EL CASTIGO DE APRENDER Y APRENDER COMO CASTIGO
LIBRO,
EDITORIAL AVIAYALA, QUITO, 1999, 150 PÁGS
ISBN
997841102X
INTRODUCCIÓN: PREFIERO QUE ME GOLPEE LA EDUCACIÓN Y NO QUE ME GOLPEE LA VIOLENCIA.
Hijo, te quiero prevenir sobre un engaño en el que permanecí por mucho tiempo y fue creer que al ir a la Escuela, estaría protegido de todo tipo de violencia, incluso de la violencia de mi hogar; me alegraba no estar con mis padres, los cuales me agobiaban constantemente diciéndome lo que no debería hacer y muy pocas veces me valoraban, por no decir nunca, las cosas que yo podía hacer, sentir, y pensar; o creía estar lejos de su amor manipulador al servicio del ser y del hacer en todo cuanto ellos consideraban mejor para mí. Llegue a pensar que en la Escuela aprendería esa bella palabra: Libertad, como si no hubieran esclavitudes totalmente justificadas o prisiones camufladas detrás de los discursos sobre la autonomía. Sobretodo pensaba estar protegido de esas herencias que te obligaban a responder a la incertidumbre del futuro con las viejas respuestas del pasado. Estaba convencido que el paraíso del que me hablaban los cuentos de hadas, se abría a mis pies.
Las representaciones que tenemos los
profesores, sobre la educación, la vida, y las pedagogías, no son a menudo, las
representaciones más educativas, más vitales, ni más pedagógicas. Nuestras
representaciones, normalmente, no coinciden con las representaciones de
ustedes, los alumnos, por eso, vas a sentir rápidamente fastidio de la Escuela.
En estas condiciones, no es difícil imaginarse la educación como un fenómeno
bastante aburrido. Sin embargo, toda la sociedad te va a repetir, casi hasta la
sordera: “ello es lo mejor para ti”; “debes ser perseverante”; “no esta bien
empezar algo y abandonarlo”. Entonces te podrás sentir culpable por tus malas
notas, por preferir jugar a estudiar, por quedarte en el patio conversando
sobre Batman, Hercúles o Jurasicc Park con tus amiguitas y amiguitos, o por
atreverte a decir que los profesores no educamos.
A la violencia hecha por la Escuela,
es probable que tu intentes responder con otra violencia, y no faltará quien te
diga que la única violencia permitida, en esta “bendita sociedad”, es la
violencia de los mayores. Además la institución valorará tu pasividad en la
clase. La obediencia se convertirá en la mayor "virtud educativa". Te
gritarán: "Los mayores nunca nos equivocamos", y si alguna vez alguien,
con más edad que la tuya, reconoce su equivocación, se disculpará diciéndote
que “los humanos siempre nos equivocamos”, pero esto no será más que una
disculpa para evadir una reflexión más honesta y profunda. Te repetirán hasta
la saciedad: “La única equivocación para ser corregida es la de esos alumnos
inmaduros que no saben nada sobre la vida, ni sobre la educación”. Serás “el
mejor” si repites los discursos preestablecidos, desactualizados y rancios, en
los que terminarás por no creer, pero necesarios para la reproducción de la
institución a fin de que tu también los enseñes a tus hijos por ser el “mejor
patrimonio” ofrecido a la humanidad.
Cuando te hablen de paz, quizás
entiendas lo que te quieren decir pero la factible comprensión no podrá evitar
la tristeza o la confusión provocada por el distanciamiento entre el discurso y
la realidad y sobretodo por la presencia del poder en las definiciones. En
consecuencia, llegará un día en el que te preguntes: ¿por qué la paz no es tan
pacífica en la escuela?, ¿por qué hay violencias que se permiten, se
argumentan, se sacralizan?, ¿por qué en nombre de estas violencias se prohiben
otras, las cuales, en general, son las violencias de los más débiles?, ¿Por qué
te dicen: “la violencia esta fuera de la institución educativa”, aunque tu
conozcas que esta adentro?, ¿por qué sólo puede ser violencia, las violencias
de los que no soportan las violencias de los poderosos y de las instituciones?.
