SER ÉTICO HOY

1. Preámbulo

Mario acaba de egresar de la universidad, se ha graduado de abogado. Todavía no consigue trabajo, lo cual le preocupa un poco ya que su familia es de escasos recursos económicos, sin embargo tiene la oportunidad de trabajar a ratos en un consultorio jurídico, donde está enganchado un amigo de hace algunos años, haciendo algunos trámites y tomando algunos pequeños casos de Derecho Comercial. Siente un profundo malestar, pues pensó que salir de la universidad con título era tener trabajo seguro, sin embargo el número de egresados como abogados es cada vez mayor. Nunca entendió dos cosas: ¿por qué tantos abogados en una sociedad como la nuestra? y ¿por qué tanta demanda en las universidades  de la carrera de Administración de Empresas?  Pareciera que la sociedad sólo pudiera organizarse a partir de las leyes y los juicios. Pero, en lo que sí no tenía respuestas era sobre qué empresas se podían administrar con tanta pobreza.

Algunos profesores le habían advertido a Mario sobre la distancia que existía entre la teoría y la práctica. No podía imaginar que esta advertencia tenía que ver con la corrupción, pero cuando comenzó a realizar pequeños trabajos fue dándose cuenta de que el dinero era el mediador y el fin de las prácticas profesionales, lo cual le pareció que estaba muy lejos de lo que había aprendido.

 

2. El deber ser y las intenciones

Los estudios habían insistido en la ética del deber ser. Las leyes eran las guías para los comportamientos y las relaciones. ¿Cómo tiene que ser un abogado? ¿Cuáles han de ser sus valores? ¿En qué consiste la responsabilidad con el Estado, con los otros y consigo mismo? Tenía una confusión porque el peso de la ética descansaba en los saberes y en el saber hacer de las diversas materias que le enseñaban. Hacer bien las cosas era ético por el bien comprendido. La adquisición de los conocimientos se involucraba con los comportamientos como si conociendo el cómo deben hacerse las cosas fuera igual a hacerlas. En otras palabras, el conocimiento era la fuente del hacer. Mario no sospechaba  que el hacer del conocer podía ser nefasto por fallas en el conocer,  parcialidades de las leyes, o por asuntos imprevistos del conocer. 

El deber ser en oposición al ontos señalaba grandes interrogantes en las prácticas de abogado. La realidad se colocaba casi siempre en desventaja frente a las leyes, pues Mario creía que el deber ser no permitía casi nunca ver la parte positiva de las personas y de los acontecimientos. Una vez imaginó que el deber ser era parecido a tener una zanahoria atada  a una pequeña distancia de nuestra frente, por lo que aunque nos cansemos corriendo para atraparla, nunca lo podremos lograr. El deber ser, quiéralo o no, desvaloriza de manera sistemática y constante la realidad. Las situaciones más diversas, creemos, se conducen desde la clarificación del deber ser.

Mario no imaginó que la estructura vertical del deber ser iba a ser contestada por las nuevas generaciones, de tal modo que, el deber ser comenzaba a ser un esquema que había de olvidarse. Lo que debe ser no puede ser más.  Había que comenzar por el ser, por lo que creemos que es o interpretamos como lo que es. La condición monolítica del deber ser, su estatuto de certeza comenzaba a importar menos. Ahora se debía trabajar dentro de un ambiente de incertidumbre. Valorando más la realidad y, en el mejor de los casos, colocando la teoría ya no dentro de una posición inicial, sino a manera de iluminación, como la propuesta de Paul Ricouer.

¿Cómo hacer? ¿Qué decir? No hay duda de que las cosas eran más fáciles, pero ahora había que hacerlas de otro modo. Mirar las realidades, pensarlas desde sus diferentes condiciones culturales, psicológicas, sociológicas y económicas, entre otras, para después pensar sobre las leyes y su aplicación.

Mario se sentía molesto con el deber ser. Era una forma constante de decidir sobre la moralidad. Su familia había intentado forjar su personalidad de esta manera. ¿Cómo tiene que ser un hijo? ¿Cómo tiene que ser un estudiante de jurisprudencia? ¿Cómo tiene que ser un ciudadano? Parecía que bastaba con saber qué se debería hacer sin importar quién determinaba el deber ser. Llegó a pensar que los grandes problemas sociales se debían a no seguir los preceptos. Todo era cuestión de aplicación. De hecho, chocábamos  a menudo con los discursos que decían: las leyes existen, por lo tanto lo que falta es el cumplimiento; y como las leyes no se cumplían, entonces todo era un asunto de ejercer controles y puniciones con este fin. Por lo tanto, el deber ser no era la única estructura obligatoria. Así, su vida iba transcurriendo entre dos estructuras  impositivas que no podían ser cuestionadas sino en sus desvaríos y a las que se debería someter, pues él era simplemente su objeto directo.

