LA COMPLEJIDAD DE LA VIOLENCIA EN EL AULA


Julián, hay tanta desconfianza con la teoría que no es extraño, escuchar frases como: ¿Para qué explicar o analizar la violencia?. Es como si las explicaciones no tuvieran ninguna importancia, dándole énfasis a la interpretación Marxista de la tesis de Feuerbach:  Busquemos soluciones al problema en lugar de interpretaciones. Sin embargo, las posibles soluciones se guían por marcos teóricos o maneras de interpretación. Cualquier práctica es ciega sin una axioma teórico que la oriente y una teoría sin práctica es parapléjica. Sin esto, nos sentimos perdidos o podemos hacer muchas cosas con el riesgo de que, al final del camino, tengamos la sensación de no haber hecho nada. En realidad, una buena interpretación de la violencia puede reducir costos humanos, sociales, políticos y culturales.

 
 1. Eres una víctima de la violencia política maniquea  e irresponsable.

         Gran peso ha tenido la dimensión política en la interpretación de la violencia. Una manera de interpretar la violencia en el aula, y muy típica de los años setenta y ochenta [i] es verla como el efecto de situaciones políticas del país. Consecuencia de tal esquema es: si alguien te golpea, deberíamos buscar las causas en las políticas represivas del Estado o del partido hegemónico. Una profesora o profesor pueden usar la violencia contigo dirigidos -obligados -  por las situaciones políticas duras a las que están sometidos. Los profesores golpean porque el Estado y el imperialismo los golpea a ellos, o mejor, es el imperialismo el que hace que los profesores sean violentos con los alumnos. En realidad, la mano del profesor es la mano de la Oligarquía. Difícil para ti hacer tal separación, porque la mano que tú sientes es la mano del profesor y porque, para ti,  la oligarquía no tiene nombre propio. [ii]

Esta interpretación absuelve a la parte comprometida directamente con el acto y condena a la parte invisible. “Fue otro”, los actores no son “responsables”.  Es casi un tipo de acusación esotérica. Además, es para los profesores, la mejor forma de legitimar sus actos violentos contra los alumnos.

Las acciones políticas violentas son paradójicas porque por un lado, disuelven todos los actos personales e interiores en actos estructurales y exteriores, y nos colocan en la situación de simples marionetas. Pero, por otro lado, los actos personales son la única manera como los actos violentos se concretizan en la realidad. Para que se manifieste un acto violento, se necesita que no haya persona en el sentido moderno del concepto - como alguien dueño de sus actos, que se constituye como sujeto en la medida que es dueño de su libertad. De esta manera, no es extraño que el sujeto violento no se sienta responsable de lo acaecido y su acto se enrede en los hilos del silenciosos de la impunidad.  

La acción política violenta me ayuda a comprender el por qué de los golpes o la muerte del otro. Pero, ¿Comprender es justificar?. En la perspectiva moderna, sí, porque la justificación hace parte del ejercicio racional que se opone a la antigua creencia incapaz de dar razón de sus actos. La pregunta pertinente es: ¿Entender la situación, es una manera de perdonar los responsables? o, ¿Si tú comprendes algo, tienes que olvidar a los culpables al final? ¿no desearías mejor no haber comprendido? ¿Es lo mismo, comprender y absolver?. Este es un punto que se presta a la confusión. Si la respuesta fuera afirmativa, todo tipo de explicación caminaría de la mano de la complicidad.  Heidegger en Sein und Zeit distingue la explicación de la comprensión. La comprensión está ligada a la dimensión afectiva del ser, lo cual no sucede con la explicación.  La explicación siempre es, de algún modo, comprensión, y la explicación - comprensión nos ayuda a entender mejor algo y a no dejar pasar por alto las consecuencias mismas de la acción. Desde el plano ético, siempre es mejor comprender que no hacerlo, entender que dejar pasar por alto. Además, nosotros nos guiamos por el principio en el que la comprensión está del lado de la justicia y la incomprensión entra en el dominio de la injusticia. Pretender justificar lo comprendido es un subterfugio que no corresponde a la explicación - comprensión sino que más bien es la manipulación de ésta.

