TESIS: LA CRISIS DE LA RAZON DEBIDA A LA ESCISION CON LA VIDA

LIBRO. TRADUCIDO AL INGLES POR LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE KUALA LUMPUR, MALASIA, EDITORIAL  EFÍMERA,  QUITO,  1999,  195  PÁGS

ISBN: 9978-41-101-1


TESIS: LA CRISIS DE LA RAZON DEBIDA A LA ESCISION CON LA  VIDA.

 

     Los orígenes de la Filosofía Griega se relacionan con una reacción y una propuesta: La reacción es contra el pensamiento mítico y la propuesta se sitúa en una nueva forma de pensamiento basado en el Logos. Los primeros filósofos griegos reaccionaron contra el fatalismo y el determinismo del pensamiento mítico representado en Homero y Esiodo. La fuerza de lo divino, y en consecuencia el sometimiento de lo humano, son suplantados por la autonomía de un ser histórico de cuyas acciones, desde ahora, depende su propio destino.

     La misma reacción se percibe en la Filosofía Moderna con el “invento” de la razón para contrarrestar las formas de pensamiento de una sociedad encargada en reproducir las desigualdades durante toda la Edad Media. Así, las banderas del logos y la razón se enarbolan en el terreno de la subversión, es decir, fuera del orden impuesto por la tradición y la autoridad; se trata de una transformación que va más allá de las dimensiones políticas, sin dejar de lado lo político. Las viejas formas culturales y antropológicas son de(s)construidas a partir del nuevo giro copernicano efectuado desde nuevas propuestas del conocimiento.

       El camino emprendido por el logos y la razón, si bien, teóricamente, se alisto en oposición al mito y la religión, va a arrastrar con esquemas míticos y religiosos. Son varios los autores que advierten sobre el fenómeno de una razón mítica y el correspondiente culto a la razón. Así, el logos y la razón, opuestos al mito y la religión, cargan con una sorprendente y tozuda fe en los alcances de una racionalidad en lo que respecta al desarrollo de la ciencia y la humanidad. Pero, atención, la fe en la razón de la Modernidad no la podemos confundir con la fe teológica porque ni tienen el mismo punto de partida, la esencia de sus contenidos no son las mismas, y en consecuencia, sus efectos son de naturalezas distintas. Cuando hablamos de fe en algo, hacemos mención a ese tipo de opciones que más allá de no necesitar ningún tipo de explicación, no los admiten. En el caso de la fe en la razón, se devela una racionalidad incapaz de pensarse a sí misma, por tanto, la razón que suplantará el oscurantismo de la fe, inaugurará un nuevo oscurantismo debido a su ceguera. Federico Nietzsche es uno de los autores que denuncia el carácter pseudo-religioso de la razón por la prolongación del concepto de “necesidad” dentro del campo científico, el cual, pertenecía al dominio exclusivo de la religión[1].

     La razón mitificada comienza a ser estudiada por diferentes autores y son varios los que señalan las nefastas consecuencias de tan peligrosa simbiosis. Husserl advertirá sobre el desencanto contemporáneo en la razón moderna, siguiendo a Weber, pero no por causas desacralizadoras sino por sus infladas promesas: La razón no llegó a ser lo que pretendió ser. Las promesas modernas de la razón han entrado en una etapa de sospecha: “El hombre moderno no ve en la ciencia y en la nueva cultura formada por ella, como el hombre moderno de la Ilustración, la auto - objetivación de la razón humana ni la función universal creada por la humanidad para hacer posible una vida verdaderamente satisfactoria, una vida individual y social basada en la razón práctica[2]. La humanidad vive una escisión entre la racionalidad y la vida, entre razón y la realidad. Para Husserl, la inesperada interrogación sobre la razón evidencia la nueva problemática: “preguntamos en vano por su finalidad, por su sentido otrora tan indubitable”[3].

     Aunque el consenso sobre la critica a la razón es bastante conocido, las divergencias son notables con respecto a las causas. Gutiérrez Pozo[4] señala dos fenómenos claros que nos permiten sentir su sospecha. En primer lugar, perdemos la fe en la razón como aquello que nos da un conocimiento cierto del mundo y del “sí mismo”. El Mundo y el Yo no hacen más parte de su propiedad exclusiva. En segundo lugar, ya no se cree que por medio de ella se puede llegar a una vida digna. La felicidad no es el resultado de sociedades racionales.

     La crisis de la razón va provocando su propia fragmentación. Uno de los efectos de la fragmentación es la creciente desconfianza en la ciencia como tal y la ciencia aplicada. Tal desconfianza crece en un ambiente extremadamente relativista. En algunos ambientes científicos, se le concede el mismo valor a tesis de origen empírico y tesis de origén cuasi-esotérico[5]. El lema es “todo vale”. De esta manera, la razón va perdiendo su valor unificador al ser cuestionada en su función de garantía de verdad. La razón pierde su función dogmática y al perderla lo único que vislumbra es su fin.

     Los efectos de la fragmentación de la razón alcanzan el campo de la ética. Sí el bien era una consecuencia de la razón, para Sócrates y Platón, la verdad se subordinó absolutamente al bien, en la Edad Media. Lo Modernos pretendieron hacer del bien un producto de la razón y cuando esto no ocurrió vino la reivindicación de la ética. Así, la razón unificadora se fragmenta provocando que en el campo de la moral, caigamos en el período de la fragmentación de las éticas[6]. Con la fragmentación de la razón, la ética no es más un principio rector para pasar a ser una “balsa” movida por las corrientes sociales, económicas y políticas. Desde ahora, es más fuerte la presión mecánica de las costumbres sobre las éticas que lo inverso[7].

     La fragmentación es factible cuando la razón abandona los primeros principios y va tras la búsqueda de las finalidades. Mientras el Arjé ordenaba, la finalidad dispara las intenciones y los deseo en los más variados sentidos. Una de las claras consecuencias, al entrar en el dominio de las finalidades, es la configuración de una razón instrumental, como lo denunciaba Horkheimer. El para qué y el cómo se apoderan de todo el campo de la racionalidad. El por qué ya no se le encuentra atrás, se va hacía adelante pretendiendo encontrar las razones suficientes para hacer cualquier cosa. Las causas se confunden con las mismas proyecciones y las proyecciones son, al mismo tiempo, justificaciones a todo lo que se puede y quiere hacer. En consecuencia, las finalidades de la razón nos colocan, tarde o temprano, frente a la limitante del fin. No es extraño que después, de décadas al servicio de las finalidades, la razón, hoy plantee, el fin de la historia, el fin de la ciencia, el fin de la filosofía o hasta el fin del fin. Autores como Baudrillard, advierten sobre una época situada más allá de las finalidades[8]: Muere la fe en las normas finales, fallan las últimas instancias a las que se solía recurrir para saber en que consistía el mundo o para fundamentar la existencia y su sentido. Desde ahora, el fin es el recurso para sustentar el final.