Muchas cosas no se podían cumplir porque estos deberes ser presuponían a Mario en una perpetua condición de infante. No había sino una manera de actuar, y todo lo que se saliera de ello era ya ilegal e inmoral. Él, una vez, había escuchado a una catedrática decir que las leyes partían de concepciones delincuenciales por lo que los grupos y las personas sin tales prácticas, no podían evitar ser tratados como delincuentes, pues vivían dentro de la ley. Por consiguiente, en su estudio de las leyes, muy pronto se dio cuenta de que el deber ser de las leyes desconocía la condición de complejidad de los individuos y las sociedades y beneficiaba los prejuicios negativos de la moralidad.

Es más, el deber ser presuponía la existencia e incuestionabilidad de algunos principios, los cuales eran admitidos como insuperables. Los derechos humanos eran lo máximo. Nadie imaginaba cómo los derechos humanos, nominados durante un tiempo como derechos del hombre, no eran tan humanos. Mario recordaba a Panikar, un filósofo hindú, quien afirmaba que los derechos humanos hacían parte de la prepotencia occidental al considerar todo aquello realizado por ellos como universal, como la técnica, la ciencia y hasta la ética. 

Debían respetarse algunos principios que son inderogables sin consideración de las consecuencias. Esos principios hacían parte del sentido común de las ciencias específicas. Principios que para Mario aparecían con una proximidad a la contemplación religiosa. ¿Quién determinaba estos principios?, era una pregunta que nadie se comprometía a contestas. Simplemente le enseñaban a Mario estos principios como  sagrados, nadie ni nada podía atreverse a violarlos.

Había deberes que él debía realizar por el hecho de ser hombre, y otros por el hecho de ejercer la abogacía. En el discurso del deber ser se le enseñó a no confundir los fines con los medios. Los medios no justifican los fines, de ahí que él pensara que los grandes problemas éticos se debían a esta confusión; así, él no se atrevía a cuestionar los fines sino los medios. Los fines siempre estaban bien colocados.

Para Mario era muy difícil creer en los principios éticos intemporales descubiertos por algunos filósofos de la Modernidad, ya que por ser intemporales, eran universales. No obstante, no era ésta una de las preocupaciones fundamentales. Más bien su preocupación radica en ver cómo sus profesores lo juzgaban cuando se atrevía a cuestionar estos principios, pues este gesto era visto por sus profesores como un producto del mal. Sólo las personas de naturaleza perversa podrían atreverse a cuestionar tales principios que provienen, supuestamente, de la naturaleza humana.

Alguna vez Mario escuchó que los profesionales del deber ser, los deontólogos, eran personas poseedoras de la máxima claridad sobre el bien, lo cual le pareció algo extraño, pues cuando adolescente había caído en sus manos el libro “Así hablaba Zaratustra” de Frederich Nietzsche donde se hablaba de los errores de ese bien cristiano. En realidad estaba un poco confundido. En fin, no había ninguna duda: los deber ser  confiaban y vanagloriaban las intenciones rectas, y la justicia del acto se suponía realizada básicamente en la intencionalidad de los sujetos.  Este aspecto le molestaba mucho más, pues la presencia de un padre tan violento como el suyo, quien normalmente le golpeaba en su niñez, justificaba los golpes y los castigos por el bien. Esto no le permitía entender cómo desde el bien se podía destruir, hacer la guerra y hasta eliminar a pueblos enteros. Por tal motivo, buscó otras opciones éticas.

 

3. ¿Qué son el bien y la felicidad?

Cuando estaba poco convencido del deber ser, escuchó de la existencia de la corriente teleológica de la ética. Esta corriente ya no insistía en lo que debemos hacer sino que enfatizaba los fines, las finalidades y los objetivos. Por supuesto que para detectar las finalidades habría que preguntarse sobre el mejor de los mundos posibles de Leibniz. ¿En qué mundo quisiéramos vivir?

