LA OBLICUIDAD DE LA VIOLENCIA EN EL AULA
La violencia no es un fenómeno que pertenezca a una clase determinada, ni es exclusividad de un país o de una cultura, aunque se ensañe en un grupo y en un momento histórico determinado. Se trata de un fenómeno universal. En todos los lugares y en todos los tiempos ha habido violencia. Su persistencia es un cuestionamiento al Homo Sapiens por su carácter de Homo Demens. Sin embargo, a pesar de su incomoda constancia, la humanidad se define en su oposición y se difumina en su cohabitación. ¿Esto significa que la humanidad no es un término con una referencia exclusiva a lo humano? ¿No es acaso lo humano, también lo bárbaro?
La pregunta clave es: ¿Qué nos hace violentos? ¿Por qué devenimos violentos? O desde las victimas: ¿Por qué el asesinato del indefenso? ¿Por qué su exclusión? ¿Cómo entender la pobreza y la miseria de la mayoría? La excepción es la relación de respeto. Lo normal es querer pasar por encima del otro, es el recurso al chantaje, a la manipulación, al autoritarismo o el engaño a costa de quien sea. En consecuencia, las morales no son más que una forma para mejor violentar al indefenso o para evitar la venganza de la victima. Necesitamos de una ética que no condene la demencialidad de la humanidad. Ser éticos para dejar las cosas tal como están.
Al ser tan difícil pensar la violencia desde la “ética” de los actores, los espectadores y las victimas, pensémosla desde su manifestación obscura dentro de las ideas cartesianas claras y distintas, su furor y pasión Schakesperiana, su invisibilidad en lo que se ve, su ceguera en el bien metafísico y su cálculo atrapado en la oferta y la demanda que pisotea la lógica del don y de la gratuidad. Pensarla de este modo es pensarla de otro modo, pues sin intentar llegar al ser de la violencia cuestionado desde cualquier fenomenología debido a su inesencialidad, debemos abrirla desde su manifestación significativa.
Por consiguiente, la violencia se “presenta” entre el exceso y el defecto[1]. El excedente es el plus de cualquier totalidad. Las orgías de violencia normalmente develan, más allá de personalidades patológicas o de ideologías asesinas, la “normalidad” del sistema. La violencia es un recurso que no queremos utilizar aunque siempre podemos echar mano de él. El plus es la preferencia de su manifestación. Un exceso es un corte con las relaciones causales y el decreto del imposible develamiento de sus orígenes. Así, aunque sea una costumbre o un hábito, ella se viste de exceso para tener lista su huída.
El exceso es lo que está más allá de los supuestos límites y el más allá ingresa en el estatuto de lo innombrable. En cierta forma, la violencia no pertenece a la ciencia pues es imprevisible. El estar de más no se prevé aunque pueda ser anticipado. Los análisis son la forma común del discurso pues el análisis solo puede ser hecho con respecto a lo que ya sucedió. En efecto, la certeza del acto violento es post-facto. Insiste en el acontecimiento supeditando aquello que apenas va a ocurrir, como si lo uno dependiera de lo otro. Su anticipación pertenece a la epistemología de la complejidad[2].
El acto violento al mismo tiempo que se explica se disculpa, pues es lo que no se quiere hacer pero se hizo o porque no pudimos controlarlo o porque no hubo otra opción. Querer hacer la violencia es la patología o el cruce de la frontera; someterse al límite es enunciarlo sin querer hacerlo. Sin embargo, el deslinde de la intención de Pedro Abelardo, es más frecuente y más cínica que la propia convicción. Le tememos al violento que dispara y golpea por disparar y golpear y no nos atrevemos a preguntar por qué llegamos a ser violentos sin intención y sin voluntad. Quizás habría que responsabilizar sólo a Freud.