     Lo obsoleto de las causas y la pérdida de las finalidades nos desorienta sobre lo que es y no es. Todo parace ser, la realidad, la imaginación, la mentira, las verdades a medias, la ficción, los rumores, el in live de los Medias. El ser importa más que nunca, aunque sepamos que todo lo que es necesita del no-ser para ser. Sabemos más sobre todo y nos resulta más difícil saber lo que son las cosas; la diversidad de las diferencias sobreabundan el espectáculo cotidiano y al mismo tiempo no tenemos claro a que atenernos; el horizonte del mundo se amplia y a medida que se amplia se achica en la Aldea; la desconfianza nos arrincona en el campo de la inconmesurabilidad Creemos saberlo todo, tenerlo todo pero no contamos con nada de lo que creíamos seguro porque el principio de incertidumbre se metió por todos los intersticios de la vida hasta existencializarse. La evaporación de las instancias últimas nos impide saber como dirigir la historia ni como movernos en ella. Gutiérrez pozo dirá: “El hombre moderno se siente caer sin tierra firme en que apoyarse, sin puntos cardinales que orienten su existencia”. [9]

     En tal panorama, irrumpe el irracional con amplia legitimidad, ganándo el espacio que ha dejado una razón intimidada por la sospecha. El acecho a la razón brinda una oportunidad maravillosa a los vendedores de fanatismos -sólo lo mío es verdad- y relativismos -todo da igual-. Desplazada la razón, volvemos a la intimidad de los argumentos, al absolutismo del individuo, a la frialdad del yo frente a las razones de los demás.

     La “estocada” final es dada al conocimiento con el decreto casi mácabro del fin de la ciencia. La firme convicción del siglo XVIII en un conocimiento con un eterno y continuo progreso, cuyo crecimiento fuera correlativo en menores dimensiones al aumento del campo del desconocimiento, es replicada por la creencia en el develamiento de la esencialidad de la naturaleza con Darwin, Einstein y otros, y que por tanto, nos queda solo el avance de la ciencia aplicada. Como no podemos esperar mayores sorpresas, es de suponer, la agonia del conocimiento en su fase terminal[10].

     Los “últimos estertores” del conocimiento son la señal inequivoca de una nueva época seducida por las fábulas y prácticas esotéricas. El campo de lo desconocido o de aquellos lugares inaccesibles para la razón por insuficiencia de los instrumentos de observación es invandido por las pseudo-ciencias y religiones de moda, intentándo sacar provecho de la inestabilidad. La apropiación de lo desconocido, por parte de la irracionaldad, al mismo tiempo que hace mofa de lo conocido, cree conocerlo todo. Pareciera que los dogmas irracionales supieran todo sobre todo.

     Ortega no acusa de la crisis de la razón a supuestos complots de la irracionalidad, ni a los intereses mercantiles de las pseudo-ciencias, ni al afán de adeptos de las sectas religiosas, él coloca su mirada penetrante en la razón misma y señala a la escandalosa separación entre razón y vida como la responsable de una razón en crisis. Dicho juicio le hace formular el conocido proyecto epistemológico que busca reemplazar la razón pura por la llamada razón vital: “La razón pura enterró a la razón vital y lo que tenemos que hacer ahora es desenterrarla”.

     La razón vital no se confunde con un craso naturalismo, por el contrario, la propuesta es pensada en términos absolutamente históricos. El proyecto de la razón vital no le es extraño a la razón misma. Hacer de la razón algo vital es recuperar su consistencia natural, o regresar a sus orígenes más preciados. El homo sapiens es producto del homo vitalis porque sin la vida no habría pensamiento. Las razones para vivir primero fueron instintos vitales.

     Sí la razón se origina en la vida, es un escándalo que al servirnos de ella, no podamos reflexionar sobre los motivos que nos llevan a pensar en lo que estamos diciendo y haciendo. En efecto, en la sistemática retirada de la vida, la razón se vacía. Las situaciones que nos llevan a crear pensamientos, tienden a caer en el olvido cuando los pensamientos se generan, es decir, el olvido de la vida corrompe a la razón, además de perderse en el sin sentido.

     La autonomía de la razón, más que una mentira es una catástrofe. El círculo vital en el que nacen las razones de la razón es separado como si la única manera de ser fuera en la letal autonomía. La pretensión que ha tenido la razón de ser su propio fundamento o, en hacer como si no tuviera un fundamento distinto a ella misma, le condena a la ceguera. Luego, tal alejamiento no podía tener otro final distinto a la crisis de la razón pura.

     Sí para Aristóteles el deseo del conocimiento pertenece a todos los seres humanos:  todos los hombres poseen por naturaleza el afán de conocer”[11], Ortega piensa que nosotros no conocemos por el deseo de conocer; en realidad son las necesidades vitales las que nos permiten conocer. Detrás de cualquier pensamiento existe un acto vital. Necesidades, preocupaciones, desafíos, son el telón de fondo del pensamiento. En consecuencia, el pensamiento es más carnal de lo que podemos imaginar. Las tensiones existenciales conforman la telaraña de los conceptos.

     ¿Puede la vida renunciar al conocimiento? ¿Es el conocimiento un deber para la vida? El conocimiento es esencial a la vida. En realidad, el cogito ergo sum, es el sum ergo cogito. El conocimiento es la forma como la vida logra perpetuarse y sobrevivir a la cruel ley biológica descubierta por Darwin: La selección natural. Así, el conocimiento es la forma como la vida logra ser vivida. Pero el conocer también admite una posibilidad terrible y es que puedo conocer la manera como la vida deja de ser vida.

     Si la vida estuviese liberada de complejidades, no necesitaríamos conocer; sí no fuera un misterio, vano sería nuestro conocimiento. La necesidad del conocimiento se traduce en urgencia. El conocimiento es, en realidad, un inevitable. No sólo queremos, debemos saber algo sobre ese vacío que sobreabunda nuestra forma de vivir. Tendemos a llenar con verbo esa insoportable ausencia en la médula de nuestro respirar cotidiano. Queremos saber algo sobre el misterio del mundo, del otro y del yo porque nuestra ignorancia, acosa. No soportamos la vida en puntos suspensivos. Conocer es la compulsión más evidente de nuestra impaciencia. Después le podemos llamar inconformismo, pero la verdad es que se trata de una enfermedad producida por el hecho mismo de vivir. En el primer acto, es un ir más allá, en el segundo acto, es no aguantar el ahí. Esta prohibido al ser, estar ahí o allá, debemos atraparlo con las garras de la mente, apretarlo con las tenazas de la mirada, encadenarlo con la frialdad de los conceptos. ¿Qué es? ¿Por  qué? y tantas otras interrogaciones, ¡Que aparente tranquilidad, encontrar sus respuestas! y una última pregunta: ¿Para qué? Para soportar la crueldad de una vida que hace ironía de nuestras respuestas.

     La arcaica cohabitación de la razón y la vida, obliga al pensamiento a su búsqueda incansable. La filosofía fue condenada a errar por el mundo de las ideas tratando de encontrar el ser último y fundamental de todo cuanto hay, la esencia de la realidad radical. La maldición de Sisifo hace parte de su destino: No conoceríamos si las cosas ya estuvieran dadas y no dejaremos de conocer porque nunca se nos dan completamente. El hombre debe elegir entre dejar las cosas tal como están o intentar saber que son ellas, y ha elegido la peor parte. Pudiésemos ser hombres felices, pudiésemos contentarnos con ellas en lugar de aventurarnos en pos del ser ausente. En efecto, Es la ausencia de cosas vitales la que nos lleva a filosofar y es su eterna ausencia la que nos impide abandonar la filosofía. El doble efecto es: si no hubiese ausencia nunca conoceríamos y como la ausencia vital se ausenta en la presencia vespertina nunca podemos estar seguros de lo conocido.