Bastaba con asomar la nariz para saber que este mundo no era el que quería. La influencia de su abuelo, quien había participado en el nacimiento del partido comunista, como la participación en un grupo de estudio dentro de la facultad, le había dado algunos elementos críticos para entender la injusticia sobre la cual se asentaba la vivencia de los pueblos. Sin embargo, algunas veces se había preguntado si estas preocupaciones pertenecían sólo a su época de estudiante, y por tanto, el tener una familia, hijos, implicaría pensar de otro modo.

Definir el bien y luchar por éste era algo muy importante. Esta ética le atraía mucho más porque lo hacía más partícipe. Las acciones debían estar orientadas al bien. Sus acciones, como los pocos momentos que compartía con su familia, la mayor cantidad de tiempo que pasaba en el trabajo, con su enamorada y con sus amigos, podían maximizarse. Buscar un bien para la gran mayoría. La ética era la búsqueda del bien. Pero el problema surgía frecuentemente, pues escuchaba en las noticias de la TV que hasta los despidos de los trabajos se hacían en nombre del bien. Los empresarios insistían en una sociedad de mercado, en la competitividad; pero sus discursos, muy a menudo, eran incoherentes, pues en el momento de reconocer sus intereses como amenazados, volvían a la cultura del proteccionismo y a los conceptos propios de los nacionalismos. Además tenía importantes discusiones con su enamorada: lo que hacía por el bien de ella, para ella no era algo bueno. Peor todavía cuando no todos pensaban en el mismo mundo que a él le interesaba. El mejor de los mundos no pasaba por vacaciones en Cancún, ni en tener el auto del año; el mundo que él deseaba se acercaba más a un Estado sin corrupción, no tener hambre en el país, a que la gente no migrara por las imposibilidades de vivir en este país tan caro y sin empleo, en políticos más cercanos a la gente, y tantas otras cosas que se inspiraban en la justicia y la equidad. 

En consecuencia, el bien dictado por sí mismo devenía problemático, de la misma manera que el deber ser. La búsqueda de la felicidad  y el rechazo de la infelicidad no eran algo tan claro. A su abuelo le había escuchado decir que uno podía ofrecer los dolores por los demás, pues fusionaba su herencia católica con las primeras ideas revolucionarias del país.  Si ahora todo era felicidad y ser ético era estar feliz, no hay duda de que era más atrayente, pero no todos pueden ser felices al mismo tiempo. La felicidad de algunos pocos se pagaba con el precio de la infelicidad de la mayoría. Además, ¿qué es ser  feliz? ¿Encontrar la mujer de sus sueños? ¿Comer en un determinado restaurante? ¿Un orgasmo? ¿Comprar un auto? ¿Ganarse el Pozo Millonario? Algunas novelas que había leído de Proust –En busca del tiempo perdido- y poemas como los de Baudelaire -Las flores del mal- le indicaban que la felicidad era un imposible. Muchos lo dirían: la felicidad sólo se puede alcanzar por momentos muy cortos.

Mario se dio cuenta de que la lucha entre el bien y el mal no era un asunto tan fácil. Ser buenos no era buscar el bien y evitar el mal, porque había bienes no muy buenos y males no tan malos. Al final entendió que la ética podía comprender el bien y el mal a la vez. Lo cual no dejó de confundirlo. Además, el bien como finalidad no podía justificarse como fin, ni todos los medios que se podrían implementar.

No tenía Mario autonomía para decidir sobre lo que podía hacer o saber acerca de qué es el bien. Lo aprendido de los mayores sobre lo bueno y lo malo era lo correcto; así, eran otros los que lo habían decidido por él.  El mundo ya estaba finalizado. Alguien con sus propias leyes, no era real. Al final todos seguimos aquello que se nos ordena o se nos indica, proveniente de centros de poder. De manera que, tanto las éticas deontológicas como las éticas teleológicas son la producción de algunos; así, Mario, como todos los demás, son sujetos pasivos de la ética. 

No obstante, desde la libertad y desde el mismo bien se podían combatir  a las éticas del deber ser y del bien. Como el círculo no había sido cerrado,  no se caía en un fatalismo. Pero los sujetos no habían sido formados para pensar este bien sino para mimetizarlo, repetirlo sin originalidad a fin de permitir al Pastor seguir conduciendo su rebaño. Sin embargo, no todo había quedado cerrado.

