¿PUEDE HABER ALGO QUE SE LLAME UNA POLITICA AMBIENTAL?
La pregunta enunciada
de esta manera “puede haber” es una
pregunta no solo sobre la existencia de algo, pues existen políticas
ambientales; no indaga sobre el “hay” ya que la existencia no está en duda; la pregunta es sobre el poder de la existencia: es saber si puede
existir una política ambiental o no. La existencia nace del poder, porque ser
es una cuestión de poder ser, el poder no
es la causa del ser, pero no hay ser sin
poder. Además no es tener poder, es ser a través del poder. En consecuencia, no
existe una política ambiental solo por querer que haya una política ambiental,
hay una política ambiental porque el poder quiere una política ambiental, sin
embargo, el poder es limitado y limita el “haber” de la política ambiental. El
poder es indispensable para la vulnerabilidad de la política, y el poder
vulnera el topos de la política. Luego, el “puede haber” una política ambiental
se refiere a la probabilidad, no a una certeza, por tal motivo contiene una tonalidad irreverente porque de
hecho casi todos los países del mundo, democráticos y no democráticos, tienen
políticas ambientalistas, las cuales no se cumplen en la mayoría de los casos. Pero,
¿por qué iniciar con una pregunta de este modo?
Resulta extraño
encontrar que los países ricos con el desarrollo más brutal y contaminante para
el mundo, y sin ninguna intención en cambiar dicho modelo, están preocupados
por el Medio Ambiente mundial pero desde
horizontes locales proteccionistas pues sus desechos peligrosos los
envían a países pobres. Ellos han mantenido y mantienen prácticas de saqueo
inmisericorde de los recursos renovables y no renovables del tercer mundo con
políticas colonialistas y humillantes, y ahora tales países pretenden dictarle
al Sur las políticas ambientalistas sin renunciar a imponer un modelo de
desarrollo que sigue manteniendo la dicotomía entre superior e inferior
beneficiando sus intereses hegemónicos. En efecto, en torno a la gravedad de los fenómenos ambientales circulan una
serie de personajes neuróticos que colocan preguntas lógicas y responden con
una multiplicidad de respuestas contradictorias y sin sentido.
Es apenas obvio que
las políticas ambientalistas venidas del Norte obedecen a criterios de un
Estado de Bienestar, es decir, la demanda ambientalista se inscribe dentro de
una neurosis planetaria que después de llegar a un nivel de vida cómodo a costa
de políticas extractivistas y coloniales fuera de su país, la mejor manera de
disfrutar y gozar de sus beneficios es exigiendo demandas ambientales de los
otros.
Mientras tanto algunos
líderes políticos del Sur, desde procesos de emancipación, radicales, moderados
o incipientes, -muchas veces contradictorios- buscan emanciparse por medio de
una disyuntiva cotidiana: o explotar recursos para responder a las promesas
políticas hechas a sus electores, o dejar intactos los recursos protegiendo la
naturaleza; o arrancar las riquezas de la tierra para solucionar los problemas
del hambre y dar comienzo a procesos de desarrollo autónomo, o buscar
solucionar la pobreza sin recurrir al modelo extractivista del Estado que ha
sido endosado por gobiernos invasores y últimamente por transnacionales. La necesidad de recursos apremia por las
demandas sociales y las condiciones precarias en las que viven las poblaciones. En consecuencia la oposición de movimientos ambientalistas puristas, que ven
a la naturaleza separada de las necesidades sociales y económicas intenta ser
contrarrestada por una serie de posturas políticas paranoicas que ven el mal en
todo tipo de oposición. Así unos y otros dejan intacto el modelo de desarrollo
lineal, mecánico, universal y pretendidamente neutral.
De igual manera,
muchos de los Ministerios de Ambiente del Sur
siguen atados a las agendas de los Organismos Internacionales por lo que
sus políticas reales se quedan en una pura retórica. El Norte puede darse el
lujo de una política ambiental para sí
pero no para los otros pues allí se suelen encontrar sus fábricas y los
recursos que requieren para vivir bien. De hecho, los Ministerios de Ambiente
son coaptados a sus demandas pues el mayor financiador proviene de
La experiencia de la
impotencia y la conciencia del fracaso provocan la inacción burocrática, dentro
del vértigo, a veces, de acciones sin sentido que se repiten, replican,
traslapan, en un medio institucional parcelado, compartimentado y fragmentado.