     Sí el conocimiento ocurre a partir de lo que no esta, de lo no-dado, es natural, tanto a la vida como al conocimiento, el sentimiento de perdida y oscuridad. Sentirse perdido no es sólo una característica de nuestro tiempo, es la forma como la vida se nos ofrece. Vivir es enfrentarse con esa situación insoportable de no saber que hacer, de descubrir la nada en nuestro saber y ser, de no saber que saber; es no tener las cosas claras a pesar de que un día pudieron ser claras, es descubrirnos sin un papel seguro el cual nos daría las soluciones a todas las situaciones desconocidas. De ahí que la más natural y exigente necesidad sea la de inventarnos continuamente. Por tanto, la vida sólo se puede entender como la mejor obra de invención. El acto más grande de creatividad corresponde al vivir. 

     Vivir, piensa Ortega, es radicalmente estar perdido”. El problema ésta en que no resistimos el sentimiento de pérdida. Sentirse perdido es un insoportable cruel. La vida no puede mirar cara a cara este sentimiento, busca liberarse de él y para liberarse, el camino conveniente es hacer algo, pero resulta que eso que podemos hacer o conocer sobre el el ser es una quimera porque con todo lo que podamos conocer sobre el hacer nunca nos vamos a liberar completamente del no saber que hacer. El ser nunca se agotará en el conocimiento que tenemos sobre él. La única manera de soportar el no saber que hacer y el no saber qué es o quienes somos es haciendo y conociendo, pero al final la vida misma nos entrega una lectura difícil de aceptar y es que nunca hacemos y conocemos definitivamente.

     El hacer no es algo fácil a realizar ya que el hombre debe decidir constantemente lo que quiere y debe hacer, pero esas decisiones solo pueden ocurrir a partir de lo que son las cosas, aunque, a veces, hagamos para saber que son, o actuemos con muy poco conocimiento de lo qué son  y de los significados de la vida. Luego, a pesar que el conocer, el hacer y el ser no coincidan, no podemos separar el conocimiento de la vida, ni el hacer del conocer y de la vida, dada la importancia trascendental de tal relación. La vida depende del conocimiento, el conocimiento es la respuesta privilegiada a la vida y la vida conocida es una buena manera para realizar la vida. Del conocimiento que tenemos de las cosas depende el agenciamiento de la vida. La vida pende de las decisiones que nosotros tomemos y, para hacer debemos tener por lo menos un conocimiento mínimo de lo que son las cosas.

     El hombre como proyecto, es alguien que se va haciendo, no es nadie completo y acabado, no es un programa para ser actualizado. Por el contrario, es un proyecto para realizarse, un sujeto no-terminado y no-determinado que busca completarse y quiere saber y poder para hacerlo. Para hacerse debe contar con lo que Sartre llama: facticidad, o lo que Ortega llama: circunstancia: “El hombre es esencialmente yo, y el yo no es nada material ni espiritual, sino ante todo, un proyecto que tiene que realizarse en y con la circunstancia”. El hombre esta obligado a actuar porque es proyecto. La vida en sí misma implica una necesidad de actuar. La renuncia al hacer es una renuncia a vivir, más allá de la renuncia al proyecto. No hacer es echarse a morir. Decidir no hacer nada es entrar en el dominio de la muerte.

     Las circunstancias significan de diferente manera al proyecto existencial de cada persona. Hay circunstancias que impiden o facilitan el proyecto individual y social. Tomar conciencia del tipo de circunstancias con las que contamos es, podemos afirmar, un conocimiento primordial. Las circunstancias son paradójicamente todo aquello que no soy yo, sin las cuales yo no puedo ser yo puesto que por su ambivalencia me pueden bloquear o facilitar la realización del proyecto.

     El proyecto no depende de una pura decisión, depende de las cosas-a-la-mano y de las cosas-a-la-vista, de las cosas que alcanzó a prever como alcanzables o como inalcanzables, y aún de las que sin preverlas, son alcanzables o pertenecen al dominio de las cosas frente a las cuales soy impotente; de las cosas que aunque no estén a la mano son cosas que pueden estar a la vista. Las cosas son dificultades cuando las necesito y están ausentes, o simplemente posibilidades-obstáculo cuando no se como servirme de ellas. Entonces, el proyecto es una mezcla de factores personales e impersonales, de situaciones sociales y no sociales, de voluntarismos e involuntarismos, de posibilidades e impotencias y de idealidad y materialidad.

     Este carácter problemático de las cosas conforma el aspecto epistemológico del proyecto. Tal problematicidad suscita y orienta el pensamiento. En efecto, nosotros pensamos porque el mundo no es facilidad pura. La ausencia, la negación y la dificultad de las cosas, conforman el vivir y por consiguiente, el pensar. El pensar tiene que ver con la afectación de las cosas. Vivir es pensar y la manera como vivimos configura el pensar. El Vivir nos obliga a interpretar la vida por eso no se puede dejar de lado a la filosofía porque no se puede vivir sin estar seguros de lo que son las cosas decisivas. El pensamiento y la filosofía no son añadidos a la vida sino que hacen parte de la vida misma debido a la exigencia que implica el acto de vivir.

     Si vivir es un continuo riesgo, la vida misma es la fuerza constitutiva de la razón en orden a la fabricación de certidumbres. A pesar de no poder eliminar las incertidumbres, son tan importantes las certidumbres para la vida que nos atrevemos a afirmar la no-existencia de vida sin últimas certidumbres así sea la máxima certidumbre de todas las incertidumbres: todo es incierto. Luego, vivir en riesgo es vivir a la casería de certezas.

     La fragilidad y la fortaleza de las certidumbres esta en no ser cuestionadas. Tanto el pensar como el creer, elaboran certidumbres. Así, aunque creer y pensar son dos cosas distintas porque lo creído no se discute mientras que lo pensado es por consenso discutible, las certidumbres comparten un mismo destino: su incuestionabilidad que responde a un cierto tipo de inconmensurabilidad.

     La creencia, en sentido estricto, puede dar pasos en el campo del análisis pero le esta completamente prohibido la entrada en algo parecido a la duda de la razón moderna. Por cierto, la prohibición es únicamente para los adeptos, sin embargo, en su lenguaje, la creencia se da el lujo de una especie de juego con la duda que en realidad conduce hacia certezas conocidas de antemano.

     La mayor vulnerabilidad de la creencia esta en la repetida decepción en sus promesas y no en la tensión provocada al enfrentarse con la razón. Aún, el campo de las incertidumbres no es tan peligroso para la creencia; las certidumbres buscan la manera de salir fortalecidas cuando las incertidumbres acechan. En efecto, su enemigo mortal esta en su interior, en las promesas constitutivas que al fracasar, la desestabiliza. De hecho, nosotros afirmamos que la crisis de la razón se debe a una decepción en sus promesas y por consiguiente, a su envoltura prepotente. La razón moderna se revistió de creencia al prometer una serie de mejores condiciones que vendrían con la conquista de una sociedad racionalizada y como las creencias no sólo las hacemos, también nos hacen, estas finalizaron por imprimirle un carácter sacrosanto a la razón por lo cual perdió su candor natural que consiste en ser el invento biológico y cultural más profano de toda la historia.