El hecho de que la política organice la interpretación de la violencia nos sitúa en otro problema.  Nos lleva, a quienes trabajamos directamente en la educación, a una situación de mutuas acusaciones en el orden de la intolerancia maniquea.  Todo depende de cuál es el actor que la define. La derecha señala a la izquierda como la causante de la violencia y la izquierda hace lo mismo pero en sentido contrario. Para unos, la violencia está en la capacidad de implementar instrumentos represivos y alienantes. Para otros la violencia se desarrolla por la crítica y las acciones contra el status quo. El campus de los “malos” comienza donde termina el espacio de mi partido o de mi ideología. “Malos” son todas aquellos que no se inscriben en la concepción política a la que pertenezco y los “absolutamente demoníacos” son las personas que se atreven a criticarla o combatirla. Es de esta manera como las concepciones políticas aparecen unidas a concepciones morales. La ambigüedad es consecuencial: el golpe en el aula es el bien personificado en contra del mal, los golpes que se reciben son la consecuencia directa de las acciones del mal por querer hacer el bien. Vivimos entre el bien y el mal, recibiendo golpes por hacer el bien o dando golpes por el mal que está afuera. De cualquier manera los golpes recibidos nos hacen víctimas y los dados son, casi, una obligación con el fin de combatir el mal. Todo queda comprendido en el horizonte axiológico - político de la violencia. Recibir o dar o es un deber o es una causa de mis buenas intenciones. Al final, la violencia se reproduce de una manera sorprendente dentro del campo moralista y maniqueo. Dar es una causa y recibir es una consecuencia: Tú recibes porque estás en una situación violenta y das para acabar con el mal que te acecha en el medio ambiente.

En consecuencia, el Estado o el partido hegemónico es el culpable de los golpes de los profesores a los alumnos, él es el responsable de la mayoría de los actos de violencia en la educación[iii]. Te preguntarás: ¿aún mis actos? Pues sí, indirecta o directamente el Estado es responsable de la violencia: a) porque el tiene el deber de protegerte y no lo hace, b) porque sus políticas de hambre y represión incitan a los profesores y profesoras a golpear en el aula, c) porque no se interesa por una educación para la paz.  El Estado es el chivo expiatorio de todos los actos de violencia.  A él se le puede reclamar por lo que hace o por lo que deja de hacer. No se debe preguntar por el quién, sino, por el por qué, el cómo, el cuándo[iv].  Al final, tus actos no los puedes juzgar desde tu subjetividad, la existencia de ésta depende del gran Otro, representado por el Estado. Vives en una sociedad en la que no eres dueño ni de la palabra que creías, te pertenecía: “Yo”. Estás condenado no a “Cien años de soledad”, sino a Miles de años de infantilidad. Vivirás agobiado por un ambiente en el que se acusa a los otros de lo que te pasó o a tus amigos, escudados en las estructuras exteriores o interiores y en las políticas de los demás, sin la capacidad de asumir las consecuencias de tus actos.

 
2. Eres violento por no haber nacido dentro de una cultura participativa

Si bien, la causa política de la violencia no es la única, sí ha sido la más persistente como recurso de interpretación. Una interpretación más actual de la violencia está en la ausencia de una cultura participativa.

Ir a la escuela aunque no quieras, para educarte porque es el primer paso a la humanidad - tal como lo pensaba Kant-; escuchar unos discursos, que dizque son buenos para ti... tú no puedes decidir oír o no oír; con unas sanciones que te impusieron sin importar si estabas de acuerdo con ellas; dentro de un tiempo que la mayoría de veces esperas que transcurra lo más pronto posible, para salir al recreo; con unos profesores que debes respetar porque “los mayores casi siempre tenemos la razón”, y en caso de problemas, discutir con ellos es como golpearse contra un muro.  Esta es la manera como, en la mayoría de casos, inicia la supuesta cultura escolar de la imposición.  Aquí, el ejercicio de la libertad tiene su punto de partida en la sumisión al acto educativo. Después de someterte, contradictoriamente, puedes llegar a ser libre. En estas condiciones, es fácil concluir que la educación es el mayor acto arbitrario por el que debes pasar... en estas condiciones, cualquier palabra sobre participación tiene sabor a ironía o hace alarde del más crudo cinismo. La cultura de la imposición se ha desplegado de tal forma que pueden resultar irreverentes las preguntas: ¿Por qué condenarte si no participas? ¿Por qué estar tan seguro que ahí debes ser feliz? ¿Qué sentido tiene tu participación en un acto que no está dispuesto a contar con tu criterio para su diseño y al que ciegamente debes obedecer?.

Pareciera que la imposición es la ley de la vida en su gestación, y la libertad, una gran ficción.  Nadie te preguntó si querías nacer o no; tú no decidiste sobre la nacionalidad que te gustaría; sobre tu nombre; tu cuerpo, tus padres se te imponen, no podrían ser mejores o peores, simplemente somos nosotros, y las consecuencias de las opciones de los adultos repercuten directamente en tu cabeza para aumentar tu impotencia. Te parecerá ridículo que con tan inmensas imposiciones, alguien te diga: Eres libre. Hablar de una cultura de participación y de diálogo, da la impresión, no es un don natural, más bien pertenece a la fuerza de la cultura. Nacemos en el absoluto arbitrario y aprendemos a decidir, a ser libres.  Nacer, lo mismo que morir, es no decidir y, vivir es aceptar las cosas que se nos imponen y optar por aquellas que se nos es permitido; vivir dignamente es asumirlas con responsabilidad.

