LAS TRAMPAS DE LOS DILEMAS PARA UN GOBIERNO DE IZQUIERDA

 

    El dilema nos hace elegir entre dos puntos u objetos o situaciones aparentemente incompatibles. No hay relación, mucho menos posibilidad de fusión, los elementos están en orillas opuestas y situaciones irreconciliables. La “o” de la disyunción no concilia con la “y” de la distinción y la relación. Elegir lo uno y lo otro no es racional, ni ético, ni posible, se piensa. La “y” no cabe en la lógica de la razón disyuntiva: no hay una guerra que sea paz ni una paz que sea compatible con la guerra. La muerte no es la vida y no se vive cuando se muere. El planteamiento ético recurre sistemáticamente a los dilemas: o eliges a tu amigo y no lo despides de su trabajo para que tú obtengas menos ganancias, o eliges  las ganancias y no tienes amigos. No es posible ser amigo del enemigo, ni amar a quien se odia. El odio no es amor. La economía no se hace con amor al prójimo. No te golpeo porque te amo tanto. 

     La elección del dilema es presentada dentro de una tipología determinada por los opuestos, la diferencia y lo real:

 

El dilema de los opuestos: debemos elegir entre dos elementos contrarios, la mentira o la verdad, el bien o el mal,  la noche o el día. No se pueden elegir los dos elementos a la vez, porque no hay simultaneidad pero si puede existir sucesión. Escogemos el uno y dejamos el otro elemento para otro momento. Un tiempo para la guerra y otro tiempo para la paz. No los dos a la vez, por imposibilidad epistémica y obstáculo ético, si uno después de otro, por conveniencia.

El sujeto de este dilema no vive supuestamente ninguna coacción para la elección. En sus manos está la elección de uno o de otro. Dicho sujeto vive en la ilusión del ideal que es común a la presentación de los opuestos. El maniqueísmo es una consecuencia de la ilusión del ideal: o estás conmigo o estás contra mí, o combates el terrorismo o eres uno de sus benefactores. No hay término medio.  

Los dos elementos del dilema son como el agua y aceite. El ambiente no va de la mano con el desarrollo, los derechos colectivos son opuestos a los derechos individuales, las revoluciones no son reformas y la economía no puede ser social. Al final, o queremos desarrollo sin ambiente, o un ambiente sin desarrollo, o reformas sin revolución, o revolución que lleve a la destrucción de todo lo anterior, o derechos individuales como el trabajo sin derechos colectivos como la negación  de las naciones amazónicas a la minería, o una economía basada en el capital y sin inclinación por lo social o una preocupación social y política sin economía.

El énfasis en el dilema de los opuestos es muy común al discurso de  la política pero no a su accionar. El discurso está lleno de dogmatismos como una estrategia común del poder. Pareciera que tal tipo de discurso envuelto en el dilema de los opuestos es una apariencia inducida por el tipo del lenguaje utilizado que confunde los sonidos emitidos con los actos realizados. La política se presenta en el dilema y se negocia en su acomodación circunstancial.

 El dilema de la diferencia: la elección se da entre elementos no opuestos pero distintos. Nunca es lo mismo un indígena que un afro-ecuatoriano, una mujer que un hombre, un hetero-sexual que un homosexual. La tendencia puede ser la oposición, sin embargo su estatuto es la diferencia. Un hombre militar puede considerar que una mujer oficial es débil o sentimental, es decir, no apta o inferior en la vida militar, difícilmente admite la diferencia como un dato. Al no ser lo opuesto, es lo otro lo afirmado y lo otro no es lo mismo y menos lo inferior o superior.

El dilema de la diferencia sugiere la distinción y exige la igualdad sin homogeneidad. No confundir porque cuando decimos hombres no caben las mujeres, ni cuando decimos ecuatorianos estamos incluyendo a los indígenas, ni cuando decimos ciudadanos ingresan los pueblos, ni cuando decimos todos nos referimos a todos.

