EL ENTRE TIEMPOS DE LA POLÍTICA
Al referirme al 20 de abril del 2005, la
caída de Gutiérrez, hoy el 20 de abril del 2006, quiero tejer una pequeña
reflexión filosófica a partir de una pregunta y es: qué significa ver hoy, después de un año,
aquello que se ha llamado “la caída de Gutiérrez”? No hay duda que volver a un
acontecimiento de ayer, ya no es lo mismo hoy. Ayer estuvimos en lo que Sartre
podía llamar La Situación. Hoy la tarima la tienen los análisis. Los
analistas, me acuerdo, hace un año, cuando la gente marchaba, estaban puestos
en cuestión. Hoy los analistas son los que hablan, ya cuando las marchas para
la caída de Gutiérrez hacen parte del pasado. Sin embargo, me interesa resaltar
una posición y es qué significa mirar el pasado desde el presente? Por que
tenemos que hacerlo? Podríamos decir que es para aprender del pasado. Pero
realmente se aprende a partir del pasado, y sobre todo en política?
Para abordar esta
pregunta voy a partir de una hipótesis y es que pensar hoy la caída de
Gutiérrez es hacerlo en un entretiempo que nos deja al descubierto, en un
primer momento, el tiempo en el que vive la política pero que en realidad se
despliega en un olvido del olvido o en otras palabras, la política tiene
necesidad de volver sobre el pasado por el movimiento propio del
arrepentimiento porque en realidad
esconde aquello que no puede ser visto para la metafísica en la que se apoya,
es decir, el horror en el que vive el tiempo de la política.
Para desarrollar esta tesis quiero plantear tres ideas que permiten dar razón de lo que deseo comentar:
- Primero, el entretiempo nos muestra el tiempo
de la política como un tiempo escatológico que comienza a girar fuera
de su goznes.
- Segundo, el giro en sus propios goznes
es vivir en la condena que está más allá del presente de la presencia,
fenómeno al que hiciera referencia Heidegger.
- Tercero, esta condena se esconde en el movimiento más antiguo del tiempo de la política: olvidar el olvido.
El entretiempo de la política?
Nietzsche en una de las Consideraciones Intempestivas condena a la
modernidad por adquirir los caracteres religiosos. Pareciera que es imposible
estar en la política sin estar en el campo de la escatología. La política es el
tiempo de los redentores y los redimidos, aún sea con la adquisición de un
empleo, una casa o por lo menos unos zapatos.
Sus aspectos religiosos se despliegan con su espectralidad como la
revolución, los forajidos y por consiguiente, sus traidores, los castigos, los
ritos. Celebrar para evitar el remordimiento o para esperar que el espíritu del
cambio se vuelva a adueñar de nosotros pero con las mismas expectativas del
esclavo del Tratado Teológico Político de Spinoza: “la única pregunta es
política es porque el pueblo acepta la servidumbre”. De esta manera los tiempos de las
celebraciones se convierten en rituales: volver sobre una fecha para exorcizar
al demonio y de esta manera no repetir la estupidez, no es más que una
creencia.
No obstante el entretiempo de dos fechas no revela un tiempo roto. Este
tiempo se rompe en el entretiempo no por ninguna causa divina ni reflexiva sino
debido a muchas otras razones, que no vale la perna reflexionar aquí, y que
emergen como una gran frustración. Ahora ingresamos al tiempo de Hamlet, “el
tiempo gira en sus propios goznes” le dije Hamlet al fantasma, en el acto
I. Esta frase aparece en el dialogo con el fantasma de su padre-rey,
precisamente cuando sucede una de las más agudas crisis de la monárquica
Dinamarca debido a la corrupción.
Pero qué significa que el tiempo gire en sus propios goznes.
Cuando volvemos a Gutiérrez lo hacemos desde Palacios y vemos que este es un
tiempo de las cosas negadas. Hasta podríamos atrevernos a hablar de las
virtudes de Gutiérrez, sin embargo este no ya no es el tiempo de las rutas
maltratadas, disfuncionales o desajustadas. Este es un tiempo sin juntura, es
el tiempo de la disyunción temporal, es un tiempo que se vive desarticulado,
dislocado, destrancado, en una continua dispersión, en una diversidad
dispensada. De este modo vivimos abiertos y suspendidos pues ya no hay ni
héroes ni salvadores solo tristes figuras que dejaron de apostar por lo
imposible.
El problema de vivir en un tiempo así, no es que no podamos arreglarlo,
ni siquiera que seamos nosotros los que tenemos que hacerlo, sino que nosotros
tenemos que decir al inicio o al final: la vida es así, la política es así, no
podemos pedirle nada más.
Vivir la política en un tiempo así es vivir en una tragedia
irreparable, en una maldición indefinida, estar en el tiempo fuera de los goznes con seres herederos de la
equivocación. Esto hace que todo tiempo sea anacrónico y su economía no es más
que la venganza y el castigo. Vivir en el tiempo de los condenados es vivir sin
trayectoria.
Mirar el 20 de abril del 2005 a partir del 20 de abril del 2006 es
hacerlo desde otro presente, diferente al presente de hace un año. Vemos al
pasado desde el presente como hace un año lo hacíamos desde el presente del
presente. Pero este presente del ahora es el vacío en contra de la indignación
de hace un año. Si la ira lo inundaba todo antes de la caída, hoy los que
caemos somos nosotros pues la indignación no basta. La indignación no se puede
sostener todo el tiempo. Por eso, el gran vacío y el tiempo girando en sus goznes.
Esta primacía del presente nos muestra que estamos condenados a vivir
en una trayectoria sin orientación y sin seguridad o solo con aquella que
pretendemos darle con nuestras ideas. En efecto, estamos en la trayectoria de
una precipitación, que nos hace temblar y vibrar. Anaximandro decía que cuando
la presencia no se puede separar del presente a lo único que nos conduce es a
la adihia –la injusticia- .
Ya no estamos ni en el optimismo del tiempo escatológico ni en el pesimismo
nihilista de su ruptura sino en el tiempo trágico que gira en sus propios
goznes. Sin embargo no alcanzamos a ver que existe una no contemporaneidad
de lo que vivimos puesto que el presente en sí mismo está dividido –lo no dicho
se encuentra en lo dicho-, el presente es lo que se pasa, lo que esta por
venir, pero nunca esta, y es gracias a esta separación que la justicia se
encuentra separada del derecho.
Pensar esta fecha no es luchar contra el olvido sino descubrir que
cuando recordamos lo que hacemos es olvidar. Con la fecha distanciamos y
decretamos que el hoy no es visto desde ayer sino que lo único que vemos es un
ayer construido desde hoy, pues el ayer tampoco lo vimos tal como el lugar
donde estamos ahora. Así, a través de la fecha estamos llegando al
establecimiento del olvido.
Esto que se distancia desde el hoy, vive en el mismo movimiento que el
inodoro de Ducham pues lo convertimos en monumento solo para recordar que la
estética y la política ya no se
encuentran en sus discursos sino que osan deambular por la indecencia
experimentable por los prisioneros del museo.
En efecto no celebramos para recordar, celebramos para olvidar. Pero en
el fondo lo que buscamos es olvidar el olvido como algo esencial a toda
metafísica, tal como pensaba Lyotard. Necesitamos olvidar que olvidamos para
que el tiempo siga girando en sus propios goznes mientras nosotros seguimos condenados a vivir sin
trayectoria. En breve, olvidamos el
olvido para no colocarnos de frente a algo que no podemos soportar y es que la
política lo que esconde es un inmenso e infinito horror.
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