DE LA FILOSOFIA DE LA REALIDAD A LA FILOSOFIA DEL MUNDO DE LAS VICTIMAS



    Quisiera comenzar mostrando la intención de hacer una propuesta a partir de reflexionar, -en el sentido de flexionar y de volver haciendo un giro en el tiempo y torsionando los conceptos advenidos a manera de insinuación- sobre  algunas ideas propuestas en estos tres días de diálogos filosóficos en lo que concierne a la relación entre filosofía y realidad.

     Comenzaré colocando la pregunta sobre ¿qué tiene que ver la filosofía con la realidad? Tal orden, filosofía y después realidad, relación en un sentido y no en otro, devela un posicionamiento, de entrada, quizás ingenuo sobre la filosofía y su quehacer que nos es tan claro en la medida en la que podemos construirlo de muchos modos. En todo caso, en tanto que corte y comprensión de un comienzo que en últimas no puede ser comprendido o abarcado de manera total, tomemos el riesgo y no evitemos la economía de los comienzos como bien nos propone Vladimir Jankelevich.

     Antes de comenzar a desarrollar esta pregunta me gustaría hacer una precisión del orden del concepto y otra a manera de pretexto que comienza a desplazar la respuesta en una dirección poco cartesiana pues no pertenece a la claridad y más bien se presenta como una discontinuidad específica.

     Primero, desplazaré el concepto de realidad por el término “mundo”. ¿Por qué? Podemos advertir la distinción filosófica de origen kantiano que nos conduciría a proponer una separación sin distinción y más bien como disyunción, en la larga tradición de los pares, entre realidad y real. La realidad como el conjunto de interpretaciones que hacemos desde disciplinas, ideas, ideologías, intereses, poder, etc. Y lo real como algo del orden de lo inaccesible y del movimiento.

     Sin embargo, me interesa adjuntar una critica articulada a la arqueología para señalar, bajo la disyunción sin distinción, la manera como la separación, entre lo real y la realidad, esconde la amenaza de la neutralidad en lo que nosotros, vemos, sentimos, pensamos y decimos, a fin de desnudar el juego perverso entre la neutralidad y parcialidad, la subjetividad y la objetividad a manera de uno de los vectores que se encuentra en la relación de saber-poder, un concepto, que como diría un amigo filosofo,  lejos del supuesto ascetismo del saber, se inscribe en las coordenadas miserables de una política del poder bajo, dentro y en los extremos de su mezquindad.

     El término realidad parece  deberle su nacimiento en la alta Edad media a Duns Scoto. Término al que se le adjunta la noción de haceitas y que sintetiza la realitas en oposición a la res no hecha que se quedaría como Ideam o idealitas. Así, la realitas es la determinación del orden en última instancia divina, neutral, eternizante. Lo real es lo que es y lo que es se impone por encima de lo pensado y dicho.

     Esta fuerza de lo real aliada a su significación eternizante, aún dentro del movimiento mismo, bajo la realidad develadora, es lo que me conduce a pensar en la necesidad de un cambio de significación a partir del concepto de mundo, el cual, desde una perspectiva Pascaliana, puede girar en los modos propios de su inversión, desplazamiento, vuelta sobre sí, y deriva, en una posibilidad en la que no se obnubila la capacidad de subjetivización al mismo tiempo que se complejifica en su interrelación.

    Aquí, desearía pasar a la segunda precisión, derivada de la aclaración anterior, en una dirección vista más a partir del giro que de la exactitud, y lo hago como una pregunta: ¿Es posible una filosofía sin mundo? La virtud ascética de un estoicismo unido a la contemplación es robada por la Teología de la Cristiandad diría Habermas es una conferencia dictada en la Universidad de Seúl. Decir que si a la pregunta, es volver a la cuestión sobre la neutralidad de la filosofía pues se basa en el presupuesto de la filosofía independiente. Paradójicamente, al mismo tiempo que su neutralidad se diseña, aumenta el problema de la función, de su sentido pues de qué puede hablar la filosofía sino es de lo que sucede en el mundo, de su propia influencia, de la manera no solo como el mundo está ahí, sino también del modo en la que el mundo, la parásita, genera distorsión en el caso de lo que cae, no tanto a partir del problema de la mentira que existe, como del error y la ilusión que la puede fundar como una espada de Démocles insoslayable. 

     En consecuencia, el mundo en tanto que sustancia aristotélica organizado a partir de las categorías del Peri Hermenias o el pensamiento que instituye y limita el mundo desde Descartes hasta el romanticismo alemán, o el lenguaje desde una pragmática iniciada con Pierce, confirmada por el segundo Wittgenstein, no escapa a la tentación, para utilizar el término de Simone Weil y retomado por la filosofía de Eric Lecerf, de caer en lo que yo llamaría la situación de las dictaduras epistemicas o bien del mundo, en tanto que realidad, o  pensamiento, o  lenguaje, este último propio de la filosofía contemporánea y de origen anglosajón el cual tiene como punta de lanza al consenso en Apel y Habermas y la construcción de la justicia de Ralws bajo los presupuestos de una igualdad abarcada y ahogada en la justicia distributiva con una racionalidad que aparece como dato ya supuesto. Peligro que se sintetiza en la mayor perversión filosófica y que es igual a dejar al mundo ser el mundo bajo la mayoría de presupuestos anteriores. Por lo tanto, mis primeras aseveraciones con respecto a estas dos aclaraciones y entendiendo a la filosofía como el arte de lo singular por lo que no es su falta de universalidad lo que la condena sino su traición a las víctimas y su ausencia de compromiso, son las siguientes:

     Primero, no habría como filosofar sin mundo y la problemática de la relación entre los dos términos no se quedaría ahí, aunque comienza en el lugar de su desvío.