La participación no es un decreto, es un aprendizaje. Luego, si la participación es un esfuerzo de la cultura, difícilmente se consigue en una escuela reproductora de programas estables, inamovibles, verticales y monolíticos. ¿Cómo educar para la participación si entendemos por ello el “disfrute” de los planes que otros han hecho, sin tenerte en cuenta? Tal forma es análoga a la trágico-comedia de los “vendedores de conflictos”: invitan a la paz con el fin de financiar su guerra. Una cultura de participación se hace a partir de escuchar tu voz, de tener en cuenta tu palabra, de contar con tu presencia y con tu voluntad. No hay participación cuando se impone la voluntad del poder sobre la mayoría.

En este caso, la violencia dentro del aula es el producto de una cultura de imposición o lo que llama Bourdieu y Passeron, de la Violencia Simbólica. La violencia del aula tiene sus raíces en una cultura de lenguajes unidireccionales en los que se niega sistemáticamente la presencia del otro como otro. Sus manifestaciones amenazantes son las conductas regulares que toman los agentes cuando las vías de comunicación han sido negadas. Ser violento es el resultado de espacios institucionales al servicio de la violación de los derechos. Con acierto, varios sociólogos han visto en la violencia, no conductas patológicas, sino un tipo de lenguaje de los marginados. Los cuerpos reaccionan con violencia cuando se someten, estructuralmente, a leyes de marginación o se les encierra en la binariedad excluyente:  eres tú o soy yo. 

Legitimar un tipo de identidad y negar otros, privilegiar una clase social o determinados apellidos; regentar jerárquicamente; banalizar los principios no de acuerdo a las situaciones sino de acuerdo a los privilegios; es colocar las bases para crear espacios de imposible convivencia. En este sentido, nuestras sociedades son lugares propicios a la violencia, éstas funcionan sin acuerdos sociales debido a las actitudes defensivas, el sostenimiento y acrecentamiento de los privilegios, y la educación hace parte de este juego nefasto. El impedimento de una identidad común impide cualquier esfuerzo que se pretenda en el orden de la convivencia. Sin voluntad y sin la posibilidad de espacios donde las diversas formas de ser se expresen, es imposible hacer que las sociedades se recreen en el respeto a la diferencia.  Una identidad común debe ser legitimada para construir espacios sociales de tolerancia, respeto y solidaridad. Pensar que la única manera de existir es con el aplastamiento del otro es potenciar los mecanismos de la violencia[v].

Otro factor en contra de una cultura de la participación es aquel basado en sistemas de aprendizaje relacionados con la competencia. Las secuelas de la competencia dejan a su paso personas ebrias de prepotencia y otras ahogadas en sentimientos de frustración. La competitividad es enemiga acérrima de la solidaridad. Ser competitivo es entrar en la lógica de los “mejores”, agudizando el sentimiento de superioridad - inferioridad. De hecho, la competitividad es familiar del individualismo. No hay nada más contradictorio que entrar en el juego de los “mejores” y al mismo tiempo querer crear el ambiente de convivencia. La problemática se acrecienta cuando descubrimos que la lógica de los “mejores” coincide, casi siempre, con el mérito social. En estas condiciones, pretender vivir en paz , sin tocar los sistemas de competitividad para reemplazarlos por la solidaridad y la convivencia, es sacralizar las injusticias dentro del aula de clase y dentro de la  sociedad.

 

3. Eres violento porque eres pobre o porque crees que el consumo es lo que te hace persona.

“De los pobres tienes que cuidarte porque ellos son violentos por naturaleza. Sus barrios son inseguros, sus actitudes son sospechosas, sus abrazos no son fiables. A los delincuentes, asesinos, ladrones y violadores se les debe buscar entre los marginados, profesionales de la violencia.” Los infiernos no se encuentran en las pinturas y descripciones de Dante, ellos son visibles en los barrios populares de todas las ciudades. Ser pobre es ser potencialmente violento. Así, piensan quienes creen que la violencia tiene relación con lo económico, como si una buena billetera nos eximiera de ella.

La pobreza como violencia tiene una doble salida: Primero, la pobreza es la mayor violencia cometida contra alguien. Cualquier golpe es irrisorio comparado con las condiciones a las que son sometidos los pobres, que son la mayoría en nuestro continente. Un asesinato, un robo, es casi siempre una desviación a la mayor violencia: la pobreza. La más grande de la violencias está en que la gente no tenga qué comer, con qué vestirse, dónde dormir, obligada a vivir en condiciones infrahumanas. Los golpes son incomparables con el flagelo de la pobreza. Segundo, debido a esto, el lugar epistemológico de los pobres es un lugar propenso a la violencia. Nadie puede hacer aparecer la pobreza como un lugar romántico, de paz y seguridad. Los cinturones de miseria son inseguros y peligrosos y nadie lo puede negar. Luego, la violencia del pobre es una violencia relativa, lo cual significa que erradicar la violencia es erradicar las condiciones que hacen que las mayoría sea cada vez más pobre. La violencia del pobre no es natural sino creada. Las causas de la violencia del pobre debemos buscarlas en las estructuras sociales y no en la pobreza de los pobres. Aclaremos que los pobres no son responsables absolutos de sus actos violentos porque ellos no eligieron su pobreza, sino que otros la eligieron por ellos.

