrapados en lo real porque la utopía ha sido clausura. La Democracia aplastó los sueños, ahora solo podemos aparentar ser demócratas y resignarnos a vivir en el teatro de lo absurdo, de la incoherencia, lo inevitable, y lo insuperable, no importa quien ocupe el lugar vacío del poder.   

En la Democracia se levantan muchas ilusiones. Una de ellas es creer que la democracia es el lugar para encontrar respuestas a los intereses de cada individuo; por el contrario, ella es fundamentalmente el lugar para la construcción del Bien Común. Luego, la tragedia no es que nuestros intereses individuales no estén contenidos en una totalidad impuesta, sino que todavía no logramos construir un Bien Común. Así, el Bien Común no se construye por la unión de los intereses individuales, sino que incluso puede estar en contra de ellos, pues no existe la mano invisible de Adam Smith que logre la armonía de los deseos de las individualidades entre sí.

La crítica distintiva de la democracia radical es el Bien Común. La crítica a Trump, Macrón, May, Bolsonaro, Duque, Piñeira, Maduro debe hacerse a partir del Bien Común como garantía de futuro, por tal motivo no podemos caer en la trampa de la personalización de la política. El proyecto del mundo dejando a un lado a los pobres y los excluidos, es lo que está en riesgo por su negación sistemática.

La educación no puede construir o defender totalidades impuestas, es algo contrario a su esencia. Para ir a lo común debemos saber qué es lo que nos une desde nuestras diversidades y cómo ese Bien Común sostiene la diversidad de la vida. Si queremos hacer de la educación un Bien Común, necesitamos tener proyectos comunes en yuxtaposición con oficinas individuales o con planes corporativos.

No llegamos a lo común sin el reconocimiento de los otros invisibles, excluidos y olvidados. La auténtica disputa democrática es entre el Bien Común y los intereses de pequeños grupos que generalmente atentan contra éste. Muchos políticos de derecha y de izquierda, empresarios grandes y pequeños suelen servirse de la democracia para favorecer sus negocios que condicionan y niegan el Bien Común. La educación es fundamental para su construcción, por ello, una línea indispensable que nos acerca al Bien Común, es la apuesta por sociedades en las que no exista la negación del otro como condición para que un pequeño grupo pueda vivir muy bien. Martha Nussbaum (2008) dice que toda educación debe estar enfocada hacia la empatía. ¿Por qué una educación hacia la empatía?, porque en todos los conflictos existe una negación radical del otro, piensa ella. La educación será el momento para encontrarse a sí mismo como otro, aunque no podemos ocupar su lugar, para descubrir que aquello que nos reúne está por encima de lo que nos separa, reconocer que todos estamos hechos de los mismos miedos, similares inquietudes, e iguales esperanzas.  

No llegamos al bien común por medio de decretos, o de discursos, hoy requerimos fundamentalmente coherencia. No hay nada más revolucionario que la coherencia. La retórica no basta, por ejemplo, sabemos que integrar la diferencia no es fácil, porque cuando son muy diferentes nos colocamos en las escondidas para tirarles piedras, o nos dedicamos a atacarles por redes, o al excluirlos de los espacios de debate. No utilicemos las instituciones para colocarla al servicio de los intereses individuales. Si no hay coherencia, va a ser muy difícil construir el Bien Común.

El proyecto común lo tenemos que construir en lo público. Una universidad de todos es la que garantiza las posibilidades para que ingresen los que nunca han tenido las posibilidades de tener una buena educación; solo de esta manera, la educación llega a ser un derecho humano y un bien público.  Tengamos cuidado en no legitimar la falsa cultura de los mejores. Cuando creemos que la innovación solo puede suceder en los márgenes, o en los garajes, en realidad estamos privatizando la educación.

Atención con lo público, porque dentro de él también encontramos modos de privatización, en sus políticas, sus modos de evaluación, sus estructuras institucionales, en el ejercicio de planificación, los cuales normalmente se develan en la distancia entre el decir y el hacer: podemos decir que estamos de acuerdo con algo y nuestros actos estar en contra de ello; decir que construimos un proyecto común, pero en realidad actuar con agendas propias.