     Sin embargo, no esta en nuestras manos el evitar o permitir el acceso a la creencia porque ella es una compañera fiel en el desarrollo de la vida hasta el punto de considerar su necesariedad. La creencia y sus certidumbres nos ayudan enormemente a superar el sentimiento de total desnudez ante lo incierto que viene dado con la experiencia de vivir. La razón nos devela lo incierto, pero como no podemos sostenernos en la incertidumbre, recurrimos a la creencia que finaliza movilizando a la razón o parasitándola. Además, la seguridad de las creencias no nos exonera de situaciones problemáticas y desestabilizadoras, no obstante la desorientación, no hay duda que las creencias están preparadas para afrontar tales situaciones, por supuesto, hasta un cierto punto.

     En efecto, hemos heredado de la sociedad una serie de saberes que nos indican lo que tenemos que hacer, que nos señalan e imponen el deber ser, por ejemplo, el convencimiento que la humanidad se alcanza por la racionalidad. Las creencias son convicciones básicas sobre el mundo, el hombre y Dios. Pero las creencias no son inamovibles ni eternas. Aunque cambien con dificultad, siempre se transforman y se van adaptando a las nuevas circunstancias. El pasado es un tiempo siempre válido para las creencias mientras que para la razón moderna existe un desprecio por el pasado –he aquí una de las diferencias entre las creencias de la religión y las creencias de la razón-. El pensamiento racional cuestiona permanentemente el mundo de las creencias, en este sentido, es como una serpiente que se muerde su propia cola. La razón al sumergirse en la relatividad, hace emerger las diversas interpretaciones, al mismo tiempo, nos va amarrando al dogmatismo de sus construcciones. De tal modo, la razón nos sitúa en un estado de angustia e inseguridad al enfrentarse al mundo de las creencias religiosas, pero la seguridad regresa por el diseño de su propio mundo de certezas.

     El cuestionamiento de las certezas racionales, la invalidación de las ideologías, provoca que la realidad que antes se nos presentaba comprensible y ordenada, ahora aparezca desnuda, y vuelta a su carácter primigenio y caótico. Con la muerte de las certezas racionales, desaparecen las certezas vitales que nos permitían saber y hacer sin cuestionar lo que son las cosas; la vida vuelve a ser un gran interrogante. Por tanto, la muerte de las certezas devuelve al hombre a su situación primordial y genésica: se descubre perdido y perplejo, sin saber qué hacer, en un medio, por ajeno, problemático y por problemático, desconocido.

     La duda de Ortega es perplejidad pura, es una duda situada antes de la duda metódica, la cual es teórica. La duda perpleja nace en el acto de vivir y no por el pensar; pertenece a lo que Heidegger llama la condición de arrojo en el mundo. En consecuencia, la crisis de la razón pertenece al acto de vivir. La caída de las grandes certezas racionales es, antes que nada, un gran momento de perplejidad porque el estado de perplejidad es el primer momento de la crisis. Por lo tanto, la crisis de la razón esta más allá de la crisis de sus certezas. En otras palabras, la crisis de la razón es una crisis de vida y como crisis de vida no puede ser resuelta sin respuestas a la vida, sin pretender con ello encontrar una salida definitiva.

     La perplejidad e inseguridad producidas por la muerte de las creencias no es manejable hasta que el hombre “no logre fabricarse para la creencia fracturada, piensa Ortega, el aparato ortopédico que es una certeza”. Las heridas creadas en la fundamental estructura de la vida se curan con la construcción de certezas. Las creencias son reemplazadas por las certezas y la siguiente fragmentación de estas hace resurgir de las cenizas a los mitos y las creencias; parece un eterno retorno donde no se tiene ni principio, ni final, al igual que una esfera. La filosofía hace el papel de enfermera, cierra las heridas y nos re-orienta radicalmente. La obra filosófica es una guía segura para los perplejos: necesitamos pensar para huir de la perplejidad de la vida. Como no resistimos vivir en tal estado, el pensar es una saludable solución. De esta manera, vivir y razón son una pareja perfecta. No se puede vivir sin pensar del mismo modo que no se puede vivir sin experimentar la perplejidad inscrita en el acto de la vida.

     Pensar y vivir son una misma cosa. El Pensar está más acá de ser la consecuencia de vivir  y más allá de ser la posibilidad del vivir. El pensamiento y la vida van de la mano. El pensamiento es el acto más natural de la vida y la vida es vida por el pensamiento. Si la vida no fuera lo que es, no podríamos pensar: “Pensar es lo primero que hace el hombre, -piensa Ortega-, como reacción a la dimensión fundamental de su vida, que es tener que habérselas con su entorno”. Vivir no es estar ahí, pasivamente, ataraxicamente, sin reacción, es enfrentarse con su medio, es combatir, luchar, defenderse y par eso, es imprescindible pensar. El pensar no significa tan sólo razonar, o pensar lógicamente, o usar conceptos y buscar el saber de las cosas. En realidad, la función de la razón no es esencialmente contemplativa, ni teórica, sino práctica, es “un instrumento doméstico del hombre que éste necesita, Opina Ortega, y usa para aclarar su propia situación en medio de la infinita y archiproblemática realidad que es su vida”. La razón piensa conceptualmente porque es su forma de ser pero esto no significa que ya no sea práctica. De hecho, ella está obligada a ser práctica no en el sentido de una razón instrumental sino en la línea de una razón vital. El saber busca ser un saber-a-que-atenerse respecto de las cosas que nos rodean para poder decidir y actuar con seguridad; es un saber sobre la vida porque el imperativo es vivir. De esta manera, la razón entra en crisis cuando la razón no ayuda a vivir, y por el contrario, la forma como se razona es una persistente amenaza para la vida.

     Por consiguiente, la razón no es una realidad primaria y única, con fundamento per se como lo señalan algunas interpretaciones sobre la razón moderna; hacerlo sería ahogar a la razón. La cultura y la razón no son reinos autónomos a los que se supedite la vida, no, son aspectos de la vida y a ella debe retornar su mirada para aclarar su sentido y sus funciones. Una razón sin el horizonte vital es una razón cortada en su esencia.

    La objetividad y la subjetividad no tienen que ver más con el acercamiento o el alejamiento al objeto. El ser objetivo no es la relación entre verdad y consenso. La objetividad no es lo medible, y verificable. La única objetividad posible es la concordancia entre vida y pensamiento. Al respecto, Nietzsche criticará a Flaubert por la distancia que interpuso entre la vida y la actividad intelectual, por tal motivo él reprochara: “la única manera de pensar y escribir es sentado”. En efecto, para Nietzsche sólo tienen valor los “pensamientos caminados”. Los pensamientos son verdaderos si todo lo que en ellos se dice proviene de la vida, y no tanto de la biblioteca o escritorio. “No hay que darle crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre”. Luego, el pensamiento que no haya nacido de la vida no tiene ningún valor.