Actuar consecuentemente con esta visión, es buscar  luego de que ocurre  un acto violento en el aula, primero que todo, los pantalones remendados, las camisas de bajo valor,  los zapatos baratos, en fin...los rostros de los pobres. Sin embargo, te darás cuenta de tal equivocación porque la violencia no tiene una vestimenta determinada, ni se coloca uniforme para actuar.  Más bien deberíamos admitir la prologanción y casi su falta de distinción en su carácter explosivo[vi].

Si algunos han entendido que el reconocimiento es fundamental, y que éste se encuentra luciendo unos zapatos Nike, para conseguirlo pueden hacer cualquier cosa.  En consecuencia, la prioridad de la riqueza y el consumo es la que nos sitúa en un ambiente potencialmente violento. No es el hecho de ser pobre lo que nos acerca a la violencia, sino el haber optado por hacer de la riqueza y el tener el objetivo clave para devenir persona.

En fin, toda explicación debe hacerse desde la perspectiva de lo económico. Quien golpea, quien es golpeado, quien persigue y quien es perseguido, todos son actores movidos sin ningún tipo de libertad por el dios del dinero. La infraestructura económica es indispensable para entender las intenciones más bajas y para criticar la moral burguesa.  Ella considera al pobre como violento, cuando en realidad son ellos, los adinerados, los causantes de la violencia en el mundo, sólo para conservar y aumentar sus bienes.

 
4.Eres violento porque has nacido y crecido en una cultura de violencia.

Hay un argumento que se juega en tu contra: tu padre colombiano. Podemos suponer, según la argumentación culturalista, que la violencia te viene en los genes, ya que los colombianos hemos interiorizado la violencia. Es después de tantos años de conflicto interno, de décadas de guerra civil, agudizados con la Guerra Sucia y el Narcotráfico, que se han constituido las relaciones de los colombianos en la agresivadad. Tú no debes pensar en cómo ser violento, te nace espontáneamente, sin esfuerzos, es un puro comportamiento inmanente.

Sin ser tan trágicos con nuestro lenguaje, podemos entender también como cultura violenta, aquel entorno de valores, relaciones, saberes que, lejos de ubicarse en un autoritarismo pedagógico, navega y favorece un clima de desencuentros, deja entrever claramente la falta de comunicación y de diálogo, entre la escuela y su entorno social. En consecuencia, la idea de fractura cultural entre dos mundos es frecuente en este análisis.

Si la causalidad familiar se soluciona interviniendo con terapia familiar; la personal-histórica con el Psicoanálisis; la social, busca tocar las condiciones que la crean como nuevas políticas; la causalidad cultural debe cambiar los factores que modifican la cultura. Sin embargo, hay un problema con esta última causalidad y es que el cambio cultural supone muchos años de trabajo, además estamos ante un horizonte de explicación al que no estamos acostumbrados. El enfoque cultural, por su novedad y su complejidad provoca un mayor sentimiento de impotencia porque las preguntas parecen caer en un silencio difícil de aceptar: ¿Cómo cambiar una cultura de violencia por una cultura de paz? ¿Cómo resolver los conflictos sin recurrir a la violencia? ¿Cómo crear nuevas formas de relación donde el golpe pase a ser una excepción y no un recurso institucionalizado por el acostumbrado uso colectivo?

Si una cultura se entronca en la historia, cambiarla necesita algo más que una apuesta al futuro, desde el presente, necesita pasado, recorrer camino, adquirir memoria. Por tal motivo, el enfrentamiento de un fenómeno con carácter cultural requiere de objetivos a largo plazo, de escapes a las satisfacciones del instante, de negaciones permanentes a los resultados inmediatos.

Las factores reproductores de la cultura violenta no son fantasmas. Ellos corresponden a la familia, la escuela y la calle. Los gritos, el autoritarismo, los golpes no son la mejor manera de lograr que tú hagas lo que nosotros queremos que hagas; en realidad, no son medios para doblegarte e imponernos, más bien, son la forma como reproducimos el lenguaje de la violencia en ti. ¿Por qué gritas? porque te enseñamos a gritar; ¿por qué golpeas?, porque nosotros lo hemos hecho entre nosotros, contigo y con tu hermano.