Distinguimos para no invisibilizar e igualamos para afirmar los derechos a ser diferentes con derechos como diferentes, pero iguales como personas. La igualdad de la diferencia no es igual a la igualdad de las oportunidades. La primera es emancipadora y la segunda es liberal, es decir, deja intacto el sistema-mundo. Por ejemplo, un indígena Shuar no quiere ser igual a un mestizo urbano ni está interesado en que los urbanos sean como el pueblo Shuar, pero si le interesa la igualdad; por el contrario, los mestizos en general queremos la igualdad de ellos con nosotros, creemos que no puede ser posible que ellos no quieran ser como nosotros, en consecuencia la pregunta que ellos se hacen es: ¿cómo hacer para que los pueblos y naciones indígenas reciban “los beneficios” del desarrollo? No podemos entender, como decía una persona de un Ministerio público, que los indígenas no agradezcan tener una casa de concreto cuando ellos todavía viven en sus chozas.

El dilema entre diferentes suele aparecer esencializado y disputar la pregunta sobre quién. Para un heterosexual es imposible hacer políticas para el mundo homosexual. Los indígenas tienen que conducir sus propias instituciones y no otros  no-indígenas. Las mujeres tienen en sus cabezas cosas muy distintas a los hombres. Sin embargo la esencialidad acontece en una situación en que los Gay, los indígenas, las mujeres y los afros son considerados esencialmente inferiores. La esencialidad crea brechas las cuales en algunos momentos, aparecen insuperables a la manera de la irreductibilidad del otro de Levinas.

El dilema de las diferencias está vinculado con las políticas correctas antidiscriminatorias y del respeto. Las instituciones, organizaciones y personas que están en los proyectos, los programas, la formulación de las políticas son quienes más están confrontados con el dilema de las diferencias, a veces esencializados, otras veces colocando puentes artificiales entre los elementos diferentes, otras veces igualando sin diferencias y algunas otras diferenciando con la igualdad de la filosofía liberal y el mundo capitalista, pero muy pocas veces en la diferencia de los derechos sin oposiciones.

 El dilema de lo real: éste es un dilema entre lo malo y lo menos malo. No hay elección en la vida entre la verdad y la mentira o entre el bien y el mal, es decir, no existe elección entre los opuestos. Los opuestos son una cortina de humo utilizada en el ejercicio del poder. El dilema de lo real nos recuerda que el dilema de la diferencia no es moral. No es porque una mujer sea mejor que un hombre que podemos elegir por ella. No es porque un indígena sea mejor que un mestizo que elegimos por él. El dilema de lo real desplaza la centralidad moral del bien y del mal.

La vida nos pone a elegir no entre opuestos de la teoría sino entre lo que se nos ofrece o impone y esto no es ideal, es real, es decir, es entre lo malo y lo menos malo. Así tener que elegir entre un candidato u otro está inscrito dentro de una situación trágica. Elegimos entre uno de los dos porque no tenemos opción. Elegir es no tener opción. La democracia es elegir a alguien porque no tenemos una opción distinta.

Las elecciones verdaderas están fuera de nosotros, ya han sido tomadas, nosotros elegimos entro lo que ya ha sido elegido. Elegir lo elegido es también elegir pero de una forma muy relativa. No podemos elegir entre la verdad y la mentira porque la verdad es  una ficción y la mentira una imposibilidad ontológica. No elegimos entre el bien y el mal porque el mal se mezcla con el bien; siempre elegimos las dos cosas a la vez. Cuando tenemos el control de la TV, elegimos lo que nos ofrece la TV. Quizás la única elección real es elegir no ver TV. Por lo tanto la negatividad es la elección auténtica. Elegir es no elegir. Sin embargo socialmente, todo está dado para vivir en la ilusión de la elección. Elegimos una carrera universitaria pero dentro de un mundo con una determinada orientación. Estamos eligiendo dentro de algo que no hemos elegido, es decir, la elección es un imperativo dentro de un mundo en que no podemos decidir sobre lo más importante.

El sujeto del dilema real es existencial. El sujeto que hace la política, las leyes, los proyectos, quién vive en el día a día, es quien recurre al dilema real. Siempre tenemos que elegir bajo este tipo de circunstancias, elegir lo inevitable para que lo trágico no nos aplaste.

 

    Los tres tipos de dilema, -la oposición, la diferencia y lo real-, se evidencian en tres grandes dilemas conceptuales y conflictivos que atraviesan las luchas políticas actuales: derecha o izquierda; eficacia o participación y neoliberalismo o socialismo.   

 


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