Se hace nada haciendo muchas cosas o respondiendo automáticamente con atención
a no salirse de los marcos legales. El no hacer nada sucede en la carrera por
demostrar que se hace algo. Así se cubre la impotencia y el fracaso de no poder
redimir a través del cambio.
Las políticas del
desarrollo y de la economía no están articuladas con las vulnerables y
vulneradas políticas ambientales. La pregunta ambiental es silenciada ante la
urgencia decisiva del factor económico y la incuestionable respuesta decimonónica
del desarrollo. La política ambiental navega y naufraga constantemente en un
medio esquizofrénico en el que las políticas se hacen para cumplir con
determinados convenios pero no para ser tomados seriamente en cuenta a partir
de las necesidades ambientales de las poblaciones y de la naturaleza.
La esquizofrenia de la acción ambiental es
experimentada con mayor fuerza en algunas de las ONG’ s ambientalistas financiadas
con dineros provenientes de las empresas contaminantes. Luego, la lucha por un medio
ambiente no es separable de sus problemas no en una línea causal sino en la
relación interdependiente, irónica y circular, por lo tanto, la causa del medio
ambiente genera defensores y es porque hay defensores que se requiere de un
planeta en llamas. Dicha circularidad a veces toma giros sorprendentes y
cínicos cuando a veces entendemos que el énfasis está puesto no en el planeta
sino en los intereses de las promesas ecológicas.
Por último, nos
encontramos con
Bajo la lucha por lo
ambiental, entonces, nos encontramos con una serie de prácticas no ambientales.
La locura de la lucha ambiental no es
pura. Nadie es lo que dice ser, ni siquiera las acciones son la revelación del
ser. Así, la demencia en la causa ecológica tiene sus propias
manifestaciones. La neurosis ante la
experiencia de los límites del planeta, la paranoia frente a los grupos ecológicos, la
conciencia del fracaso desde dentro y la esquizofrenia en la que se sostienen
sus políticas constituyen la maldita normalidad.
Las razones no son
únicamente marxistas, aunque exista la preponderancia del factor económico. Decir
que el planeta se destruye porque lo económico está por encima de lo ambiental
es decir mucho y no decir nada. El énfasis marxista tiene también connotaciones
anti-ambientales porque en la medida que condenamos lo económico colocamos a
las causas ambientales en el punto imposible tanto para los países dependientes
como para los países desarrollados. Un punto imposible es aquel donde la nada
es la que comienza a hacer. Así los efectos provocados son aquellos que se
quisieron evitar.
¿Cuáles son esas otras
razones desde una normalidad psicoanalítica que atraviesan las políticas
ambientalistas? ¿Por qué una política ambiental es un posible-imposible? ¿Es la
real-política un marco justo para la política ambiental? Son estas las
preguntas que nos lanzan en nuestra reflexión sobre el poder hacer de las políticas ambientales. Para la reflexión vamos a
comenzar por la necesidad de la contextualidad y el problema universal, luego
abordaremos el asunto de la realidad, lo imposible y lo ideal, para terminar en
el problema de la topia de las políticas ambientales.
- El universalismo
contextual de la política ambiental y la necesidad de pensar las
interrelaciones del contexto con el mundo.
De todos lados nos
llegan mensajes sobre los problemas ambientales locales, nacionales y
mundiales. Ahora algo está ocurriendo que
antes no pasaba. El carácter inaudito
busca reconocimiento en la política internacional sin mucho éxito en la
política nacional. No es más la repetición, algo emerge con un rostro
monstruoso y apocalíptico. Sus características son tan letales que no parecen
reales. El presagio pierde su condición futurista pues no señala el
advenimiento, por el contrario, ya no ad-viene, está viniendo y no hay manera
de detenerlo por su carácter de irreversibilidad. Sin embargo, una figura tan
imponente tiene la desventaja de situarnos en una escena mítica e irreal, en
cierto sentido, la realidad es tan desbordante y cercana que nos parece imposible
que algo así este ocurriendo, es tan real que pasa inmediatamente al ámbito de
lo irreal.