Los castigos, las suspensiones, los pescozones, en lugar de estar al servicio de la educación, están al servicio de la reproducción de la violencia. La amenaza a tu cuerpo vulnerable debido a los profesores maltratantes es la mejor manera de eternizar la reducción del otro a los caprichos del más fuerte, y el correspondiente asentamiento de los castigos de la violencia. Siempre que se recurre a un castigo se hace entender que la violencia es la mejor solución para lograr los objetivos que nos trazamos. Además, al anterior tipo de violencia habría que añadir la violencia que hace un sistema educativo con carácter discriminatorio al limitar el acceso a la educación formal, lo mismo que los sistemas de normas y valores que niegan la cultura juvenil y se alejan de sus expectativas. No podemos dejar de mencionar algunas prácticas educativas cargadas de violencia, como la concepción autoritaria de la transmisión de saberes, castigo o humillación como instrumentos pedagógicos, falta de posibilidad de expresión y creatividad por parte del alumno.

¿De qué nos sirve exigirte respeto por el otro, si los diarios están inundados de muertos y la TV te enseña, desde muy temprano, a jugar con la muerte? Ya se ha hecho tan impersonal y cotidiana que su mejor representante son las cifras. Ya no se pregunta: ¿Quiénes? sino ¿Cuántos? En un mundo de muerte, difícil aprender el lenguaje de la paz y del respeto. Pareciera que todo se hubiese dado para que triunfe el más fuerte, el más poderoso, el más adinerado.

La socialización ha sido una de las finalidades de la educación.  No se advierte que los fenómenos de socialización la afectan, de tal manera, que la alejan de sus mejores intenciones. Por tal razón, caemos en cuenta de que no se puede socializar sin contar con los cambios de la sociedad. Son tales los cambios en la sociedad que, hoy en día se nos exige estar más atentos para percibir las transformaciones, anticiparnos a ellas, profundizar en los hechos que están oconteciendo o ya ocurrieron, en particular los efectos que han tenido o están teniendo, sobre los jóvenes, el proceso de modernización y el neoliberalismo.

Las relaciones escuela/sociedad deben de ser reexaminadas dentro de los cambios culturales como son la aparición de una cultura de masas y los desplazamientos de los espacios de socialización. Con la crisis de la modernidad, y en particular de la ética y de la fe en el progreso, bajaron las expectativas de ascensión social por vía de la educación. En cambio, otros medios aparecen ahora más legítimos, entre estos la violencia. Además, frente al mensaje de modernidad transmitido por los medios de comunicación, donde se articula el consumo con la imagen del joven/adolescente, los jóvenes entran en conflicto con los espacios tradicionales de socialización. Ellos buscan un espacio de convivencia donde se puedan expresar y lo encuentran en la calle y en los grupos juveniles (desde el simple grupo de amigos hasta la pandilla) que se convierten en fuertes agentes socializadores (a través de la música, formas de hablar y de interpretar la realidad, consumo de drogas y violencia...). Paralelamente, la familia se ha venido desarticulando. Aumentan las familias monoparentales, la ausencia del padre, el embarazo precoz, el divorcio, etc.  La familia ha perdido su fuerza socializadora y como sustituto se le pide a la escuela nuevas funciones que no alcanza a asumir en términos de socialización. Este desfase entre las expectativas y las prácticas reales de las escuelas, es fuente de incomprensión y conflicto.

En este contexto de desarticulación / reestructuración del proceso de socialización, los jóvenes tratan de adaptar lo que existe a sus necesidades inmediatas. Así, la escuela para ellos toma más sentido como espacio de encuentro entre pares, que por su función de transmisión de saberes, con esto se modifica lo que es la socialización en el espacio de la escuela.

En general, la discusión presente en este campo es la creencia de que la cultura de la violencia trata a todo mundo por igual, dejando de lado todas las diferencias culturales. En efecto, es muy diferente la manera como la violencia afecta al pobre o a los barrios populares que aquella como afecta a los sectores acomodados, a los jóvenes y a los ancianos, a los negros a los indígenas y a los mestizos. La cultura de la violencia se diferencia en cada una de las culturas. Además la causalidad cultural no toma en cuanta los factores estructurales de la violencia.  No todo puede ser reducido a la cultura, la cultura también depende de factores estructurales que son estructurantes de los fenómenos de la violencia.

 

5. Eres violento porque no ha habido un super- yo que sirva de barrera a la violencia fundamental cuya presencia advierte el Psico-análisis.

     Existe en ti una fuerza interior que te lleva a defenderte de las agresiones del medio, un instinto de vida por el que buscas afianzarte en un lugar, en un entorno donde puedas vivir, tener una identidad; una fuerza arrolladora por la que luchas para sobrevivir y vivir, por la que te defiendes cuando te sientes atacado, una fuerza indispensable para crecer. Esta fuerza, que nos habita a todos los humanos, se descarga violentamente cuando no existen barreras internas, cuando nosotros no hemos logrado interiorizar las reglas del convivir, cuando el Super - Yo ha sido tan débil que es imposible retener los impulsos más profundos, lo cual tiende a suceder en una sociedad sin padre, donde la figura masculina se ha desvalorizado tanto hasta el punto de verificar una ausencia desfigurada y amenazante. 