 

4. El tiempo del amor por la naturaleza

Un día, una amiga que había ido a estudiar a Alemania  le comentó del amor y la defensa de los alemanes en pro de la naturaleza: la preocupación frente a la contaminación, el respeto y cuidado de los animales, la protección de los árboles. También le contó otras cosas, como el  ver un día, en un importante diario, la foto de  la celebración del cumpleaños de un gato. Éstos, como muchos otros aspectos le resultaban extraños y no dejaba de compararlos con el mal trato que recibían los extranjeros en los países del Norte.

En todo caso, Mario decidió hacerse defensor del medio ambiente. Vio que algunas cosas tendrían que cambiar como lo que creyó haber aprendido desde el catecismo: el hombre era el señor del universo y todas las especies dependían de su voluntad. Adán, concediendo nombres a todas las especies para adueñarse de todo, resultaba alguien poco simpático. Las especies no dependían solamente de nosotros. Nosotros dependíamos también de las especies, de la naturaleza en general. Habían pasado muchos siglos de explotación de la naturaleza y del hombre mismo. Tantas advertencias y problemas graves parecían suficientes para el nacimiento de una nueva conciencia.

A medida que el compromiso de Mario aumentaba con campañas en contra de la explotación petrolera y en otros tipos de acciones, fue percatándose de dos corrientes dentro de la ecología: una antropocéntrica que considera la naturaleza como el entorno del hombre;  así, salvar a la naturaleza es salvar al hombre. La otra es biocéntrica y considera el hombre como un ser vivo entre los seres vivos; por consiguiente, la naturaleza ha de protegerse por ser naturaleza. Esta tendencia se coloca por encima del mismo hombre, sin ningún inconveniente. Los seres humanos entran en sospecha.

El mundo ya no era infinito como para los hombres del siglo XVII; el mundo se podía acabar, por lo que  las visiones apocalípticas lo acompañaban desde el inicio de su compromiso. Además, si los hombres del siglo XVII tenían una visión del mundo solamente mecánica y la naturaleza no tenía ni finalidad ni sentido, entonces los hombres decidían sobre sus valores. Ahora Mario estaba convencido de que la naturaleza puede indicar los valores válidos para el hombre. Hasta su odontólogo le repetía que había que dejar a la naturaleza hacer su trabajo y no intervenir, hablando de una pieza que se iba a caer.  Pero la naturaleza no era un dechado de paz. Dentro de la naturaleza, determinados fenómenos podrían provocar mucho dolor en varios lugares del Planeta.

Un dirigente de la ONG en la que trabajaba le dio un libro para que lo comentara llamado El principio de la Responsabilidad, de un tal Hans Jonas, donde se proponía una ética para la civilización tecnológica. La prioridad ética era la de volver a insistir en la responsabilidad. Sentirme responsable del cuidado del Medio Ambiente era la forma privilegiada de devenir ético.  Resultaba bastante interesante porque Jonas proponía una nueva ética frente a la amenaza del Planeta. No servía una ética que se quedara paralizada en el propio territorio, había que ser solidario con las causas de otros lugares porque los efectos de las catástrofes ecológicas, tarde o temprano, nos afectarían. Se trataba de una ética planetaria que le hacía sentir a Mario un ciudadano del mundo. Por supuesto, no cabían discursos nacionalistas que insistieran en lo nuestro. El mundo era la casa de todos. Situación muy distinta a la de la ética política que focaliza de manera extrema los intereses de un determinado territorio. 

La ética de los derechos y los deberes suponían la simultaneidad y la reciprocidad dentro de un espacio delimitado, mientras que llegar a ser eco-ético era no esperar ninguna simultaneidad ni reciprocidad. Mario no podía exigirle a la naturaleza que hiciera por él, aquello que él hacía por ella. La vida era el centro de la reflexión. La vida es la contestación a la nada. El absurdo que se generó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, es contestado por las luchas a favor del medio ambiente desde la perspectiva de la vida.

Mario había escuchado que para ser ético era importante actuar queriendo universalizar las acciones. Una acción suya que sólo se realizara por capricho y no admitiera que otra persona también la pudiera realizar, no era ética.  Mario era quien hacía su propia ética, y en la medida que actuaba, universalizaba la ética. Ahora, el principio ético de Jonas era muy parecido: “actúa de tal manera que haya una humanidad”[1].  La universalidad y la decisión del individuo garantizan el acto ético en Kant. No hay, por tanto, éticas, sino una ética.