El mundo ya no es el
mismo ante la catástrofe ecológica. Los desarreglos ambientales nos colocan
frente a la comprensión de un mundo diferente: el mundo está interrelacionado y
es interdependiente. La casa es de todos y lo que pase en uno de sus cuartos
nos afecta a todos. La extrañeza de lo otro, los otros y las otras nos convierte en potenciales asesinos. Dependemos de lo que los otros hagan, así
como los otros dependen de lo que nosotros hagamos en esta parte de la casa. Tenemos
necesidad de repensar la relación entre nosotros y los otros. Los otros habían
estado fuera del nosotros. Nosotros éramos en la medida que no éramos los
otros. Los otros eran lo que no queríamos ser, sin embargo no había los otros
sin nosotros. Nosotros éramos esos otros inconfesos. Ahora sin los otros no hay
nosotros y sin nosotros los otros están condenados. La lógica de la acumulación y el racismo está retada en su
núcleo. La exclusión y la eliminación eran necesarias para la riqueza como lo
han sido para el desarrollo del Norte. El desarreglo del planeta invierte la
lógica de la exclusión y la eliminación. Si algo pasa al nosotros, el otro es
afectado, porque el duelo ya no es una solo una acción de la voluntad.
La responsabilidad
tiene connotaciones mundiales. La responsabilidad nacional en el tema del
ambiente nos descubre idiotas. Tenemos tanto derecho a opinar sobre la capa de
ozono o
Levinas decía que toda muerte me convierte en culpable. Heidegger
pensaba que solo experimentamos la muerte
de otros. Hay un “demasiado tarde” en la experimentación de la propia muerte
que contrasta con la muerte antes de
tiempo, del inocente. Hablamos de la muerte real de los otros y hablamos de
la muerte propia como un hecho irreal. Una distancia tal nos hace caer en
trampas. Una de ellas es la experiencia de lo extraño y extranjero. Hay una
relación entre lo extraño, lo desconocido,
lo lejano y la conciencia en el mundo ambiental. Quizás ya nadie puede decir que no sabía. No podemos evadir la
degradación del planeta, y quizás la tragedia sea esa: no la destrucción del
planeta, sino la imposible huida. Tenemos mala conciencia desde que nos
colocamos frente al espejo para afeitarnos. El mundo se ha convertido en
estrecho. El planeta era más solidario que lo imaginado por las grandes
utopías, la condición de la biosfera era común y el destino nos unía desde
antes.
Pero tras una
universalidad ambiental con tintes trágicos se esconden una serie de retos y
límites que nos vienen desde la contextualidad. La universalidad es extensiva. Las
preocupaciones ambientales se extienden en la conciencia de un alemán, un
palestino y un ecuatoriano, sin embargo, el contexto limita y da significado a los sentidos de la interpretación y las
respuestas reales. La preocupación es universal pero no la interpretación y
mucho menos las respuestas desde lugares específicos. Luego, todos somos o
tenemos que ser ecológicos pero no de la misma manera y con las mismas
respuestas e interpretaciones.
Para un alemán la
preocupación por el ambiente no está relacionada con los mismos problemas
económicos de un palestino o un ecuatoriano. Una respuesta ambiental de un país desarrollado se complejifica en
contextos pobres. Las políticas ambientales de Alemania puede ser
ejemplarizantes mientras ellos inviertan en transnacionales dedicadas a la deforestación de los países pobres. Vivir en
situaciones de guerra forcluye las preocupaciones ecológicas para un palestino.
La relación con los animales en los países desarrollados es un escándalo con
respecto a las políticas internacionales que justifican o se callan frente a la
eliminación de los palestinos de parte del Estado de Israel. La pregunta de la
vida y la muerte no pasa necesariamente por la pregunta ecológica sino en la
medida que la pérdida de la tierra, la negación del agua atenta directamente
contra su capacidad de supervivencia. En cierto modo, es más difícil ser ecólogo
en Ecuador que en Alemania o Palestina porque los modelos de desarrollo no
dejan de ser extractivistas y represivos, no hay interés en investigar en otros
modelos y los gobiernos están obligados y son suficientemente corruptos e
inmediatistas para no abandonar dicho modelo.
