LA INTERCULTURALIDAD ENTRE DOS DISCURSOS Y PRÁCTICAS HEGEMONICAS
Tres hechos de interculturalidad negativa
Desde pequeño escuché a menudo la expresión “no sea indio” de labios de mi madre, cuando me peleaba con mis hermanos o hacía cosas que atentaban contra la paz familiar y no quería dar razón de lo que pasaba encerrándome en mi rabia y en mi silencio. Fui comprendiendo que ser indio era algo parecido a no tener educación, a dejarse guiar por los impulsos, a no querer dialogar con nadie. Muchos años después comprendí que en realidad significaba: resistirse a ser domesticado.
Desde los tiempos políticos inaugurados por Bush de ¨guerra preventiva¨ cuando alguien puede ser ejecutado mas allá de las fronteras y sin ningún juicio, una vez leí una noticia en un periodo colombiano referida al ataque de Angostura y por la reacción del presidente ecuatoriano, algunos de los comentarios que hacía la opinión pública colombiana contenían la vieja expresión “indio patirrajado”, queriéndole criticar por oponerse fuertemente a la violación de la soberanía y al asesinato cometido en nombre de la lucha contra el terrorismo. Con dicha expresión se quería descalificarlo al estar fuera de los nuevos cánones instituidos de la política internacional. El “indio patirrajado” no dialoga dentro del marco de lo instituido. Él está fuera de la institución a pesar de estar dentro de ella. Para él las buenas relaciones no son un acto que pueda sostenerse mediante la agresión a la vida. Desconfía de los beneficios civilizatorios pues en su nombre ha sido reiteradamente condenado. Entonces comprendí que la política internacional tiene en su núcleo un gesto cínico de agradecimiento de parte del subordinado hacia el amo y si no se agradece por el beneficio de la democracia, el reconocimiento de los derechos humanos y el libre mercado, entonces se está fuera de las relaciones de reconocimiento del Imperio. Resistirse a que ellos intervengan con sus juegos guerreros es ser un “indio patirrajado”.
Desde que los pueblos y nacionalidades indígenas del Ecuador han comenzado a oponerse a algunas leyes, al Plan Nacional de Desarrollo, a la forma en la que se quiere implementar la Reforma del Estado, he escuchado de parte del Presidente Correa, expresiones como estas: “indígenas infantiles”. Tras estas expresiones, claramente racistas, hay trazas de un enfoque economicista y academicista que considera a la oposición al desarrollo como una postura inmadura. El desarrollo estaría articulado con un proceso psicológico y biológico y quien se opone permanece en un estado infantil. Desarrollar es crecer. Dicha postura pseudo-científica invalida los argumentos de la oposición. Si alguien se opone al desarrollo es porque no sabe, no quiere, no conoce. Luego, se decreta la falta de argumentos racionales pues para sus “apóstoles”, los indígenas se encierran en visiones míticas las cuales no son argumentaciones según Habermas y se condenan a sí mismos a estar en la miseria por los siglos de los siglos. Entonces he ido comprendiendo que los pueblos y naciones indígenas no quieren ser escuchados por líderes ciegos, sordos y mudos ante el abismo al que nos lleva el desarrollo.
Las tres expresiones:
“no sea indio”, “indio patirrajado”, “indígenas infantiles” no definen claramente un coherente sujeto
intercultural de la enunciación, es decir, no es por ser crítico frente a la
expresión de mi madre, que gane en mi condición identitaria la apertura a una
alteridad ética y epistémica al mundo de los otros y otras indígenas, así como
tampoco es porque alguien sea criticado desde la política internacional que se
gane coherencia en el campo de la política interna. ¿Por qué esta contradicción
fundamental en el sujeto intercultural? No es un asunto meramente dialéctico, es algo que en parte tiene una
relación directa con las formas culturales en
la que ha sido instituido el
sujeto intercultural. En efecto, el punto vulnerable del sujeto intercultural
está en la cultura que forma a la interculturalidad. El paso a la
interculturalidad se hace desde la cultura. Tal pasaje es antagónico porque
contrapone dos lugares casi irreconciliables: la identidad y la alteridad. ¿En
qué modos se manifiesta el antagonismo en la cultura, la política y la
administración del Estado?
Los tres hechos son una condenación al mundo indígena porque primero se alejan de la domesticación de la obediencia occidental y cristiana, después porque toman distancia del discurso de los derechos, la democracia representativa y el antiterrorismo, y por último porque no hablan ni practican el mismo lenguaje del desarrollo a no ser que sean indígenas evangélicos los cuales ya levantaron el mito indígena y han implementado el mito del cristianismo salvador de los infieles e idólatras de la naturaleza con una fuerte raigambre antropocéntrica.