     Segundo, si en lo que decimos el mundo esta de muchos modos bajo el perspetivismo que se comienza a insinuar en Leibniz y tiene su origen oficial  en Nietzsche, el problema, o mejor, el grave problema tiene que ver no con la pluralidad del perspectivismo sino, y vuelvo a afirmar, dejar que el mundo sea el mundo debido a una neutralidad incambiable, a su eternización y lucha contra la subjetividad, aún en la experiencia del mismo movimiento  en tanto que flujo deleziano. Ser y deber ser pues el cambio no puede cambiar. De esta manera se forma una filosofía que habla del mundo, que busca entenderlo y hasta criticarlo bajo el presupuesto que el mundo hay que dejarlo ser. Por supuesto, sin arribar a percibir y mucho menos construir una filosofía que se piensa a sí misma desde el mundo en la que ella habita y es habitada.

     Continuando, la inversión de la pregunta inicial parece necesaria ante la grave constatación de una filosofía que no se aleja del mundo y que lo deja en un punto en el que la neutralidad y la objetividad validan su aplastamiento. Luego, el bucle es indispensable. Entonces, ¿qué tiene que ver el mundo con la filosofía? ¿Es acaso la filosofía una peculiaridad para la mundaneidad, en la que esta vive y se piensa?

 En tal sentido, son varias las ideas que se desprenden:

     Primeramente: el significado de la vuelta en tanto que regresó sobre sí, desarrolla el poder de banalizar y ridiculizar a la filosofía misma a la manera de una oportunidad sin precedente, o lo que sería de una ausencia sin presencia. Es la oportunidad de la significación del regreso sobre sus propias sendas para advertir sobre sus sin-sentidos, sus demencias y desmesuras, y hasta su imposibilidad como pensamiento puro y profundo.

     Segundo: ocurre el paso del pensamiento de pensar el mundo, del hablar del mundo, de definir sus propias indefiniciones, aclarar sus limites hasta decretar su sin-razón, hacia un pensamiento a modos de subjetivización que pretende pensarlo, dirigirlo, no en tanto como búsqueda de lo nuevo sino como la advertencia de lo que ha pasado inadvertido. Es decir, una filosofía que ha sido realizada no por sí, pero tampoco sin ella.

     Tercero: realizar el cambio de registro de una filosofía que hace de lo imposible su más grande posibilidad no dentro de la estructura ontológica del ser para la muerte sino de la vida misma que ocurre en la contradicción y en la inventividad de sí. Vida que se significa a partir de la víctimas y no como pura negatividad.

     Y cuarto: un pensar del bien en tanto que justicia, más allá de los procedimientos y sin el único y absoluto a priori de la racionalidad.  Como diría Lecerf, un pensamiento que sin renunciar al sujeto de la emancipación, se pregunta por la manera en la que el mundo banaliza tal supuesto y lo ataca desde del nosotros y del yo en tanto que egoidad y autista, para utilizar un término del filosofo Jacques Poulain.  

 De esta manera, habría que señalar una ironía:

     Pretender que la filosofía es la labor de un grupo de iniciados que si saben pensar y que si conocen el mundo es una increíble estupidez. Él filósofo que cree entender el mundo como nadie lo entiende es un pedante. Si él sabe lo que nadie lo sabe no es más que un pendejo que desea ocultar sus propias vulnerabilidades pues no acepta la vulnerabilidad que lo haría más humano. En consecuencia, no es raro, que el mundo de los filósofos se afirme a partir de la descalificación de los otros. Arriban a pensarse como pequeños genios que viven en el mundo y que se piensan fuera de él pero que sin embargo, viven de él. 

     Tratando de seguir avanzando en este laberinto, creo que la relación de la filosofía con el mundo debería ir más allá de la oscilación de una filosofía segura de pensar sin pensarse a sí misma, o una filosofía que transforma el mundo, cayendo en una pragmática y sin la virtualidad del juicio de verdad como lo afirma Poulain. En realidad, el dilema no es entre entender y transformar. El problema es entre actitud y teoría o entre compromiso y función, entre dejar al mundo ser el mismo y comenzar a cambiarlo desde otros modos, desde heterogeneidades discontinuas, a partir de disonancias, sin la fijación de la objetividad misma, sin la culpabilidad de no ser neutral, bajo la radical invención de lo que no ha sido pensado porque no se puede pensar y la necesidad de volver a la parcialidad de lo que esta afuera o dentro sin reconocimiento, invisible y que solo puede ser singular pues la objetividad lo ha dejado fuera.