Cuando un modelo
ambiental del Norte es colocado en un contexto del Sur se hace sin conexiones
con lo económico, cultural y social. Fácilmente se pregona una visión de mundo
ambiental sin relación con lo social. Se puede apreciar una visión indígena
pero de manera exótica. Dichas visiones ecológicas puras no abandonan su
carácter colonialista porque son ellos los que enseñan a cuidar el planeta pues
los otros son incapaces mientras siguen sosteniendo relaciones económicas dentro
de una ideología neoliberal a ultranza. Los lugares ecológicos valorados sirven
para su turismo y un tipo de investigación del expolio al servicio de sus
farmacéuticas y de sus patentes.
Pero el panorama de
la relación con un universal aparentemente siempre impuro enunciado en el campo
internacional no implica una renuncia a
dar una respuesta desde la cuestión del universal. Tanto la uni-diversidad o la
uni-multiplicidad van señalando otros caminos en la discusión. Lo cierto es que
en un lado y en otro nos encontramos con entrabes. Así, como el marco de un universalismo ha sido
impuesto y hace parte de la noción de hegemonía en sentido gramsciano, la
contextualidad nos deja frente a algunas trampas. Una de ellas es el
aislacionismo o atomismo en el que puede derivar la política, propio de países
que actúan desde un nacionalismo a ultranza.
Se ha creído que lo universal
es válido y lo contextual es de consumo local. Sin embargo, tenemos elementos
contextuales con una enorme capacidad de convertirse en universales y,
universales que pierden su carácter dentro de contextos mucho más significativos
y diversos. La noción de “buen vivir” y “los derechos de la naturaleza” de
La contextualidad es ilusa si no intenta ver más allá de sí
misma. En cierto modo, una política ambiental atrapada en los nacionalismos
tiene una fuerte dosis de cinismo. No cuidamos la naturaleza por ser
ambientalistas, por el contrario el nacionalismo sigue defendiendo un modelo de
desarrollo extractivista y contiene en sí los elementos antinacionalistas de la
colonialidad. Es decir, el nacionalismo lleva en sí aquello de lo que se
intenta separar. Romper con el provincialismo de la política es uno de los
desafíos de la política ambiental porque los hechos de afuera, tienen la
capacidad de afectarnos adentro, y depende de lo que hagamos aquí con el Medio
Ambiente, que afectamos a otros y a otras fuera de nuestro territorio.
Cerrarnos a entornos más amplios es propio de un embrutecimiento ilustrado. En
consecuencia, aunque la política ambiental tiene que ser redactada en contextos
muy específicos, ella no puede ser ajena a la
occidentalización del mundo, la internacionalización
de la guerra y la crisis económica mundial. Una política ambiental de lo
contrario confiesa su presencia correcta en un mundo político interesado en que
no vaya más allá, por eso no puede ser ajena a la lucha contra la occidentalización del mundo.
Luchar contra la
occidentalización es colocar en las mesas de reflexión de la política ambiental
los procesos de mundialización de tipo demográfico, económico, técnico e
ideológico que interfieren de manera tumultuosa y conflictiva. Debido a tales
flujos, la política ambientalista tiene que ser dinámica. La fidelidad del
contextualismo implica estar abiertos a reflexionar sobre el mundo y sus
procesos. Los procesos económicos están siendo afectados permanentemente y en
la medida que respondamos de manera justa y adecuada a ellos podemos innovar
políticas ambientalistas reales, y a la inversa, porque respetamos a la naturaleza
y sus derechos podemos pensar en una economía sustentable. Porque nos importa
la naturaleza tenemos que buscar respuestas reales desde el desarrollo
sustentable, porque hay desarrollo no podemos dejar de lado la pregunta por la
naturaleza y el medio ambiente. No podemos ofrecer una solución ambiental sin
pensar en nuevas soluciones en los ámbitos sociales, económicos e incluso
culturales.
Tenemos que apuntar
en política ambiental a una universalidad sin imposiciones pero firme,
construida en el diálogo y el desacuerdo que reconozca al mismo tiempo la
complementariedad y el antagonismo de la unidad y la multiplicidad. Es un craso
error separar el análisis y las respuestas a la crisis de los alimentos, de las
fuentes de energía, de la economía de lo ambiental. No podemos pensar lo
ambiental de manera aislada y fragmentada. El contextualismo no es ruptura, es
advertir los lazos intercontextuales y mundiales en su espacio y tiempo.