El sujeto intercultural de la cultura hegemónica expande la identidad sin alteridad. El otro para los occidentales, ya sea indígena, musulmán, palestino, negro e incluso judío es alguien para ser “occidentalizado”. La cultura occidental es concebida como centro. Las culturas de los otros y las otras son concebidas como un punto tangencial. La identidad occidental niega la alteridad no-occidental y siembra la desconfianza en quienes no son como los occidentales.
La experiencia del sujeto intercultural de la cultura hegemónica ha definido relaciones interculturales de dominación con los otros y las otras. Nosotros y los otros es la distinción básica del sujeto intercultural occidental. De este modo, él coloca una distancia infinita con el otro. La distinción es una distancia y la distancia, una jerarquía. Los otros no son lo que nosotros somos. Nosotros tenemos la “ventaja” de haber heredado la racionalidad griega; los otros siguen presos en el mito y las religiones. Nosotros heredamos la ley romana por eso podemos colocar la universalidad de los derechos; los otros no pueden distinguir entre la violencia y las buenas costumbres. Nosotros nos reinventamos por la ciencia; los otros siguen atrapados en la magia y la superstición. Los otros pueden recibir de nosotros la parte fundamental de nosotros y es parecerse a nosotros para que nosotros sigamos siendo nosotros y los otros, los otros.
El sujeto intercultural occidental impone su forma de ser, pensar, sentir y hacer, porque se piensa universal, inteligente y bueno. Sus modelos son adaptables, su inteligencia les ha permitido desarrollarse y su bondad nos salva a todos. Por el contrario, los otros piensan, hacen y sienten de forma particular y diversa. Ellos viven en una claustrofobia cultural, de ahí su atraso. La diferencia de los otros no nos deja vivir en paz, pues tienen la osadía de cuestionar “el paraíso único” que hemos construido para un nosotros que en realidad son unos pocos.
Los otros no son lo que no somos, los otros no son porque nosotros somos; su memoria les impide el advenimiento del ser. Somos sin memoria en un tiempo que se recomienza nuevamente en el ciclo de la política. La distancia del tiempo inmemorial se traduce en la separación con el otro en el mismo acto de la relación intercultural, por tal motivo la introducción de la interculturalidad es la mejor manera de eliminar la interculturalidad. En efecto, nos preguntarnos si ¿puede la cultura occidental ser intercultural cuando se construye en el acto de la negación, de la agresión, de aniquilamiento de los otros y las otras? En cierta forma el punto cero del que parte el occidentalismo es el “anuncio” del genocidio de las culturas originarias.
El sujeto intercultural de la política internacional es colonial en su estructura epistémica y su praxis, por ello la discriminación no es ajena al relacionamiento del Estado con los pueblos y naciones indígenas. Él es formado bajo una visión, pensamientos y prácticas occidentales, por ello las Academias Diplomáticas, desde su episteme ilustrada, excluyen a hombres y mujeres indígenas, porque los idiomas, las costumbres, y los discursos del mundo diplomático siguen viendo a lo indígena dentro de un gran marco oscilatorio entre el folklor, el turismo y la víctima. Ellos solo hacen parte del paisaje admirativo y nada cotidiano tal como ocurriera en el diario de Colón.
La cultura de la política internacional está muy lejos de la indignación, por eso los sujetos interculturales se reivindican por medio del diálogo. Indignarse no es diplomático. El odio no es un derecho, incluso la identificación de esta postura desconoce los derechos y condena a muerte al otro en nombre del amor. Por consiguiente, el sujeto intercultural no es alguien que ama, es alguien que debe amar sin preguntar por las relaciones desiguales en las que se sitúan los sujetos de la interculturalidad. Los que odian son los resentidos, piensan algunos Nietzscheanos. Nos preguntamos ¿en qué medida el amor y el odio de la política internacional impide la formación de auténticos sujetos interculturales?
El sujeto intercultural de la administración del Estado sigue siendo colonial en sus expresiones, acciones y sentires. Los indígenas son un obstáculo para el desarrollo de unos pocos en nombre del “desarrollo para todos”. La máxima de la colonialidad está en pasar por encima del diálogo porque desde antes ha sido definido lo que supuestamente es mejor para ellos. Los otros no entienden y son infantiles al oponerse a “ser mejores”. No es que no quieran, es que no saben. Todos queremos pero no sabemos cómo. No es que no saben, es que no quieren saber. Hay mala fe en no aceptar las bondades de los que saben.
