Huir, ¿hacia dónde? ¿Quién quiere
huir? ¿De qué se quiere huir? La huida significa no querer estar en un lado, es
desplazamiento para cambiar de lugar. El cambio es el significante del
movimiento. La desterritorialización conforma la huida. Su equiparación es
de(s)ontológica. La huida no se puede definir como un desear estar en el lugar
donde se debe estar; es más bien un deber estar donde se desea. La huida no
puede indicar un lugar determinado, porque se trata de un no-lugar por su
indeterminación procedente pero sobretodo por la condición natural del huir.
Huimos de ahí, pero no existe el otro extremo: el acá. En realidad, solo hay
punto de partida cuando se huye. No hay punto de llegada en la huida.
La huida
es una ilegalidad, por ello está envuelta en la Krisis de la ruptura. Huir no es lo propio de lo propio,
pero cuando el devenir es el rasgo definitorio del ser, huimos del presente
para estar más allá de lo uno y de lo otro, para estar donde no se puede estar.
No existe un estar de la huida. Su estar no es lo único, ella vive en el
simulacro de la multiplicidad. Estando es la forma inmanente del ser de la
huida.
La ironía de la
huida es la representación. Todo existe a través de algo aunque detrás no puede
estar sino la habitación vacía. Entonces, el derecho a ser representado o
ser representación de algo concluye en
la huida. El no se puede huir es violado en el lenguaje porque la palabra es
una mera huida de la realidad. El lenguaje rompe con la legalidad de lo real,
con su pertinencia. Nos servimos de las palabras para huir de lo real no por
engaño sino por destino.
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