En el caso de Jonas, la ética sigue siendo universal y nace en el individuo. La afirmación principal se dirige hacia la construcción de la humanidad, gesto que Kant lo precisó. En suma, ambos imperativos están de acuerdo en que la ética inicia por el individuo y se garantiza en la universalidad. Sin embargo, Mario veía con sorpresa que eran más bien éticas particulares las que se acercaban al respeto del Ecosistema y que, por el contrario, muchas de las políticas organizadas para la implementación de la ciencia y la tecnología, la dejaban de lado.

Mario frecuentaba ciertas reuniones donde no sólo le hablaban de catástrofes,  sino que también buscaban definir lo probable y lo posible de los proyectos de desarrollo que el Estado y la Empresa Privada implementaban. La moralidad no se buscaba en lo actuado, sino también en el análisis de aquello que se estaba preparando. Poco a poco fue apoderándose de él un inmenso miedo y sospecha frente a todo tipo de propuesta de desarrollo. Llegó hasta considerar que el desarrollo y el respeto por la naturaleza jamás podrían ir de la mano. No había desarrollo sustentable, pues las contradicciones eran insuperables.

La responsabilidad que experimentaba Mario con la vida del Planeta, era algo que sus amigos admiraban. Su madre también le admiraba porque para sus adentros pensaba que Mario era por primera vez responsable en su vida. Cuando falleció su padre se sentía responsable de su muerte por la pésima relación con él. Ahora, esta nueva responsabilidad lo conectaba con el futuro y con un mundo indefenso y totalmente vulnerable. 

La victimización de la naturaleza le convertía en eufórico y, en determinadas ocasiones, se sentía un auténtico Mesías. Sin embargo se dio cuenta, después de cierto tiempo, que existían otros tipos de ética como la relacionada con la gestión de administración pública y la propia vida. Estas  otras formas le incitaron a la curiosidad.

 

5. La ética y las formas para evitar el dolor

Para Mario, vivir en una ciudad, después de haber estado en la ética ecológica, no era atractivo. Inseguridad, contaminación, estrés y otros problemas debía experimentar todos los días. Las ciudades tenían, para él, pocas cosas agradables. Una vez había oído hablar a un Alcalde de América Latina, filósofo, sobre un pensador inglés Bentham, del siglo XVIII, el cual había propuesto una ética universal que buscaba resistir al dolor. Una ética que implicara el dolor no merecía ser llamada ética. 

La ética pública debería ayudarnos a vivir bien, es decir, a tener una ciudad sin corrupción, sin contaminación, con una circulación de autos sin embotellamientos, pudiendo caminar por las calles sin temor a ser atracados, teniendo la posibilidad de pasear en el auto sin miedo a ser desvalijado o a perder el auto. Lo cierto es que para llegar a vivir en una ciudad así, no había oportunidad de huir del dolor, pensaba Mario, porque alguien que luchara por este tipo de ciudad, no  iba a recibir tanto reconocimiento. Por el contrario, debería enfrentar poderes invisibles que le iban a querer hacer la guerra hasta destruirlo.

Bichat, un famoso médico francés, había pensado que la vida son las fuerzas que resisten a la muerte. Los seres vivos resistimos al dolor. La consagración del dolor, como lo que nos enseñan algunas iconografías de la Colonia, eran caricaturas de una vida que se consume en el dolor y que erróneamente llegaron a ser consideradas como modelos, lo cual es un adefesio al servicio de la resignación y el dominio. Por el contrario, todos buscamos la satisfacción de nuestras necesidades básicas. En efecto, nuestra búsqueda permanente es el placer. Huir del placer es irse contra la naturaleza. La satisfacción de las necesidades y la conservación de sí mismo y de la especie estaba basada en una ética de la vida, insertada en el destino de los seres vivos.