La representación de la ley no se ha dado en determinadas sociedades y esto ha coincidido con la formación de increíbles índices de violencia.  Los Edipos se despliegan de tal manera que hacen simbiosis con la religiosidad popular, siendo correlativos a la deformación de la ley. Los niveles de tu violencia te pertenecen en la medida que nacen de ti, y no son tuyos debido a que el inconsciente es construcción del medio. Que la ley no haya logrado tener un lugar en tu Psique es responsabilidad de la cultura.

Al no haberse dado barreras internas, una de las consecuencias es el destape de personalidades violentas. Cobrar cuentas, insultar, golpear, matar hace parte de lo que pudiéramos llamar: caprichos individuales. Nadie te enseñó la palabra “límites”, nadie colocó fronteras a tus comportamientos, nadie te señaló hasta dónde podías caminar, nada se te prohibió, no hubo detención de impulsos y al no haber nada de esto, todo fue posible, vivir y matar llegaron a ser la misma cosa, imponerse fue construir, empujar fue la ley en la que creciste, destruir fue lo mismo que ser. Cualquier afirmación se dio haciéndote el sordo al “no”, a las negaciones, la afirmación estuvo sobre todas las cosas. 

Las personas que fuimos educados o mal-educados de esta forma nos hicimos invulnerables al dolor del otro, la muerte era una ley necesaria para alcanzar la identidad. Los valores no pasaron de ser letra muerta. Respetar, claro que nos dijeron que había que respetar pero ¿por qué respetar? si en nuestra formación cualquier ley ocupa el lugar de un extranjero. Los valores se nos convirtieron en extraños, raros, poco familiares, demasiado anticuados para nuestros gustos. ¿Por qué respetar si los otros en vez de nuestro respeto, nuestro desprecio se han ganado?. Además, algunos apuntaron a las leyes pero no supieron como interiorizarlas y así nos fuimos quedando con inteligentes convenios, firmas y tratados pero sin actores para cumplirlas o para hacerlas cumplir o porque primero había que matarlos o porque son los otros los que deberían cumplirlos[vii].

Y si no hay interiorización de los valores, de la ley, ¿de qué sirve un Estado coactivo?. Los gobiernos no poseen credibilidad desde el comienzo y no tienen la fuerza suficiente para hacerse respetar. Lo que ellos dicen no deja de ser pura ficción. Ellos perpetúan su debilidad porque son incapaces de construir un Estado que exige abriendo la puerta de una contradicción avergonzante: Decir una cosa y hacer otra. No hay ley que valga sin una interiorización. Lo de afuera depende de lo de adentro. Si bien, el no tener un sistema judicial creíble, refuerza la liberación de explosiva de nuestra agresividad, la suerte está echada desde el principio, a partir de la niñez, todo está dado, es como si el hacer de la vida adulta fuera la repetición deleuziana en un eterno retorno sin final.

La ridicullización de las leyes, de los estamentos gubernamentales, de los sistemas judiciales, provoca una potencialización de la violencia, la justicia por la propia mano pasa a ser un recurso de la impotencia ciudadana. La falta de seriedad en las leyes, su no cumplimiento, hace que se caigan los muros que impedían la implosión de las fuerzas arcaicas. La violencia se hace indistinta, impersonal, sin límites y retorna a su estado arcaico como bien lo señala Girard.

Otro factor para resaltar en la relación entre los aspectos psicológicos y la violencia, lo muestran algunos investigadores colombianos que verifican el fenómeno de sustitución del padre ausente por los héroes de cinema y los jefes de las bandas juveniles, los cuales se han convertido en patrones de identificación de los jóvenes. Y en estos modelos, la violencia se convierte en un elemento de identidad para las pandilla: el número de acciones violentas exitosas es el primer criterio de legitimidad.

 

6.Ya no sabes por qué eres violento.

 ¿Por qué no sospechar de la imposible precisión de las explicaciones de la violencia¿, ¿ Por qué no ver en la violencia un entramado mayor que la simple explicación que divide rápidamente a los actores entre buenos y malos? Una primera consecuencia de tal suspicción es el cuestionamiento: ¿Qué es violencia y qué no es? ¿Hay violencia o violencias? En realidad, son varios los tipos de violencia que aparecen en el escenario educativo. No podemos hablar de una sola forma de violencia o pensar que una forma lo es todo. Por tanto, un primer imperativo es diferenciar las violencias. Tenemos que salir del campo proselitista que nos amarra a un solo tipo de comprensión de la violencia. Como creemos que la violencia política o la violencia económica son las únicas que merecen el apelativo de violencia, en consecuencia, a las otras formas no les damos importancia o las pasamos por alto. La diferenciación de la violencia nos ha llevado a la admisión de estos otros tipos de violencia que, antes omitíamos y a la diversificación de los enfoques. No es una la manera en que se puede hacer violencia contra ti, las agresiones no vienen de un solo lugar, los actores son varios, sus estrategias son diversas, y sus interpretaciones pueden ser varias. En este sentido, no es lo mismo la violencia ejercida contra los niños que la que recae en las niñas; no es igual la violencia que recae en la clases más favorecidas a los tipos de violencia que se pueden constatar en las escuelas de los barrios populares. Las violencias familiares resuenan, dentro del aula, de manera distinta, de acuerdo a la permeabilidad del educador o a la pedagogía que se implemente. Las violencias pueden ir fusionadas con prejuicios de raza o de sexo, así, se agudiza la discriminación y se complejiza[viii].