     Y dentro de la vida hay un lugar privilegiado para la creación de pensamientos profundos: el dolor. El dolor es la partero de la credibilidad racional. La trascendencia del pensar vital se efectúa desde la experiencia de naufragio: “Yo sólo creo -anota Ortega- en el pensamiento de los náufragos”. Y náufragos son aquellos que realmente se han sentido perdidos en una mar de dudas, hundiéndose sin certezas a que agarrarse y estando a punto de ahogarse han construido su tabla de salvación con sus propios sufrimientos, aquellos que han salido de las tinieblas y buscado la claridad y orientación por sí mismos en la lucha directa con la realidad. Por tanto, construir pensamientos en esta situación es hacer “pensamientos caminados” porque la vida con sus sufrimientos nos ha colocado en marcha, y en marcha hemos parido nuestros pensamientos, perplejos por la existencia previa de una duda. Por el contrario, los pensamientos muertos y la filosofía de necrofilia es aquella que se hace exclusivamente desde el intelecto, sin el ahogo del dolor, sin que dolor haya metido la mano en la estructura de las palabras, lejos de poder tomar el pulso a los acontecimientos y viviendo como anestesiados por conceptos que no significan nada para nadie.

     La falsedad de los discursos existenciales la palpamos en hablar y escribir sobre aquello no-vivido, no-sentido y no-compartido. La veracidad es el pensamiento con arraigo vital, con la “piel” curtida por la existencia trágica, vulnerable al absurdo de vivir. Ni siquiera podemos hablar de pensamientos absolutos porque vivir de una manera determinada no es la única vía ética y estética, es sólo una circunstancia, una casualidad que importa porque es nuestra manera de pensar y de sentir, pero sin dejar de ser nada más que esto.  En lugar de pensamientos absolutos, hay pensamientos vitales y por vitales circunstanciales y por circunstanciales, relativos. Luego, las verdades sólo existen para quien las necesita, porque al vivir se sorprendieron con su ausencia, y necesitados, corrieron tras sus fundamentos, ansiosos de un sentido hasta descubrirlo. Como la verdad es descubrimiento, alétheia, la verdad no debe ser dicha sino aludida, no puede ser enseñada sino experimentada, no puede buscar adeptos porque sólo me sirve a mí. Más allá de enseñarla, debe ser aprendida. Su vitalidad fundante está en que nadie encuentra la verdad sino la ha necesitado. En consecuencia, la autenticidad del pensamiento está por encima de acumular conocimientos, en efecto, tenemos necesidad en asentir la vida, y desde ahí, buscar conocimientos para ello.

     Si Ortega une la razón a la vida, Nietzsche afirma la imposibilidad de dicha empresa; para él, razón y vida son dos actos totalmente opuestos.

     Para Federico Nietzsche existe un abismo infranqueable entre la vida y la razón. Así como para  Kant, la "cosa en sí" es incognoscible, el Noumeno escapa al conocimiento, el ser de la realidad es intangible porque sólo es posible conocer el Fenómeno, y la apariencia es la única posibilidad de conocimiento y no las cosas en cuanto son; de igual manera, para Nietzsche, "toda verdad es una mentira" porque "la vida en sí misma es incognoscible". La vida no se puede ni se deja atrapar por el conocimiento. Cualquier cosa que digamos sobre la vida es una mera interpretación. El engaño de la razón esta en hacernos creer que la interpretación de la vida es la vida misma. Entonces, sí la razón no puede darnos una respuesta adecuada a la vida, esto quiere decir, que el vivir no es nunca pensar y que pensar no es nunca vivir.

     ¿Qué es lo que nos impulsa a conocer? ¿Cuál es la motivación fundamental de todo proyecto epistemológico? El conocimiento se encuentra justificado -piensa Nietzsche- por el escape a la vida. En el fondo, las aserciones, los conceptos y las categorías sobre la vida sólo son una máscara para huir de ella y su irracionalidad. Nuestra inclinación por la creación de pensamientos es “natural” cuando no logramos comprender su fuerza violenta. De ahí que toda interpretación, sea una tergiversación, toda palabra, una decoloración. En otras palabras, nuestro discurso sobre el dolor es la forma cobarde de evadirlo, es un “doblar la esquina” para no encontrarnos con el escándalo que nos provoca su presencia. Gran aberración cuando las finalidades de la vida son otras: "La vida no es para ser interpretada" sino para ser "contemplada, abrazada, recibida".

     Muchos creen que acumular es conocer, de esta manera, el conocer entraría en el orden del tener. Si el tener tuviese relación con el conocimiento, entonces no podríamos entender la paradoja socrática de un conocimiento que entre más se expande es más consciente de su ignorancia. En realidad, tal unión es una falacia. Más que la acumulación de conocimientos lo que interesa es afrontar el "aquí y el ahora", es asumir la existencia que se tiene abierta ante sí. En efecto, lo que importa es la interrogación de la existencia humana. Un conocimiento que acumula para conquistar es, para Nietzsche, correlativo a la pérdida de lo humano. La deshumanización de la vida se localiza en los conocimientos de tipo bancario. Hacer alarde de lo mucho que conocemos es la alharaca de lo tan deshumanizados que estamos.

     El conocimiento que se cierra a la existencia produce un hombre, maquillado en las simples y sofisticadas apariencias. La apariencia de la seducción es –como señala Baudrillard[12]- lo verdadero de lo verdadero, o lo real de lo real, lo cual ya no es lo contrario dialéctico sino el ensordecimiento de los extremos. La consecuencia de la entronización de la apariencia es el acceso a algo que esta más allá del fin, es la plenitud de la  verdad y de lo bello, es decir, su final o el fin del fin. La fascinación de la apariencia se monta en una estrategia fatal, la cual nos hace creer ser lo que nosotros aparentamos ser. El apresamiento de la apariencia es cinismo puro; por tal motivo, el ser cínico es igual a: "parecer siempre feliz y persuadirse que se es".

     Nietzsche reemplaza el Cogito Ergo sum cartesíano, por el vivo ergo sum Desde está perspectiva critica a Hegel por haber sobrevalorado el intelecto y la moral universal por encima de la vida particular[13]. En esta misma línea, el pedagogo Philippe Meirieu crítica a la educación dividida en disciplinas que impiden entrar en el mundo y apropiarse de él, porque se han separado de aquello que les entregaba vida: "Las disciplinas escolares han devenido en realidad...pedazos de cadáveres exhumados de las tumbas(...)pedazos de conocimiento extirpados de los tratados de los sabios y compilados en los manuales. Ellas no están más habitadas por aquello que les podría donar vida, por la interrogación fundamental que  les permitiría entrar en el mundo, apropiarse de él y crecer"[14].

     Para Nietzsche la razón que nace en la Modernidad con pretensión científica, es una razón unificadora, totalitaria y religiosa que intenta ordenar, clasificar y en consecuencia, reducir la diversidad de los fenómenos. La unidad es la obsesión de la lógica; en tales circunstancias la definición de la pluralidad de la vida termina con un resultado nefasto: su negación. La empresa homogeneizadora deja de lado las cuestiones decisivas que conciernen al hombre y su relación con el universo. Luego, unir es igual a reducir y reducir es más que reducir, es perder y negar hasta el punto de aniquilar.