El Bien Común debe tener el carácter de lo público, porque lo privado tiene muchas dificultades para ponerse a favor del Bien Común, precisamente porque lo privado pertenece a grupos y élites con intereses económicos muy definidos por lo que su objetivo en muchos casos es apropiarse del Bien Común. La mayoría siempre tiende a quedarse fuera. Pero no es la lucha de lo público por lo púbico, tenemos que hacer de lo público aquello que sea portador de las promesas del futuro.

El carácter público también puede ser tomado por lógicas privatizadoras. Si caemos en la lógica de los servicios, estaremos oponiéndonos a la lógica de los derechos. No somos una nueva universidad que se puede caracterizar por la satisfacción del cliente, eso es política barata, Nadie puede imaginar que la calidad de la justicia va a depender de la satisfacción de aquellos a los que se les hace justicia, o que hacemos buena educación porque nuestros clientes están satisfechos con lo que reciben. El objetivo de la satisfacción trae consigo la necesidad de crear sensaciones de satisfacción, como con las drogas. El carácter público de la educación no depende de la satisfacción de los profesores, de los padres, ni de los estudiantes, esta institución se califica por su capacidad de los aprendizajes, por su nuevo modelo transformador, por el Buen Vivir, por la capacidad de encarnar las justicias y preparar desde ahora un futuro solidario con profesores comprometidos, abiertos, generadores de confianza, dentro de un espacio laico en el sentido más profundo del término.

Tomemos en nuestras manos el imperativo de construir lo común inventándolo de manera conjunta dentro de la economía de las instituciones donde estemos liberados de la amenaza constante de la judialización cuando intentamos caminar fuera de la costumbre y de la ley.

Por último, para ir una educación para la democracia y la construcción de lo común implica edificar sobre grandes dilemas; diseñar lo nuevo sin dejar de adaptarnos a lo existente; construir lo común sin caer en el comunitarismo; transformar sin obviar aquello que debemos conservar; fabricar el colectivo sin lógicas de sometimiento; favorecer la emergencia de la libertad sin caer en el individualismo; y  soñar sin dejar de ser realistas.

 

Bibliografía

 

Arendt Hannah (1958) The human condition, University of Chicago.

Boisson Ferdinand (1912) La Foi Laique, Revue Philosophique de la France et de l´Etranger, France.

Churchil Wiston, (1947) discurso en la Camara de los Comunes, 11 de noviembre de 1947

Damasio Antonio (2018) El error de Descartes, la emoción, la razón y el cerebro humano, Ediciones Destino, España.

Gauchet Marcel (2016) Le désenchantemente du monde. Une histoire politique de la religión, Editions Gallimard, Paris.

Guidens Anthony (1971) Capitalism and modern social theory, Cambridge University Press.

Kahneman´s Daniel (2017), Thinking, Fast and Slow, Macat International, London.

Lefort Claude (1986) Essais sur le politique, 19 e-20e siècles, Esprit/Seuil, Paris.

Lyotard Jean Francois (2018) La condition postmoderne: rapport sur le savoir, Minuit, Paris.  

Meirieu, Philippe (2016) Democratie, Education, Laicité: construiré ensamble la table ronde,    Intervencion en la sesión del cierre del congreso de la Liga de la Enseñanza del 25 de junio del 2016 a Strarburgo. Ver en www.meirieu.com .

Marx Karl (2010) Crítica a la Filosofia del Derecho de Hegel, Del Signo, Buenos Aires.

Morin Edgar (1987) la connaissance de la connaissance, Seuil, Paris; (1999) Los siete saberes para la educación del futuro. Unesco.

Nussbaum Martha, (2008) Paisajes del pensamiento: la inteligencia de las emociones, Paidos, Bercelona.

Poulain Jacques (2010) Por une democratie transculturelle, Ed. Harmattan, Paris. Ranciere Jacques (2005) La Haine de la Democratie, La Fabrique, Paris.

Zizek Slavoj (2001) El sujeto espinoso: el centro ausente de la ontología política, Grupo Planeta, Buenos Aires.

 

 

 

 

 

 

 

 


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