La universalidad del
contextualismo nos conduce hacia una política ambiental de las interrelaciones
de hecho, interrelaciones a partir de lo que sucede y que escapa a todo control
porque acontece por azar, hacia lo que se quiere, pues las interrelaciones
suceden por todas partes, por egoísmo, violaciones, por deseo y algunas mínimas
porque son planificadas.
Por último, una
política ambiental que junte el contexto con el universal sabe que las
interrelaciones son múltiples, que sus causas son múltiples y que los efectos
son más imprevisibles que previsibles. La interdependencia del mundo nos obliga
a hacer otro tipo de política ambiental sin caer en una unidad romántica pues
las mismas leyes que nos unen, nos
separan, nos juntan y nos dividen, nos igualan y desigualan. Por tal motivo, la
reflexión sobre lo real en la política ambiental se impone.
- La disyuntiva de
lo real y lo ideal en la construcción de la política ambiental
¿Qué tan real tiene
que ser la política ambiental? ¿Qué consecuencias tiene una política ideal en
el mundo ambiental? Existe una fuerte tradición en el mundo de la política que
se refiere a la real-polítik. Pareciera que nos equivocamos menos cuanto
partimos de la realidad, así, en política prevalecen las interpretaciones sobre
lo dado, por encima de lo que debería
suceder porque tiene que ocurrir.
Gramsci, Maquiavelo, Weber y Marx coinciden en el rectángulo de lo real.
La crueldad y el cinismo son valores indispensables para ingresar en dicho
espacio.
Una de las
consecuencias de privilegiar la real-polítik es caer en el inmediatismo. La
interpretación se hace sobre lo sucedido. El futuro depende de la manera como
las piezas vayan siendo movidas en el tablero de ajedrez. La política siempre
es nueva, cada día tiene su preocupación, pero dentro de un marco en el que las
contradicciones no son sincrónicas sino diacrónicas. Una cosa se dice en un día
y puede ser negado en otro porque la situación cambia. Los valores son fruto de
la situación y no lo contrario. Así, en un tiempo somos desarrollistas y en
otro, ecologistas, todo depende del canto de las sirenas.
La política que menos
tienen sentido dentro del ejercicio de la
política actual es la política de los ideales. La política ideal traza
los caminos por los cuales la realidad debería caminar. Forzamos la realidad
para que ella sea de acuerdo con la manera como nosotros creemos que el mundo
debería ser. Así, la real-polítik
fácilmente se adapta al mundo de la política renunciado a los ideales del
inicio y generando en nosotros un sentimiento de traidores. La ideal-polítik sostiene y agudiza la
neurosis al constatar permanentemente que el mundo no es como lo pensamos, que
los discursos de izquierda tienen líneas de fuga hacia la derecha, que los
amigos pueden ser enemigos y los enemigos pueden ser aliados. Así, aunque la
derecha económica no comparta nuestro ideario revolucionario, no por ello deja
de ser nuestro aliado cuando se tiene que aprobar un plan de desarrollo de tipo
extractivista.
La real-polítik es
mucho más exigente y se presta a mayores equivocaciones porque el mundo de hoy,
no es el mismo de ayer y mañana no será igual a hoy. Hay una necesidad de estar
mirando constantemente el presente, o lo que se denomina comúnmente, “haciendo
análisis de coyuntura”. En la ideal política, el problema no está en la ideas
sino en la realidad. Si el mundo no va bien, es culpa del mundo y no de las
ideas. Las ideas las podemos discutir para reemplazar las ideas anteriores. Sin
embargo, ¿qué tal real es el mundo de la real-polítik? ¿Y qué tan ideal sea el
mundo de la ideal-polítik?