El nuevo enfoque de la complejidad es todo un desafío para acádemicos, políticos y pedagogos. Ya no hay una sola causa, la multicausalidad toma la posta.  Es una gran ficción, el pretender explicar un fenómeno aferrándose a una causa. La violencia no la provoca sólo el problema político, o sólo el problema económico. La violencia tiene también raíces psicológicas, familiares, culturales, artísticas, etc. Las antiguas explicaciones pierden su patrimonio absolutista. Hay otras explicaciones tan importantes como las anteriores. Ya no hay nadie que pueda creerse como el poseedor de la voz cantante. Todo vale porque todo es relativo y en cualquier cosa es posible preguntar por el todo. De los discursos políticos hemos pasado a los consensos multidisciplinares. A quienes permanecían marginados, por ser vistos como pequeños burgueses, con ideologías al servicio de la dominación, se les pide que digan lo que piensan porque lo mío no es la verdad absoluta, pero tampoco es pura basura.

El avance en la comprensión de la violencia no está en una buena teoría, no está en su acierto, o en tener un buen marco teórico. Dar pasos firmes es visualizar la violencia desde el plano pluridisciplinar. Es indispensable preguntarle a las diferentes disciplinas sobre lo que piensan sobre el fenómeno. No es un “progreso” porque se tengan más visiones o porque, ingenuamente creamos que se alcance la completitud con otros puntos de vista, sino porque vamos logrando una visión interrelacionar o inter - disciplinar que saca a los antiguos puntos de vista de la arbitrariedad. Ver el fenómeno desde distintos puntos  de vista es lograr  una visión más completa del fenómeno sin alcanzar la totalidad, es, de hecho, contar con más actores y no contentarnos con el simplismo de la única respuesta, del único camino o de la única receta.

Las partes están en el todo y el todo está en las partes; las visiones se interrelacionan no por snobismo sino por realidad. Es fácil encontrar en la economía las causas de tipo político, las razones antropológicas, las tendencias psicológicas. Es normal que dentro de las visiones psicológicas de un fenómeno, encontremos variables que pertenecen a otras ciencias. La hologramía no es una opción , es una condición en la que siempre ha existido la realidad. Los golpes que recibes de vez en cuando, están condicionados por las estructuras políticas, por  la niñez vivida de quienes te golpean, por la cultura permisiva en la que vives, por todo y muchas otras cosas más. La permisividad a las explicaciones de otras ciencias se valida para tratar de buscar consensos; las acciones se multiplican, al multiplicarse la causalidad y pueden disminuir los esfuerzos porque las acciones se interrelacionan. Desde diferentes puntos se puede tratar la violencia. Y al final sólo queda la violencia o la sensación de que la violencia no se ha ido, pero nos permanece un agradable sabor al entenderle hoy, mejor que antes.

Las causas ya no se pueden separar tanto. El profesor violento no lo es por ser un perseguido político y después por una niñez conocida entre confesionarios, de golpes y atropellos. No, él es violento por las dos razones anteriores y muchas más, porque la una influye en la otra, para potenciarla o para inhibirla, para permitirla o, definitivamente, derrocarla. Ya no podemos separar las causas hasta el punto de creer que la violencia que me hace el otro en realidad no es otro quien me la hace, y mucho menos llegar a creer que ya no es violencia[ix]. La violencia  del otro tiene causas y sus causas se convirtieron en efectos porque como pensaba Pascal, “no hay causa sin efecto y ni efecto sin causa”. Las razones conscientes o inconscientes que nos movieron a actuar jugaron un papel condicionante o determinante en el objeto de nuestra acción y el entorno también nos colocó en la situación de efectos de esas situaciones; aquello que nos hizo, nosotros lo reproducimos haciéndolo, y aquello que hicimos finalizó por hacernos.

La complejidad de la violencia, parece un juego de azar debido a que la interrelacionalidad destruye lo lineal de las preguntas y de las respuestas. Ya no es cambiando las condiciones económicas como, únicamente puedes cambiar una sociedad, también la puedes modificar al influir en sus valores, en sus gustos, al administrar sus placeres, al regular sus palabras. En realidad, y no hablamos de realidad virtual, por si acaso, todo puede pasar y nada puede pasar y a esto tenemos que apostarle.