La respuesta al cómo del sujeto intercultural en la administración del Estado consiste en diseñar políticas interculturales, en reformar instituciones para una igualdad con rasgos de homogeneidad y en articular lo que antes estuvo en manos del Neoliberalismo y aumentó la pobreza. En consecuencia, los otros deben ser protegidos por nosotros del monstruo del Neoliberalismo, las políticas deben ser transversalizadas, las instituciones deben ser de alto nivel y la coordinación debe darse dentro de nuevos dispositivos de control. El deber ser campea en los lugares que no parten de la realidad no para contar con ella sino solo para diagnosticarla. Así, las nuevas reglas de la interculturalidad siguen atrapadas en el mecanicismo y el autoritarismo. Por consiguiente, nos preguntamos si ¿puede el sujeto interculturalidad de la administración del Estado encontrarse con los otros en sus visiones, sus formas de pensar, sus administraciones, sin descolonizar el lugar desde donde piensa, hace y ejecuta?
Las tres preguntas
anteriores sobre la cultura de la
negación occidental, el amor y el odio de la política internacional y la
interculturalidad administrativa sin la descolonización del Estado, nos
conducen a un par de preguntas sobre ¿por qué la política del orden o lo que
llama Ranciere, La Policía, se sigue perdiendo en la práctica de la
interculturalidad? ¿Es acaso que la interculturalidad no pueda ser elaborada
sin la discusión sobre un sujeto que está fuera de la concepción de ciudadanía
y es la noción de pueblos y nacionalidades indígenas anidada en la noción de
Plurinacionalidad? Para responder a estas dos preguntas veamos dos fenómenos
hegemónicos en la política del orden y del ordenamiento: el primero es sujeto-lugar de interpretación
del tipo de un intelectualismo tecnocrático y el segundo, un sujeto-lugar de
definición que reclama la absoluta autoridad para sí y es del orden de un
economicismo pragmático.
La interculturalidad del intelectualismo tecnocrático
Este es un sujeto-lugar netamente interpretativo de todo aquello que expresa la interculturalidad sin necesidad de definir claramente qué es ella ni tener un diálogo directo con quienes son los sujetos de las otras culturas. Dicho sujeto-lugar evidencia la separación entre técnica y política, pues se reconoce en dicha separación abstracta, y por abstracta, manipulable. Desde este lugar se elaboran los modelos, existen otros lugares para hacer simulaciones de negociación, las cuales son en realidad imposiciones.
La ingenuidad de sus funcionarios no es inocente aunque suponga que dichos modelos son autómatas: viven por sí, eficaces por sí, emancipados por sí y emancipadores en sí. Las metodologías son las pastillas de la felicidad. El modelo no es un método, es algo más parecido a un artificio que se puede trans-vestir en lo más insólito.
La pregunta máxima a la que responde desde este sujeto-lugar es: ¿qué hacer? No hay una pregunta más fundante para ellos que esta. Al final es la pregunta que proviene de la angustia producida no por los otros sino por tener que presentar resultados. El hacer de sus modelos se realiza sobre el convencimiento que los resultados exitosos son aquellos que lograron disipar el antagonismo, o por lo menos diluirlo en la maquinaria del consenso. En efecto, las contradicciones son olvidos o errores, por eso sus productos experimentan una suerte de inmaculada concepción.
Para los intelectuales tecnocráticos, lo que importa es concretar la interculturalidad. La experiencia con movimientos adquiere otro sentido en el ejercicio de la política como ordenamiento. Se escucha lo que se quiere escuchar, todo lo demás no tiene importancia. Toman modelos de otros lados y adaptan sin cambiar, sin girar, sin contextualizar. Para ellos esta es una manera de economizar el tiempo clave en dinámicas de vértigo y ebriedad que no les permite seguir el encanto del mirar y mucho menos del contemplar. Sus metodologías siguen la lógica del añadido. Los retazos son la mejor expresión de la articulación. La palabra mágica es articular porque todo estaba desarticulado y si se articula podemos ser más eficientes sin cuestionar que puede hacer realidad el Estado-Máquina que sería una pesadilla de hacerse realidad.
Su estatuto de intelectuales tecnócratas les da la suficiencia del saber. Ellos saben qué hacer. En gran parte, la hegemonía se articula desde el conocimiento. Ellos lo saben y por eso sacan sus modelos como el mago que saca el conejo del sombrero. Creen que los otros se oponen porque no saben o porque tienen intereses. Así, su interculturalidad sigue siendo, no la del encuentro de saberes sino la de la imposición de sus saberes técnicos sobre los saberes políticos de los otros y las otras.