La realidad nunca es
tan real. No vemos a la realidad de frente, hay una pantalla entre la realidad
y nosotros, y lo que vemos depende del lugar en el que nos encontremos, la
cultura desde la que lo hagamos, la educación que hayamos recibido, los valores
en los que hayamos sido formados. Lo real es un tejido de simbolismos,
imaginario y real. Intentar separarlo tiene como consecuencia la pérdida de lo
real. Toda mirada a la realidad es una traducción, luego la real-política
cuando nos quiere decir que ella parte de la realidad mientras que los otros lo
hacen desde el ideal. De igual manera lo
ideal no está separado de lo real, como tampoco de lo ideológico. La realidad
en ambos casos está puesta en cuestión. La ideal-política sería más honesta
porque solo se atrapa la realidad desde el concepto situación inaceptable para
los obreros de la real-política. Por tal motivo, en muchos casos la real suele
ser más el sueño, la utopía.
Pero la cuestión no
es solo de orden hermenéutico. La realidad nunca es tan real. Dentro de la
realidad está lo invisible de la realidad. En todo juicio hay algo que se
oculta, toda verdad miente y toda afirmación niega. La realidad tiende a
ocultarse en el momento que la señalamos. La problemática ambiental afirma
situaciones reales y esconde otras. La objetividad está mediada entre lo que no
puede ser dicho sino por otros y
atrapada entre lo que se dice y se ve y lo que se oculta, no puede ser
visto y es indecible. Cuando Foucault descubre la relación entre saber y poder,
devela el ocultamiento de lo no dicho en lo dicho pues el poder está detrás del
enunciado, hace parte del ejercicio de la enunciación. La lucha por la
objetividad es la lucha por imponer el poder a través de los enunciados. No es raro en el espacio de los ecologistas
sea condenado porque se crítica sus pretendidas posturas objetivas. Es común
que los defensores del desarrollo consideran a la ecología como una fábula.
Pero la discusión no
es solamente entre lo oculto o no, es también entre lo predecible o no. Morin
advierte sobre otro fenómeno llamado los
acontecimientos- sphinx los cuales nos muestran la complejidad de la
realidad. Un acontencimiento-sphinx es
aquel que solo puede ser descifrado en el momento de ser realizado. Si
preguntamos a un vulcanólogo sobre la predicción calculada de una determinada
erupción volcánica, lo más honesto sería advertir que ese acontecimiento sucederá en el momento que ocurra. La tautología
causa risa para un lógico y un científico positivista, sin embargo, en la
realidad eso es lo que sucede. ¿Qué
significa? Una realidad contiene irrealismos los cuales eran posibles en
determinadas circunstancias. Luego, hay realidades que no son comprendidas y,
sin embargo, fueron claves en ciertos tiempos. Hay realidades tomadas de manera
inadecuada, las cuales se dejaron pasar de largo y retardaron procesos o se
convirtieron después en un lastre.
La política en
general está acostumbrada a hacer análisis simples. No es raro que la política ambiental quiera
ser solamente tratada desde lo ambiental y dentro de lo ambiental los
reduccionismos de la política debido a la artesanía de un politólogo, o un
abogado, o un biólogo marino, o un ingeniero forestal, llevan a graves
consecuencias. Los análisis y las acciones simples rompen el realismo de la
realidad. No podemos ser realistas cuando tenemos necesidad de dividir para
comprender, de clasificar para ordenar, de explicar para comprender.
Es cierto que debemos
ser realistas para hacer una política ambiental, pero sin caer en el
inmediatismo que secciona el tiempo o en el idealismo que no está libre de
errores. Ninguna teoría va a reflejar la realidad sino es por una creencia
metafísica. Debemos saber que la realidad es la idea de realidad y que, por
tanto, una política ambiental tiene que ser realista en la medida que hace la
apuesta por la realidad posible. Si el realismo es lo inmediato, entonces es
ciego, si el realismo es solamente una idea todo lo que este fuera de esa idea
es una amenaza para nuestra ideología. El ideal tiene la fuerza para que lo
real se calle.