Mario se insertó en este tipo de ética y lo primero que orientó su vida fue la búsqueda del placer y el querer evitar el dolor. Pero cómo saber qué es el bien y el mal. Porque no todo bien es placer ni todo placer es bueno. No todo mundo sabe lo que es bueno ni lo que es malo, en contra de lo que pensó el intuicionismo de Shaftesbury y Hutcheson. Para saber contra qué luchar y qué buscar como placer habría que seguir un criterio externo y objetivo de la moralidad de nuestras acciones. Así, Mario debería seguir el criterio de la mayoría y no de sí mismo, o de sí mismo siempre y cuando fuera de acuerdo con la mayoría. En realidad, las elecciones y el querer de la mayoría eran las grandes líneas morales. Luego, la felicidad de Mario era la felicidad de la mayor cantidad de personas.

Sería muy difícil que Mario fuera feliz en contra de la felicidad de la mayoría. Sería imposible que la felicidad de la mayoría no estuviese de acuerdo con una auténtica felicidad. En otras palabras, la mayoría siempre tiene la razón en materia de ética. Así, aunque la mayoría se pudiera equivocar, el camino más seguro era el juego democrático de las elecciones colectivas.

Mario, haciendo una retrospectiva de las elecciones presidenciales de los últimos doce años, no estaba seguro de tal propuesta, porque muchas de las cosas  que se habían adquirido con las reglas de la democracia, habían coincidido con crasos errores. Si la democracia no tuviera ese perfil nefasto, la maquinaria de los poderosos para imponer lo que ellos quieren, quizás sería mucho más confiable. Además, esa heteronomía de la moral la convertía en fácilmente manipulable. El individuo renunciaba a sí mismo para seguir las reglas de otros. A Mario le pareció que esta ética era la prolongación de las morales, de lo que nos viene dictado como bueno sin posibilidad de reacción.

La felicidad del utilitarismo era definida como placer o ausencia de sufrimiento. Mario estaba convencido de esta definición, sin embargo, algunos de sus maestros marxistas le ayudaron a hacer ver que la economía estaba asentada en una inmensa desproporcionalidad que beneficiaba a los dueños de los medios de producción. Olvidar esto era no sólo caer en un romanticismo ingenuo y, sobre todo, favorecer la dominación. Mario entendió que la infelicidad de la mayoría iba a beneficiar la felicidad de unos pocos. En consecuencia, el precio del placer de algunos era igual al precio del dolor de muchos.

Si las intenciones no convierten en éticas las acciones de Mario, tampoco son los actos los que convierten éticas las acciones.  Evaluar las acciones por sus consecuencias sobre la maximización de la felicidad global, es un peligro ético, a partir del cual se puedan cometer una cantidad de actos injustos. El combate a la injusticia y el sostenimiento de la justicia no son situaciones placenteras. En resumen, vivir en la injusticia puede ser más placentero que su combate. 

Por último, a Mario le entusiasmaba esta ética porque no resolvía sólo sus problemas sino que se preocupaba de los demás. Había que maximizar el bien de todos los seres sentientes.  La maximización del criterio naturalista del bien y del placer podía pretender a la igualdad. Pero ¿qué tan natural podría ser el placer definido desde la mayoría? ¿No eran unos pocos los que definían lo justo para la mayoría? Lo más sospechoso para Mario era que la mayoría decidía sobre el placer, y el utilitarismo pedía que en materia de moral cada uno rindiera cuentas por sí mismo, nadie más que él. ¿Cómo podía una doctrina exigir cuentas a cada uno cuando era la mayoría la que decidía por cada uno? Stuart Mill afirmaba que existía un bien colectivo, un soberano bien, un estado óptimo del mundo, la más grande felicidad de todas, que sobrepasa a los individuos y sus intereses singulares. En realidad, la tensión entre la felicidad de la mayoría y la felicidad de Mario se pretendía resolver con el “laissez-faire” y con las leyes y costumbres, salida que le parecía a Mario bastante improbable y en los bordes de aquello que atentaba contra la ética. Ergo, la maximización del bienestar conducía, de manera irremediable, a grandes injusticias en la vida de la mayoría.

 

6. Bueno es lo que cada cultura decide como tal

En medio de la crisis y las sospechas, Mario fue invitado por un grupo de juristas, especialistas en video y cine y  antropólogos a hacer una investigación sobre la muerte de un grupo de indígenas a manos de otro grupo por venganza. El grupo de investigadores se desplazó hacia el Oriente, y después de casi 24 horas de viaje llegaron al lugar esperado.

Desde su arribo, Mario fue sorprendido por la cultura de este grupo indígena: la guerra y la venganza eran elementos claves en su convivencia. No sólo que su modo de vida, sino que su estética y ética eran diametralmente diferentes a todo lo que Mario concebía como válido. Por supuesto, no existía ninguna universalidad en la concepción del bien.  Lo que era bueno para Mario, no lo era para estos grupos.