Te preguntarás: ¿qué es la igualdad en
un mundo de tantos colores, sabores, y conocimientos? Y seguramente no vas a
encontrar una respuesta fácil por este absurdo histórico y social en no
reconocer sino un sólo color, un sólo sabor y un sólo saber en todo lo que ves,
sientes y piensas.
Hijo no caigas en la ingenuidad al
creer que se puede eliminar totalmente la violencia de la Escuela, y menos
pensar que cuando ésta ya no esté, no tienes por qué preocuparte de ninguna
violencia. Observa como la violencia de la escuela depende en buena parte de la
sociedad en donde se asienta. Por tanto, es una “maravillosa irrealidad” pensar
la educación como el máximo motor para transformar la sociedad; no por crear
relaciones de respeto e igualdad en la Escuela tendremos una nueva sociedad. La
sociedad es mucho más fuerte que la institución educativa. La sociedad
determina la educación, aunque la educación siempre tiende a determinar la
sociedad. A veces le echamos la culpa a la educación del sub-desarrollo en que
vivimos cuando en realidad el Estado condiciona la educación en que vivimos.
Así, tu vivencia depende de otras cosas que están fuera de ti y también, en
parte, de ti, y al saber que depende, en algo, de ti y de mí, puedes sostener
una esperanza activa que se desarrolla en la probabilidad de poder hacer algo
para cambiar la situación irreconciliable con el proyecto de humanidad.
Si tu sólo puedes hablar de violencia
en los pasillos, o hacer violencia en los recreos y a escondidas, iras
aprendiendo la típica dinámica de la hipocresía en esta sociedad dual y
maniquea. Sí por demasiada buena suerte, te permiten hablar de violencia, pero
siempre como algo prohibido en tu escuela y en tus comportamientos, estarás
siendo educado racional y moralmente para la vida social, la cual tiene una
gran carga de irracionalidad; y aunque aceptes este otra faceta, llegarás a
preguntarte si ¿la racionalidad puede gobernar la irracionalidad?. Después de
muchas veces beber una buena dosis del absurdo de la violencia, quizás llegues
a entender una cosa hijo: Para que la
violencia eduque, esta debe ser integrada, más allá de ser aceptada o
reprimida.
Mi amor, la violencia no la han
inventado los terroristas enceguecidos por el odio, ni los militares que
garantizan el orden y la democracia aunque sea injusta y corrupta, ni los
gobiernos que se eligen o se auto-eligen en nuestros países, ni los maestros
que te cuidan en tu guardería, ni yo, ni tu. Tu has nacido en un mundo que era
y es violento. Antes que tu nacieras, la violencia ya estaba nacida, crecida, y
aparecía con sus múltiples rostros; era una vieja de muchos años, a veces
cansada y otras veces con la fuerza impetuosa de la juventud. Cuando tu
llegaste la violencia ya estaba aquí.
Parece que ella nos viniera de afuera
como una herencia pesada e insalvable. Nosotros no decidimos su presencia, por
el contrario su presencia fue el gran arbitrario para nuestra libertad. Con
ella fuimos comprendiendo el peso que tienen las circunstancias sobre nuestras
decisiones y nuestros sueños. Su realidad se nos impuso: Guerras, violaciones,
muertes, persecuciones, torturas, pueblos arrasados, grupos perseguidos,
personas pisoteadas, todo esto ha sucedido en la historia, sucede en nuestro
escenario, y lo que es peor, seguirá sucediendo.