     Cambiar la fe por la razón nos puede haber parecido un cambio radical, digno de todos los honores, sin embargo, Nietzsche denuncia como las leyes científicas, producto de la razón moderna, son una prolongación de la episteme anterior. No hay tal cambio radical con la nueva epistemología porque las leyes científicas siguen siendo religiosas, puesto que las leyes crean la necesidad de relacionar los fenómenos con la causa. Así, la necesidad causal es la razón misma; razonar críticamente es intentar, por todos los medios, atrapar las causas; y una razón que no logre desligarse de la necesidad causal es una razón de carácter religioso. Además, la insistencia en la causalidad nos lleva a rechazar el azar, la indeterminación y la incertidumbre como si estos aspectos fueran extraños al movimiento de la vida cuando en realidad, el azar, la indeterminación y la incertidumbre son los rasgos más típicos de la vida. La estrechez de la razón moderna está en no soportar la discontinuidad propia al devenir vital, por ello recurre a una unidad inmediata y artificial y para conseguirlo, se sirve de poderes mágicos, sin ellos sería imposible pensar en la unidad de los objetos. La continuidad natural e histórica de la vida es una pura representación fruto de poderes mágicos; en la vida, no existe tal continuidad como pretende hacerla ver la razón.

     Todo conocimiento racional esta viciado por este inconsciente y consciente distanciamiento con la vida. La prepotencia antropológica de Protagoras en la modernidad no puede aceptar su impotencia. “Los científicos son -según Nietzsche- cerebros en ebullición que no desean conocer la evidencia misma". Y no aceptar la imposibilidad de conocer la vida es, paradójicamente, cerrar la puerta a la profundidad y a la posibilidad de obtener un fundamento cierto. De hecho, el peor enemigo del conocimiento es el miedo al error, esto lo hace encerrarse en sí mismo hasta dogmatizarse, le quita movilidad hasta enquistarlo en las corrientes vitales, convirtiéndose en un verdadero obstáculo para vivir la intensidad de las pasiones de acuerdo a la fuerza dionisiaca. Así, la “verdad” y la “objetividad”, no son más que "un sabio mirándose en el espejo, ellas conforman un universo construido a su medida"; y su mundo real no deja de ser un mundo sin imaginación, atrapado en la miopía del detalle. En fin, la principal critica al conocimiento científico es la huida, a todo lo que sea irracional a todo tipo de sufrimiento, a toda falta de explicación vital; él tiene necesidad de excluir la vida con su dolor, y no acepta reconocer la nada en la existencia[15]. Su falta de honestidda le hace negar la existencia y su pluralidad sustancial.

     Nietzsche, en "Más allá del bien y del mal", señala como el gran error del racionalismo, que tiene su arquetipica figura en Sócrates, el "invertir los términos de la existencia dando a la razón una autoridad primera o haciendo creer en un tal poder". Así, al conceder un tal poder al primado teórico de la razón se consagra la tiranía sin freno contra los instintos y los sentimientos, de tal modo, se ignora la esencia misma de la vida, y nos hundimos en la arbitrariedad de los juicios morales.

     Otro de los peores vicios de la pretendida verdad racional es buscar afanosamente “verdades” que nos sumerjan en un mar de tranquilidad. El respeto por las cosas ciertas debería llevarnos a escuchar juicios que vayan más allá del criterio sobre la tranquilidad personal. Que gran mentira es aceptar como verdad aquello que lo único que hace es no cuestionar nuestro modo de vida o de la sociedad. La búsqueda de la verdad exige ser uno mismo, e incluso correr el riesgo moral inherente a tal búsqueda. Nietzsche afirma:"puedo vivir significa vivir en peligro".

     La subordinación de la vida al conocimiento tiene como consecuencia que la vida deba ser respetada con su naturaleza huidiza. Por eso la disyuntiva, apariencia-profundidad, queda resuelta en buscar y permanecer en la apariencia:"Hay que amar las apariencias, no pasar de la epidermis, creer en la formas. No debemos pretender ser superficialmente profundos. Ser artistas de la verdad es ser adoradores de las formas"[16]:.

     Optar por la vida es diferente a buscar conservar la vida. La vida es principio de verdad y lucha sin descanso. Conservar la vida es matar la vida y destruir la verdad. Hay que liberar la vida. Nietzsche señala como las morales han despreciado la vida, por ello han sido "insensatas, contrarias a la naturaleza, y han perdido la humanidad". Con la moral "no se obtiene la risa" porque la moral asesina la vida.

     El conocimiento auténtico es el que lleva al hombre a aceptar la vida en sí misma. No aceptarse a sí mismo es escoger el camino de la debilidad y la mentira. El "sí mismo" está compuesto por la animalidad-humanidad que existe en toda persona. El "sí mismo" en Nietzsche, "es el retorno bendito a la esencia de las cosas", es el mismo ser y éste se sitúa más allá del bien y del mal.

     La vida debe afirmar su naturaleza y movimiento interno, ello implica aceptar lo que nos horroriza en nosotros mismos; sólo así se puede vivir. Una vida que no acepta sus propias condiciones elabora un conocimiento que no es más que la expresión de sus miedos y camufla la incapacidad de vivir su propia vida, o el temor le hace negar y satanizar cuanto le espanta. El desafío es claro y arremetedor: el conocimiento para que sea conocimiento no puede separarse de la vida aunque la vida se presente como enemiga del conocimiento.

     El carácter esencial de la vida creativa es el desgarramiento, porque no hay creación sin desgarramiento, sin ruptura y sin inversión de estados antiguos. "La vida procede esencialmente por infracciones, violaciones, despojos destructores". Si la vida opera de este modo, las contradicciones no pueden estar exclusivamente en el nivel de las incoherencias de los discursos; en realidad, las contradicciones están más allá de los fenómenos lógicos o formales, ellas pertenecen a la existencia misma. Entonces, un discurso "coherente" es un discurso erróneo porque no pertenece a la vida. De igual modo, el desgarramiento aparece en el discurso cuando este logra decir más en lo no dicho que en lo dicho. La ruptura se evidencia cuando lo no dicho desafía, irreverentemente, lo dicho: "las implicaciones no dichas de lo que se dice desborda a la conciencia del que habla y aún cuando se crea en la regla consigo misma, indica una praxis que no corresponde a su palabra."[17]

     No solo existe un distanciamiento entre la vida y el conocimiento, entre la realidad y el discurso, sino también entre el saber y el hacer. Este distanciamiento se percibe ligeramente cuando nos damos cuenta que comprendemos mejor lo que hacemos que lo que simplemente sabemos. Pero lo que más nos ayuda a constatar tal distanciamiento es confirmar que no basta con saber bien para actuar bien, porque para actuar rectamente no basta saber rectamente. Las acciones tienen presupuestos que pueden modificar los principios del saber. Es falso pretender la completa coincidencia del uno en el otro. Existe un margen amplio entre los dos y ese es el margen en que actúa la irracionalidad.

     La religión destruye al sujeto cognoscente pero la auténtica causa del daño hay que buscarla fuera de sus fronteras. Para que un sujeto decida buscar en la religión, argumentos para vivir, se necesita estar enfermo. El individuo huye de Dyonisios; atrapado en la enfermedad del racionalismo es condenado a la destrucción final; es, entonces, cuando decide entrar en el espacio sagrado de las religiones. Luego, el Arjé de la razón corrupta no se encuentra en la religión. Nosotros buscamos la religión por estar ya enfermos. Por tal motivo Nietzsche afirmará:"el mundo divino nace de un infierno interior", "el buen dios nace del diablo". Nuestra esclavitud es lo que nos lleva a refugios imaginarios, por ello la peor enfermedad del conocimiento es "la enfermedad de sí mismo". Esta enfermedad provoca que "el hombre viva complacido en su propia falsedad". El hombre carga en su cuerpo la fuerza de su autodestrucción, "el hombre es la negación del hombre", la salvación no es más que una mera apariencia: "el conocimiento religioso es el conocimiento de un enfermo con apariencia de sano".