Bernard Williams había dicho que la norma moral es siempre la de una sociedad, la de una forma de vida compartida, la de un contexto. Aplicar el bien desde una concepción exterior era cometer una serie de injusticias.  Cada cultura define lo que es bueno, por lo que el único juicio válido es el que se dan las culturas a sí mismas. Así, no cabe ningún tipo de juicio exterior.

A Mario le costó entender este esquema ético. Se acordaba de Todorov quien decía en uno de sus libros que el bien desde fuera tiende a ser asimilacionista y esclavista. Bueno es lo que conviene en la dominación del otro que no ha sido dominado, y malo, la resistencia de los grupos. No obstante, le preocupaba la renuncia a la interrelacionalidad en la discusión sobre lo bueno y lo malo. Lo bueno no lo dicta el individuo, está dictado por la sociedad en la que se nace. Mario se preguntaba si lo que él llamaba asesinato podía no serlo por el principio ético del contextualismo. Si la concepción del bien está situada dentro de un contexto definido y particularizado, unido a formas de vida concretas, ¿puede ser llamado ética? Ergo, la ética no es la invención de cada uno. Nosotros habitamos en una ética que no ha sido inventada por los individuos y que tampoco es universal. Las éticas pertenecen a las culturas.  Así, la objetividad de la ética se origina en las singularidades y no en las totalidades.

No porque Mario haya nacido en Quito, entiende las normas morales. Además que nunca se ha puesto a pensar en ellas. Él no crea esas normas morales y tampoco las controla. En esta sociedad quiteña está obligado a ser moral. Por tal motivo, la reflexión se traslada de los fundamentos a las relaciones del individuo con la sociedad a la que pertenecen los individuos. La pregunta no es sobre cómo queremos vivir; la pregunta es sobre cómo debemos vivir en la sociedad en la que nos encontramos.

Lo que sus abuelos y sus padres le enseñaron son los límites de la moral. Límites que advienen a través del lenguaje.  Otro de los límites es el racionalismo, pues no se piensa en la ética debido a la prioridad del bien. Además, las decisiones no se fundan en razones que puedan explicarse discursivamente. En contra de Kant, los principios  éticos están más allá de la razón.

El contexto está mucho más cerca de la prudencia aristotélica porque se trata de la aplicación de la razón a lo diverso, cambiante y singular. No existen obligaciones categóricas, absolutas y universales. Tampoco hay cómo pensar en los fundamentos porque no hay cómo justificar la vida ética en fundamentos. En efecto, las obligaciones singulares y particulares pueden prevalecer sobre las obligaciones universales. Por consiguiente, la elaboración de un juicio fuera del mundo indígena, para Mario no tiene sentido.


7. Conclusión

Mario estaba decepcionado sobre la importancia del pensamiento ético porque en todas las éticas que había conocido, había encontrado inconvenientes. Creyó que era  imposible ser ético. ¿Quién era ético? Era difícil  saberlo, e imposible determinar quién podría llegar a serlo.

Tampoco se podía saber sobre qué tipo de exterioridad apoyarse para determinar  qué está bien y  qué se debe hacer. Por ejemplo, aunque la eco-ética se centraba en la vida, había encontrado personas racistas, xenófobas y machistas. El riesgo de desviarse hacia un biologismo no podía ser eliminado. Además, aunque era muy importante la conservación, el problema social se dejaba intacto. De igual manera, el utilitarismo era una doctrina que aparecía ampliamente reduccionista bajo los criterios subjetivos del bien-estar y una jerarquización de las preferencias. Pero el problema mayor es la imposibilidad de evaluación de un tercero. El laissez-faire no resuelve la dicotomía. Por último, el utilitarismo no puede renunciar al sacrificio.

En el caso del contextualismo, es imposible resistir al poder, pues conduce a las sociedades pluralistas al conformismo. Las sociedades devienen pluralistas pero dentro de un fenómeno nefasto que tiene que ver con la anulación del juicio debido a la caída directa en el relativismo moral.

En suma, Mario continuó pensando que no podía contestar a la pregunta sobre ¿cómo ser ético hoy?       



[1] “Actúa de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra el máximo tiempo posible”.


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