     Si el desafío no es hablar filosóficamente del mundo, sino desde, no con una mirada distinta pues esta sigue envuelta en el problema de la intencionalidad y la representación, propondría, más bien, otra atención en el sentido de involucramiento, por lo que la filosofía puede quedar aislada del mundo en la medida que se inserta en él. En consecuencia, es mucho más escandaloso encontrar filósofos al servicio de la calidad, de la auto-ayuda, del engrandecimiento de su propia imagen, con la prepotencia de negar toda posibilidad de filosofar para pueblos enteros, o lo que sería más deprimente, de filósofos que han decidido, hacer de la filosofía una bufonada, un mimo literario y escénico, producto de sus propias impotencias y castraciones. Todos, creo, sabemos de ellos sin que ellos sepan de nosotros, pues su interés es solamente ser escuchados, presentando las causas, los devenires y las leyes de un mundo que siempre escapa a sus redes.  

     En realidad, no creo que haya filosofía sin escucha, sin silencio, sin alteridad, pero sobretodo, sin ética, no como un comportamiento individual y de honestidad, sino como una vuelta a la humanidad que debe ser repensada en sus principios, medios y finalidades a partir de las víctimas.  

    Por último, quisiera proponerles un gesto más que una teoría a partir de la Metamorfosis de Kafka, puesto que considero que los gestos son la formas de autenticidad en la que la filosofía es parida en Sócrates, advirtiendo de antemano que al mundo no se llega sino por la metáfora por lo que tal gesto no rehuye al estadio de santidad, de locura y de embriaguez.

    Primer gesto: la condena de la normalidad y la normalización:

  • Luego, no se puede ser normal al querer conocer y cambiar el mundo.  La filosofía en relación con el mundo es un acto permanente de desviación. Sólo los locos y quienes se embriagan conocen el mundo. Al mundo se llega de manera imprevista y sorprendente, repitiendo en nosotros el acontecimiento de la monstruidad: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de su inquieto sueño, se encontró en la cama, convertido en un insecto gigante”.  Esa mirada sobre sí, en el caso del filósofo, le ayuda a ver la deformación de la normalidad, en la conciencia de lo que hemos llegado a ser.

     Segundo gesto: desde una sensibilidad ética:

  • No es solo lo que se piensa. Ya no podemos vernos en lo que nos dice el lenguaje o el consenso, somos lo que podemos sentir y ver en una mañana, a través de un concepto, bajo el reflejo de las víctimas. Es imposible hablar del mundo como si no fuera parte de nosotros, como si se tratara de algo que no tiene que ver con nosotros. Pero, sobre todo, es imposible hablar del mundo si no es a partir de las víctimas. Tal sensibilidad nos debe llevar a una no-aceptación de lo evidente. Estamos en lo mundo de otra forma a partir de la mirada del otro.  Sentir el mundo y pensarlo sin dejarlo de sentir acentuando la manera en la que el mundo se construye y nos hace, y nosotros intentamos construirlo. En tal sentido, la euforia, la depresión y la frustración es en esa realidad en la que nos hacemos y nos hacen.

 

    Tercer gesto, no es solo un problema de pensamientos bien construidos desde la duda, es algo que tiene que ver con lo que somos y queremos ser pero desde una relación con la liberación y la humanidad y como algo que nos involucra desde identidades múltiples.

  • Sin tal actitud, no podemos atrevernos a realizar cambios con una radical novedad. Además, ante las condiciones del mundo, hay que levantarse, contestar, a pesar de que nuestra voz no sea audible, ni este articulada con los medias.

Cuarto gesto, en el compartir del dolor     

  • El dolor, como en Gregorio Samsa es lo único que le hace sentir vivo. Respirar y sentir el ahogo es lo que nos devuelve al mundo desde la víctima. La risa no puede quedar taponada a pesar de todo para una filosofía que cuenta lo que vivimos, advirtiendo que las explicaciones están más unidas al cumplimiento que a la vida misma de las víctimas.  No es el mundo lo que se puede decir de él. Este hace parte de la esperanza y del sufrimiento de los humillados. Además, no se puede hacer de la filosofía algo que no tenga que ver con el viaje y la creatividad, aún, aceptando el riesgo de la perdida del sentido y de la orientación. Metámonos dentro de la habitación de la filosofía, hablemos de invisible, de lo escondido,  y del silencio de lo que se invizibiliza a partir del poder. No caigamos en la ingenuidad de hablar de…, dejemos campo al decir que adviene en sentido contrario a la exclusiva direccionalidad por lo que admitamos la capacidad de curación de la victimas como con Gregorio Samsa. Detrás de la monstruosidad de las víctimas solo puede haber pena y vergüenza.  

     La filosofía morirá si nos seguimos alimentando como esos señores. Ante la inevitabilidad de la muerte, es un buen tiempo para sonreír y para cambiar de lugar.

     Por último, la tragedia de la filosofía es tener que soportar lo insoportable y su esperanza es la intolerancia frente a un mundo que se acostumbró a vivir en el producir y aniquilar al hombre.


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