No hay ninguna idea
de realidad que no tenga la probabilidad de ser
tomada por mitos y por culturas las cuales también están expuestas a
errores, ilusiones y cegueras. Un mito puede ser más fuerte que los datos de la
realidad. El mito tiene la capacidad de desplazar las fuentes históricas y sus
causalidades. En consecuencia, ¿hasta
dónde parte del discurso ambiental ha sido tomado por mitos indígenas? Las
certezas son vulnerables para el mito y la duda suele ser más fuerte que
cualquier certeza tal como lo dice el film
Una política
ambiental auténtica dialectiza ideal-polítik con la real-polítik porque quienes
parten de la realidad desconocen incertidumbres, quienes parten de ideas caen
en una serie de promesas abstractas. Ni las ideas ni las realidades pueden
dejar de lado la discusión sobre lo posible. No todo es posible en un momento
determinado. Lo posible tiende a convertirse en imposible. Tener políticas
ambientales en el contexto actual es posible, sin embargo, dicha labor se ha
convertido en imposible por quienes se enriquecen a costa de un desarrollo
lineal, mecánico y brutal para la naturaleza y la salud de las poblaciones y el
equilibrio del planeta. Pero así como lo posible se ha convertido en imposible
tenemos que hacer la apuesta para que lo imposible se convierta en posible. En
consecuencia, la política ambiental tiene la obligación de una mayor audacia.
Lo único que nos está prohibido es la superación del segundo principio de
La política es un
principio de acción, sin embargo, es probable que la política ambiental nos
lleve a la inacción. Si es el caso hay tres consideraciones puestas por Morin
para ser tenidas en cuenta: la primera es el efecto perverso, el cual suele ser
más importante que el efecto noble. Muchas cosas buenas se pueden hacer, pero
si hay algún error, o equivocación, todo es colocado en cuestión por la
oposición, e intentará ser enviado al traste, por lo tanto, aunque nos
equivoquemos debemos tener la ética para corregir y seguir teniendo
persistencia. El segundo principio es la inanidad de la innovación, entre más
cambia más tiende a ser la misma cosa, por lo tanto, no debemos celebrar antes
de tiempo, ni confundirnos con una política de los resultados. Los resultados
pueden aparecer sin que sean indicadores claros del cambio. La política ambiental
nos señala la importancia de cambiar modelos de desarrollo y modos de vida que
han persistido durante siglos; no es fácil dar un salto pero es un momento para
ser audaces. La tercera es la puesta en peligro de las adquisiciones obtenidas.
Los grandes saltos en política ambiental colocan en riesgo libertades y
seguridades. En muchos momentos este riesgo lo tenemos que afrontar, en otros
ser conscientes para que las libertades y seguridades correspondan a una
humanidad inter-solidaridades y justa y tener la capacidad de advertir nuevos
peligros y nuevas esclavitudes.
- La política
utópica entre las topias planetarias
La crisis planetaria
del ambiente impone un formato a la política ambiental el cual nos obliga a responder a la pregunta sobre la
barbarie de la civilización en el origen de ella como lo insinuó Walter
Benjamin o en la constante producción de nuevas barbaries en el enfoque
freudiano por medio de la ciencia, la técnica y la burocracia. La ciencia con la doble capacidad de
solucionar y generar nuevos problemas. La técnica provocando nuevos desafíos de
civilización. La burocracia con su funcionamiento obsceno.
¿Qué significa una política ambiental en el horizonte de los
límites? La topia de la política se frena frente al futuro teniendo que ir en
la búsqueda de una unidad pérdida. Las maletas han quedado en el andén de las
promesas. Más allá del olvido del ser está la pregunta por las interrelaciones
entre la naturaleza/la especie, la tierra/los individuos y las
sociedades/Estado. No podemos seguir
edificando una humanidad en oposición a la naturaleza. La tierra no es
simplemente el territorio. La especie hace parte del Individuo. El ataque a las
sociedades es un ataque a la tierra. La naturaleza tiene que estar al principio y al final.
Si la política del
desarrollo fue la promesa del crecimiento infinito e indetenible, los límites
emergen por todos los lados, desde la economía, las fuentes de energía, la
alimentación, la sostenibilidad del planeta y la capacidad auto-destructora de
la civilización. Frente al genio todopoderoso del progreso nos encontramos con
el niño a la intemperie del ambientalismo. No todo se puede, tenemos necesidad
de girar de lo contrario nos espera un suicidio planetario. La vida precaria de
Butler frente a la pre-potencia del desarrollo, es aquí donde nos
auto-reconocemos en la necesidad de una nueva invención que pasa necesariamente
por el acto de reinventarnos. De esta manera, la política ambiental se abre
contra el modelo de desarrollo impuesto con sus formas destructivas, la
esclavitud y la explotación. Quien siga apostándole a este tipo de desarrollo
es un genocida. Así, la política ambiental nace en la promesa fallida del
paraíso y se construye frente a las puertas del infierno producidas por su
discurso.