El defecto tampoco es igual a su ausencia. La violencia por defecto no es la no-violencia. En cierta forma, los “llamados paraísos de paz” pueden esconder una enorme violencia. La ausencia de violencia física puede significar la violación más grande de cuerpo y mentalidades. El defecto de la violencia puede ser igual a la misma estupidez.
En el siguiente artículo voy a intentar reflexionar sobre lo que he llamado los mitos de la violencia en el aula[3]. Mi interés es mostrar la manera como el fenómeno de la violencia es hablado. El hablar es un interpretar, lo sabemos desde la semiótica. Son varios los discursos sobre la violencia en el aula. Un discurso implica un compromiso y una distancia con la realidad. El decir de la violencia es una manera de mostrar ocultando. Pareciera que no nos pudiéramos dirigir a ella sino a través de la huída. Huir mientras se dice es una manera como el fenómeno aparece. No hay presencia, solo existe la apariencia.
En realidad, el fenómeno de la violencia no puede ser mirado a la cara[4]. Si la violencia tiene rostro se le maquilla o se le antepone la máscara. Lo que llamamos humano no resiste mirar el acto violento, aún en sus expresiones menos sádicas y perversas de la historia. La violencia no tiene rostro, de ahí su facilidad para invisibilizarse por medio de la justificación, aptitud común de quien recurre a la violencia.
El mito de la violencia, entonces, se manifiesta en el ocultamiento de su propia emergencia dentro de un margen, o puesta en el medio de algo para intimidar. Dicho movimiento es lo que llamo, la oblicuidad de la violencia. El puesto en el medio es correlativo a la delimitación del margen. En efecto, dentro de un margen sin centro, ella logra colocarse en medio. Los márgenes de la violencia son un descentramiento inmoral y ético a la vez. La marginación de la violencia obedece al margen de su habitación. Sin embargo, el problema del margen esta cuando es entendido y provocado desde cualquier pseudo-centro. En realidad, la marginalidad de la violencia no es problema sin la relación o inter-relación al medio del centro.[5]
El mito de la violencia es una desfiguración de algo que
no tiene figura. Desfigurar lo sin-figura, es diseñar una forma que se confunde
con el ser de algo que no tiene ser. No ser no es igual a no existir. De hecho,
la violencia ocurre como manifestación, en un flujo sin precedente teleológico
y ni consecuente ontológico[6].
Puede suceder por la miseria y también por causa de la riqueza, es defensa y
ataque, es una manera de cambio y el medio apto para la conservación, una forma
de conseguir la paz y la manera de defenderla, en suma, ella puede ser bárbara
y mística a la vez[7].
Derrida, Benjamín, Nietzsche, Montaigne, y Pascal reflexionan sobre esa
violencia que siendo tal no puede ser llamada violencia porque esta recubierta
de un carácter casi místico.
[1] En realidad la presencia de la violencia es relativa pues una de
sus categorías es esconderse a través de las justificaciones.
[2] Seguimos la obra de Edgar Morin, Humberto Maturana y todos los
científicos que insisten en la otra manera de pensar y de actuar más allá de
Descartes, denominada, la complejidad.
[3] El término mito lo defino no en un sentido ni antropológico ni
epistemológico. Su significado esta ligado a aquello que nos desvía al mismo
tiempo que justifica el acto violento. En suma, el mito representa la
oblicuidad de la violencia.
[4] El gesto de cerrar los ojos al cadáver evita la mirada que puede
sojuzgar. El acto natural de la muerte no puede dejar la mayor de las
violencias.
[5] Si muere un estudiante fuera de la escuela no es tan problemático
como cuando es asesinado en medio de la escuela. El acto dentro de la
institución es el mayor de los sacrilegios.
[6] Los flujos de Deleuze son manifestaciones de la vida que no
pueden ser previstas. El flujo hace parte de la diferencia y el nomadismo. Ver
Deleuze, LE PLI.
[7] Weber admite que la única violencia le está permitida al Estado.
Ver ECONOMIA Y SOCIEDAD.
Comentarios
Publicar un comentario