     Las verdades religiosas contienen afirmaciones en total disparidad con los significados reales de la vida. Cuando el pensamiento religioso define algo, "la definición no concuerda con lo que la cosa es sino con lo que no es". El principal problema esta en que el pensamiento religioso establece contratos que al no cumplirse generan culpa. En efecto, la primera reacción frente al fracaso es la culpabilización. Así, vivimos ahogados en nuestra propia vergüenza, cuando el fracaso y el sufrimiento de la tragedia, no concuerdan con las promesas alegres. Huimos del dolor como si éste no perteneciera a la savia de la vida. De esta manera, afrontamos un doble fracaso: lo sucedido, y el nacimiento de la culpa. Condenados a la inmovilidad por la cadenas de la culpa renunciamos a la aptitud del guerrero para ejercer el oficio del cobarde.

     La perversión del conocimiento racional-religioso consiste en la búsqueda a cualquier precio de la verdad; se aspira a la verdad para mirarse en ella. No interesa la imagen del mundo, importa la imagen engrandecida del Yo. Intenta fijar la verdad, por ello dice en todo momento: "la verdad esta ahí". Con esta fórmula se pretende amurallar la verdad, limitarla, definirla, a ultranza, poseerla. Pero en realidad la verdad tiene otra naturaleza: "es púdica, oculta, femenina, y celosa". La verdad no está sometida al darse, no es algo que está ahí ofreciéndose para ser tomada: "La verdad acontece como un evadirse continuamente". Y esto, por ser de naturaleza femenina: "por ser mujer se da cuando y como quiera". El deseo de buscar la verdad a cualquier precio nos conduce al fanatismo epistemológico. Y cualquier fanatismo es el fruto de voluntades débiles que no aceptan la naturaleza huidiza de la verdad e intentan demostrar su posesión como por arte de magia. El fanático es alguien que al saberse poseedor de la verdad se hace creyente en ella. El creyente no es más que un borrego de otras voluntades, es alguien incapaz de definirse por sí mismo. "Cuando uno tiene la convicción que debe ser mandado, que se le tiene que mandar, entonces se hace creyente". La creencia es apropiada para todos aquellos que son incapaces de aferrarse al mundo tal y como se le presenta.

     El camino epistemológico de la creencia y el camino epistemológico de la búsqueda dionisíaca, son caminos opuestos. La creencia vive convencida de la existencia de verdades absolutas mientras tanto, el conocimiento dionisíaco le circunda el escepticismo. La honestidad de la búsqueda exige "muchos ojos" mientras que la creencia lanza una "mala mirada" la cual es más bien un "no querer ver". La autentica búsqueda de la verdad es lenta y difícil, mientras que la creencia ha renunciado a la búsqueda, no espera nada del mundo, ella ya cree conocerlo todo. En el campo de la Revelación todas las cosas están resueltas, por ello la realidad del creyente se reduce a un libro. El creyente pretende uniformar la búsqueda, homogeneizarla, como si existiera un solo camino para llegar a ella, mientras que la verdad autentica expresa la multiplicidad de los caminos y hasta la sorprendente intervención del azar. El dogmatismo del creyente condena el conocimiento a la decadencia: El absolutismo de la verdad creyente tiene por finalidad la uniformidad, en ella los contrastes se convierten en sospechosos. La búsqueda dionisíaca supone una tensión permanente. En realidad, Sólo cuando hay tensión, es posible aproximar los elementos dispares sin poder nunca arribar a la absolutez de la verdad, ya que juntar perfectamente lo dispar es un imposible.

     Recurrir al sentido para explicar los acontecimientos de la vida, delata la intención de evadir la vida. Dar sentido a los acontecimientos es intentar corregir el mundo y lo que nos molesta de él, por medio del saber. A quien busca el sentido racional de las cosas, Nietzsche le llama, hombre lógico. El hombre lógico se cree centro, por eso reduce la vida a las dimensiones restringidas de su lógica; pretende honrar a la vida gritando: "te quiero, eres digna de ser conocida". El hombre lógico juzga la vida y reduce el misterio a lo racionalmente cognoscible. Para él, “la vida no vale sino en la medida de ser conocida”. Busca, afanosamente, razones para existir porque no soporta la crueldad de la vida, por eso no es más que un clown aparentando un buen vivir.

     Dentro del discurso sobre el sentido, Nietzsche también critica al historicismo ya que éste quiere plantear como verdadero todo cuanto tiene orígenes, como si "todo lo que tuviera orígenes tuviese sentido o fuera la salvación del mundo"; como si todo pudiera ser representado como illo tempore. La sobrevaloración del origen “vacía la actualidad del contenido”. El historicismo nos hace creer que “todo sigue dependiendo del pasado”; así, con la obsesión del origen se incrementa la ausencia de significación del origen, porque, ni aceptamos el presente, ni entendemos el pasado. Un auténtico estudio del origen debería conducirnos, de una vez por todas, al estudio del presente: ir al origen para entender el presente e ir al presente para entender el origen. Pero este ir y venir requiere, por encima del conocimiento, la voluntad. La voluntad ha de permitir “liberar la voluntad de poder del ser” encadenada hasta el momento por morales sacralizadoras de la debilidad.

     La muerte del sentido es la afirmación de la pluralidad de las interpretaciones fundadas en el sinnúmero de la esencia plural de las cosas. La muerte del sentido es el rompimiento del esquema de "aquello" sin lo cual no es posible “pensar nada más”. Cuando se cae el sentido, la crítica a la divinidad absolutista libera a la voluntad pometeica y se desata la pluralidad de lo real. La voluntad Prometeica “acepta la realidad a partir de sí misma”,  y su carácter perecedero se refleja en una voluntad capaz de decir sí a más de una muerte amarga en nuestras vidas”. Niega a los dioses, porque con ellos se huye a los transmundos: “Dios es un límite insoportable para la voluntad creadora”.

     La búsqueda del ser de las cosas debe evitar el nefasto deseo del hombre reflejado en el intentar hacerse centro, o razón de ser de todo cuanto vive. Nuestra demencia fundamental es la “medir todas las cosas por nosotros mismos”. Salgamos de tan insolente locura y para lograrlo, “multipliquemos las miradas”, instituyamos la pluralidad: La pluralidad es la afirmación de la libertad. La búsqueda del todo es propia al conocimiento racional y, al mismo tiempo, es su aberración porque construye un pensamiento dominador. El pensamiento dominador procede con una avidez posesiva y desbordante, además de ser generador de monotonía. La mirada sobre la realidad tiene que multiplicarse porque la diversidad y la diferencia pertenecen al mundo, mientras que la monotonía y la homogeneidad lo asesinan.