Las formas de muerte
se multiplicaron. La capacidad asesina de la llamada humanidad no se detiene.
Una nueva causa de muerte emerge del fondo del Hades provocada por el
desarrollo tecno-industrial. Se trata de una muerte en la esfera de la propia
vida: la destrucción de la biosfera. Por
consiguiente, no podemos seguir afirmando el mundo ordenado de Newton mientras
el mundo conocido y domesticado siga generando indefinibles realidades
invisibles y peligrosas por su reduccionismo.
El topos de la nueva política nos exige no
solo una relación con un mundo diferente sino también la afirmación del planeta
dentro de un universo que contiene lo desconocido, lo insondable y lo
inconcebible. Dentro de este universo surgió la vida, aquí se sitúa nuestro
destino, en él encontramos nuestros fantasmas, miedos y voluntades. La vida
afirmada en el topos ambiental es interdependiente de la especie y contiene los mismos componentes
físico-químicos del planeta.
El límite en el que
nace la política ambiental coloca al progreso ya no como una certeza. La
evolución no puede ser concebida como un ascenso dada la capacidad destructiva
y autodestructiva de la humanidad. Aún, los desarrollados no pueden evitar el
subdesarrollo mental, psíquico y ética pues el desarrollo económico les genera
a los desarrollados una miseria humana a manera de un virus sin redención.
La política ambiental
implica un reordenamiento de las finalidades terminus. La finalidad no es desarrollarnos, la finalidad es el buen vivir, y si en esto colabora el
desarrollo, bienvenido sea. Pero el desarrollo presente hasta ahora es para vivir bien debido al papel que ocupa la
economía. El futuro ha sido hipertrofiado por el desarrollo y la economía. Sin
embargo, la frustración contagiada por dicho futuro no puede hacernos caer en
refugiarnos en un pasado inexistente. Tampoco podemos sacrificar el presente a
un pasado autoritario y a un futuro ilusorio.
La apuesta por el futuro tiene que estar lleno de posibilidades. Ergo,
la política ambiental nos lleva a ser vigilantes con las herencias culturales,
y comprensivos con las necesidades de recursos.
En el siglo XIX la
política tomó a su cargo la economía, a finales del siglo XX la economía ocupa
el puesto de la política, pues la política se quedó enredada en el acceso al poder
por medio de los partidos. El crecimiento, la estimulación y la planificación
ha sido parte de la economía. El Estado ha ido haciendo una biopolítica pues su
preocupación es la protección, la seguridad, el trabajo, la enfermedad, la
vejez, la maternidad, la educación, el tiempo libre. Sin embargo, la política
de las grandes ideas se ha ido vaciando para depender de los objetivos económicos:
la estabilidad de la moneda, las tasas de crecimiento, el balance del comercio
exterior, la productividad, la competitividad, la deuda. La política atrapada
en el discurso económico ha caído en un tipo de esclerosis perdiendo la
capacidad de comprender los nuevos problemas, de englobar los problemas en
enfoques multidimensionales. La política determinada por la economía se
disuelve en los problemas administrativos y
técnicos. Los burócratas ahora dependen de los econocratas.
En consecuencia, el
mayor límite de la política ambiental es la prioridad de la economía sobre
cualquier otra dimensión de la política. Después viene la incapacidad de
escapar de lo inmediato, para construir las políticas a medio término y a largo
plazo. La política casi siempre es coyuntural. En lo político se trabaja sobre
lo urgente y se deja de lado lo importante.
Además de los tres
tiempos existen tres sujetos: las personas, las culturas y las naciones. La
política ambiental tiene alcances planetarios los cuales deben ser coherentes
con las políticas educativas y sociales. Apuntamos al cambio de las personas
sin dejar de lado el dialogo con las culturas y la concreción de políticas
internacionales.
Por último, la
política ambiental después del fracaso del sueño del desarrollo se enfrenta a
un desafío transcendental y es desacelerar
la maquina sin control de la tecno-industria.
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