¿Piensas en la violencia como un
fenómeno que sólo se encuentra fuera de ti? o ¿debes aceptar su vergonzante
presencia en ti? ¿Admites que a menudo duerme contigo? ¿Y se presentaba ya en
la cuna como un juego de distracción? o de terror? Siendo la violencia una
pesadilla cotidiana y una pulsión casi inmanejable, se le reprime o nos piden
reprimirla desde nuestro nacimiento.
Acabo de darme cuenta de hablarte de
violencia sin preguntarte ¿qué entiendes por ella?. Sin embargo no me
sorprendería que ya supieras algo o mucho sobre la violencia, ya que en las
casas, en los buses, en las calles, en los medios de comunicación, este
fenómeno sobreabunda. Tu mundo de príncipes apuestos y princesas encantadoras y
encantadas, de alfombras voladoras, y dragones gigantescos, se encuentra
permanentemente transgredido por una realidad donde anida el fantasma de la
violencia.
Algunos han afirmado que la definición
de cualquier cosa depende de la delimitación de sus alcances, en otras
palabras, el ser de algo conserva una estrecha relación con su no ser. Un
ejemplo es: Cuando afirmamos, “esto es una manzana”, al mismo tiempo negamos:
“no es una naranja” o “no es un banano”. Aunque parezca razonable, sin embargo,
una manzana es mucho más que una no-naranja o que un no-banano. Tampoco es
acertado considerar que algo, no conocido, puede ser definido sólo por lo que
no es. Yo no puedo saber que esto es una mesa simplemente por saber que no es
una silla. Por tanto no bastaría saber lo que es la violencia al definir la
paz, ni saber lo que es la paz al definir la violencia, aunque si podríamos acercarnos
al conocimiento de la violencia o de la paz por el conocimiento de sus
respectivos contrarios.
Se ha pensado que la definición de la
violencia nos ayuda a su tratamiento o, en otras palabras, a hacerle frente. La
no definición es ya una huida. No definir la violencia es evadir el problema.
Además las cosas no definidas, no sólo son imprecisas sino que también caen en
una indeterminación peligrosa, lo cual conduce a un diagnostico ciego y a la
segura impotencia. Por ejemplo, sí todo puede ser violencia, todo puede también
no serlo. Las imprecisiones, o las generalizaciones conducen directamente a la
impotencia porque todo puede entrar en el campo de lo que queremos cambiar, y
"cuando hay que cambiarlo todo es mejor no cambiar nada"[1].
La imprecisión en la definición de la
violencia, indirectamente, provoca generalizaciones las cuales hacen que a la
violencia se le ubique donde normalmente no se le encuentra. Entonces la
violencia estaría en las palabras y en los silencios, en los actos y en el inmovilismo,
en la guerra y en la paz, en las agresiones y en el respeto, en el ser y en el
no ser: Todo sería violencia. Tengamos cuidado con estas generalizaciones que
por su imprecisión se convierten en fantasmas sin sentido. Aunque reconozcamos
su presencia insistente en la historia no por ello podemos afirmar la
constancia de su presencia.
¿Es cierto que la definición de algo,
nos permite una mejor relación? Con la medicina pareciera que se debería
responder afirmativamente: reconocer un virus es dar el paso indispensable para
su combate. ¿Sucede lo mismo con el fenómeno de la violencia? ¿Permite una
mejor manera de tratamiento, algo comprendido? ¿Es necesaria la comprensión de
algo para una práctica eficiente? o ¿Es la práctica la que nos permite una mejor
comprensión de los fenómenos? En fin, nos arriesgamos a caer en nudos
epistemológicos sin tener una salida fácil, por ello, más bien veamos algunas
respuestas que desde la Filosofía, la Psicología y la Antropología se ha
querido dar al fenómeno que intentamos comprender para ver si esto nos ayuda a
un mejor tratamiento.
[1] Expresión utilizada por
el pedagogo Philippe Merieu cuando analiza la influencia de la sociología en la
educación, tomada de su libro L'ECOLE, MODE D'EMPLOI, Les Editions ESF,
2a.édition, Paris, 1986.
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