     La victoria del conocimiento nietzscheano está en la superación del utilitarismo. Las cosas no pueden ser medidas por el placer, la tranquilidad o la utilidad que nos brindan. Rompamos con un conocimiento que sólo va a la casería de seguridades. Tengamos la voluntad para perdernos, algunas veces, si queremos aprender algo sobre lo que somos y no somos. No nos engañemos al tratar de identificar las cosas con lo dicho por el intelecto. Hay una distancia abismal entre el intelecto y la realidad. Respetemos el alter del ser. La alteridad de las cosas esta en aceptar el límite del conocimiento y en reconecer la diferencia en su interior.

     La pasión por la verdad no es la proyección o la búsqueda de sí mismo, es el deseo de sentir al ser tal como este se presenta. El respeto por el ser es la consecuencia de un conocimiento vital. El vitalismo del conocer no es captación o fijación posesiva de la realidad, lo cual si ocurre con el conocimiento racional que oculta la movilidad de las cosas, las detiene y viola sus secretos. La razón tiene miedo a la movilidad y a lo desconocido, por ello las petrifica con las ideas y reduce lo desconocido al conocimiento. Conocer desde la perspectiva de la vida es acoger al ser con su movilidad huidiza a toda idea y sin la posibilidad de abordarlo totalmente porque lo desconocido no deja de lado a la realidad, así nuestros conocimientos aumenten.

    Conocer desde la vida es decir sí a la realidad; es aceptar  la realidad con su extensión mayor al conocimiento; es una tarea nunca acabada. El pudor en el conocer está impuesto por la misma realidad. El conocimiento se distingue, cuantitativamente, por lo poco. Nietzsche decía: "yo procedo con los problemas profundos como con un baño frío, entrar pronto y salir pronto". El pudor no es la indiferencia del ser; el hombre pudoroso sabe que "la realidad es mujer que no entrega amorosamente su secreto, sino a aquel quien lo solicita pacientemente, no por falta sino por abundancia de amor". Gran escándalo pretender abarcar la totalidad: "para nosotros es una cuestión de decencia no querer verlo todo desnudo, no querer asistir a todas las cosas, no querer comprenderlo todo y saberlo todo". Hay que ser modesto con la inmensidad del todo si queremos conocer algo:“La verdad demasiado luminosa hace que el hombre se refugie en medio de la oscuridad de la noche”.

    El conocimiento dionisiaco exige el phatos del distanciamiento, lo cual significa que las cosas no pueden ser vistas de frente, ellas sólo pueden ser vistas a distancia. Si la realidad fuera algo muy pequeño poca importancia tendría la distancia, pero se trata de un fenómeno infinito, situado más allá de las interpretaciones y del lenguaje. En efecto, la profundidad de la realidad y del "sí mismo" no puede ser expresada totalmente en el lenguaje, más bien parecen ser ocultadas en lo dicho. Por tal motivo Nietzsche opina: “Todo conocimiento honesto debe empezar en una pregunta y finalizar en una pregunta.

    El perspectivismo nietzscheano inaugura la multiplicidad de las interpretaciones y al final provoca el ocaso de las mismas. En realidad, el perspectivismo cambia las muchas interpretaciones por el asentimiento de la vida: “La vida no es para conocerla, sino para asentirla, señalarla, abrazarla, respetarla”. La realidad retenida en la idea o en el discurso es una venerable mentira. La dignidad de cualquier conocimiento se encuentra en la destrucción de todas las interpretaciones. Querer conocer es iniciar por la negación de toda afirmación. Conocer es aceptar el secreto de las cosas. Sólo conocen aquellas personas que han aceptado la imposibilidad de conocer. Nietzsche expresaba la imposibilidad del conocimiento afirmando:“a las cosas se les debe mirar desde abajo y a distancia”, sólo así aparece su grandeza, y la grandeza no puede ser vista desde arriba, ni desde cerca:"en lugar de prender el ser en las redes del lenguaje, hay que mantenerse ante él, como Zaratustra, con las palmas de las manos y los brazos muy abiertos para recibirlos". El ser hay que “escucharlo, evocarlo, contemplarlo”. Por tanto, “vivamos la realidad al desnudo”.

    En conclusión, asentir la vida es descubrir que la vida no puede ser medida por ningún sentido, ni ordenada a ningún fin. El sí a la vida acepta la sobreabundancia de una realidad que no existe ni “en orden a...”, ni “en función de...”, ni “a partir de...”. Al final del túnel en el que nos mete el conocimiento entendemos que hay que decir “sí absolutamente al mundo”. Precisamente donde antiguamente se decía no, hoy damos un sí que incluye el azar, el mal, la crueldad, la incertidumbre y el imprevisto. El hombre dionisíaco es el gran afirmador de la vida; él no se pone por encima de las cosas, sino que deja a la existencia afirmarse por sí misma; no opone la razón al instinto, ni el conocimiento al sufrimiento, ni la salud a la enfermedad. El hombre dionisíaco no es el satisfecho de sí mismo, es un creador sin discursos y desde su finitud porque “el acto creador sólo engendra cuando es consciente de su propia finitud”.

 

 



[1] Ver, Freddy Javier Alvarez, IMPOSIBILIDAD DE LA VERDAD EN FEDERICO NIETZSCHE, revista Logos, Facultad de Filosofía y Teología, PUCE,.Quito, 1998

[2] HUSSERL E. Formale und transzendentale Logik, Einleitung, Husserliana XVII, her. v. P. Janssen, Nijhoff, Den Haag, 1974, p. 10

[3] Op cit.

[4]ANTONIO GUTIERREZ POZO, La vida como origen de la Filosofía y la Filosofía como fundamento de la vida en el pensamiento de Ortega, en Revista Venezolana de Filosofía, Universidad Simón Bolivar, Departamento de Filosofía, Caracas, 1997, pag 8.

[5]Es lo que sucede con el contrapeso que sufre la Teoría de la Evolución de Darwin con el crecimiento de hipòtesis creacionistas. Aún, en reuniones de científicos aparecen  junto a las hipotesis del origen del hombre americano otras tesis que lo hacen provenir de algunos seres extra -terrestres.

[6]Manuel Lázaro, APUNTES DE MORAL, curso de ética dictado en la Flacso, sede Ecuador, Febrero - Mayo de 1998

[7]Einchegoyen, LA VALSE D`ETHIQUES,

[8]Jean Baudrillard, MAS ALLA DE LOS FINES, Internet, Altavista.

[9]Op cit, pag 9.

[10]Ver John Horgan, EL FIN DE LA CIENCIA, Los límites del conocimiento en el declive de la era cintífica, Barcelona: Paidós, 1998.

[11] Aristóteles, METAFISICA, Barcelona: Gredos, 1959.

[12] Jean Baudrillard, LAS ESTRATEGIAS FATALES, Barcelona: Anagrama, 1997.

[13] Valadier P. NIETZSCHE Y LA CRÍTICA DEL CRISTIANISMO, Madrid:Editorial Cristiandad,1982.

[14] Philippe Meirieu, FRANKENSTEIN PEDAGOGE, Lyon: ESF, 1997, Pag, 54.

[15] Influencia de la obra de Shopenhauer, La voluntad como representación.

 [16], Federico  Nietzsche , LA GAYA CIENICIA ,

[17] Paul Valadier, NIETZSCHE Y LA CRITICA AL CRISTIANISMO, Madrid: Editorial Cristiandad, 1982, pag. 256.


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