Algunos de estos intelectuales tecnócratas han tenido experiencia en los movimientos sociales, ecológicos e indígenas. Ellos han aprendido de la interculturalidad de los otros y las otras, sin embargo dentro del Estado están atravesadas por una gran preocupación y es tener que hacer lo que no quieren hacer porque siempre supieron que era indecente. Sabían que a los grupos marginales se les manipulaba, mentía, imponía y de pronto se encuentran en la posición del manipulador, del mentiroso y del amo. No pueden decir lo que quieren porque se quedan fuera, por eso pasan rápidamente de sus conciencias en cuestión al cinismo de la acción. Al final, no se sabe que es peor, si soportar la mala conciencia o el estrés matutino de un lunes.
Sus teorías suelen ser sus lentes. Desde allí ven la realidad sin percibir la distorsión. La realidad tiene que corresponder a sus ideas, y si no es así, la realidad está equivocada. Creen que ésta es la gran oportunidad, después no habrá una oportunidad igual, por último “parece que podemos traicionar a la oportunidad”. La realidad los desafía, por eso prefieren la tranquilidad de las ideas de los libros. En efecto, están a la cacería de un tiempo y ese es el único tiempo, su mesianismo los delata.
Los intelectuales
tecnócratas siguen relacionándose con
los pueblos y naciones indígenas como si no tuvieran la edad adulta.
Ellos los quieren, los protegen, los cuidan y les enseñan a hablar, son sus
guaguas. Sufren con ellos, les molesta sus contradicciones, les indigna sus
irracionalidades. Su identificación con los otros y las otras es con una visión
idealizada, la cual tampoco les permite ser.
La interculturalidad del economicismo
pragmático
La economía del siglo XXI es la ciencia de los números que suplantó la política de las utopías del siglo XX. La de-sustancialización de la política nos puso de frente a la economía más por impotencia de la política que por virtud de la economía. Las grandes utopías fueron reemplazadas por la ciencia de las decisiones, los deseos y las necesidades. Si bien la economía clásica de los anglosajones favoreció los derechos de la propiedad privada, nada más aberrante que un economista posmoderno que convierta el deseo en derecho. Sin embargo no fueron los deseos los que podían ser realizados, eran los derechos no deseados los que podían ser cumplidos y cumplidos por quien los había negado: el Estado.
El pragmatismo es la ciencia de la comunicación, de los signos y la realización de la máxima maquiavélica: “lo importante no es ser sino aparentar ser”. El pragmático tiene interés no en la verdad sino en los efectos de verdad, por eso es tan importante para el capitalismo la apropiación de los medios de comunicación. La verdad no es más que un efecto. El lenguaje es el acto por antonomasia del pragmático: decir es hacer, prometer es cumplir, en suma, hablar es un acto de creación, el mayor acto del poder.
El economista pragmático considera que la interculturalidad se resuelve con dinero. Al final, el problema de la discriminación es obtener recursos. No es lo mismo un indígena pobre que un indígena con crédito. El dinero es lo que cambia las condiciones de exclusión y de discriminación. La igualdad de oportunidades se resuelve en los bancos y el acceso a la inversión. Si esto fuera realidad el Capitalismo sería un éxito.
No se puede ser pragmático y tolerante a la vez. En cierta forma el pragmatismo requiere de personas autoritarias, de lo contrario no hay resultados. Para el economista pragmático, la consulta, la participación y la deliberación es un simulacro. No se tiene que dejar abierto el espacio político que pueda atentar contra la realización de los planes económicos, por eso la consulta es institucionalizada, la participación pasa a ser solo socialización y la deliberación solo puede ser representativa.
Por último, el
economista pragmático coloca a la interculturalidad dentro de su plan de
desarrollo no porque crea en la interculturalidad pues el desarrollo es lo que
nos hace interculturales. No hay un plan político para ser interculturales, lo
que existe es un “buen vivir” el cual corresponde a formas individuales que
garantizan el extractivismo y la linealidad.
A manera de conclusión
Para escapar de estos
dos sujetos lugares, requerimos pasar por una pregunta fundamental que coloca a
la interculturalidad en su lugar justo: ¿Cuál es el sujeto-lugar que se deriva
entre una cascada, lugar sagrado para pueblos y naciones indígenas y una
hidroeléctrica, lugar para el desarrollo?
En sentido estricto, la interculturalidad que se desprende de estos dos
sujetos-lugares es una interculturalidad para convertir en hidroeléctrica el
lugar sagrado de los indígenas, es decir, es una interculturalidad vacía,
meramente discursiva, hegemónica que tiene la obligación de no reconocer la
plurinacionalidad para continuar imponiendo el sistema de vida occidental sobre
los pueblos y naciones indígenas del Ecuador, generando la muerte en nombre de
la vida.
Comentarios
Publicar un comentario