La a verdad, es que se nos ha cruzado lo privado con lo público. Para los especialistas ya no es tan clara la separación entre la violencia privada y la violencia pública. Difícil, por no decir imposible, determinar donde termina lo privado y comienza lo público y menos cuando la sociedad se ha psicologizado de tal manera que los fenómenos más angustiantes tienden a banalizarse al exigirles adoptar la posición del diván propio del psicoanalista. Resulta ser que lo más privado es tan público que lo público no existiría sin lo privado[x].

La interrelacionalidad es una mezcla con muchos elementos, interferidos, y en interacción. Las famosas distinciones que separaban los fenómenos son un completo absurdo. Aunque no todo sea la misma cosa, en todo encontramos al todo. Si antes se podían hacer las distinciones entre violencias organizadas y violencias no organizadas o entre violencias políticas y violencias no - políticas, o entre violencias sociales y violencias no sociales, resulta que sí es posible distinguirlas pero no es posible aislarlas, ya que al hacerlo se nos pierden del horizonte de comprensión. Las violencias, aunque se distingan las unas de las otras, se hallan interrelacionadas por mallas, a veces, casi imperceptibles, que se juntan, potenciándose mutuamente. Así, la violencia desorganizada -delincuencial la podemos ubicar con actores diferentes pero tan dependientes, como reales, de grupos organizados o, en ciertos casos, de violencias organizadas que ya fueron desmanteladas[xi].

Dentro del horizonte de la complejidad no se pueden detectar los buenos y los malos como en las viejas películas del oeste americano. Las actores son más plurivalentes que antes, diríamos, profundamente contradictorios. Alguien puede ser responsable y víctima, productor y producto, causa y efecto[xii]. Los espacios y agentes de socialización como la familia, la escuela, la Iglesia, y los medios de comunicación bien podrían ser influenciados por las formas macrosociales de violencia o, contrariamente concebirse como generadores de la misma, o ambos a la vez, alimentados, retro - alimentados y en una inter-acción dentro de una circularidad en bucle. En tal sentido, desde ahora podemos preguntarle a la escuela si ella contribuye con sus formas de socialización en la reproducción de la violencia, y no seguir viéndola como una simple víctima de la violencia social. Ya no podemos, rápidamente, echarle la culpa a los demás o tampoco creer que todo depende de nosotros. El virus se expande por otros y  sin nosotros pero siempre a través de nosotros o con nosotros en el medio. La exterioridad del medio y la interioridad del sujeto entran en una convivencia co-responsable. Los horizontes a medida que se amplían, paradójicamente, comienzan a hacer parte de nuestras cosas-a-la-mano. Nos está prohibido seguir viendo las cosas desde lejos o como se acostumbra a decir, los toros desde la barrera. Por tal motivo, a la escuela aunque no sea la directa responsable de la violencia, siempre se le podrá preguntar qué esta haciendo frente a ella: O prepara personas para formar un ambiente democrático o las habitúa en la resolución de conflictos a través de agresiones y violencias.

 

BIBLIOGRAFIA:

 

_ ORTIZ SARMIENTO, Carlos Miguel, “Los estudios sobre la violencia en Colombia de 1960 a 1990”, en Revista de la Universidad de Antioquia, No 228, Abril-Junio 1992.

_ VARGAS VELASQUEZ, Alejo, Violencia en la vida cotidiana, en: Violencia en la Región Andina. El caso Colombiano, CINEP-APEP, Santafé de Bogotá: 1994.

_ PÉCAUT, Daniel, “De la banalité de la violence à la terreur : le cas colombien”, déc. 1996.

_COMISION DE ESTUDIOS SOBRE LA VIOLENCIA. "Colombia: Violencia y Democracia", Informe presentado al Ministerio de Gobierno, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá: 1987.

_ MICHAUD, Yves. "La violence", Presses Universitaires de France, 2 Edition, París: 1988. Citado por: VARGAS VELASQUEZ.

_ Constanza Ardila, La Cosecha de la ira, CEDAVIDA, Bogotá, 1996.

_ Rodrigo PARRA, La escuela violenta, y otros libros, Fundación FES, Bogotá, 1992.

_ PEREZ, Diego y MEJIA, Marco Raúl, De calles, parches, galladas y escuelas, CINEP, Bogotá, 1996.

_ CINEP, “Escuela para la paz, los derechos humanos y la democracia”. Manuscrito privado del proyecto y del CINEP

_ PARRA SANDOVAL, Rodrigo. Escuela y modernidad en Colombia. La escuela rural. Fundación FES, Fundación Restrepo Barco, Colciencias, Idep y Tercer Mundo Editores, Santafé de Bogotá: Marzo de 1996.

_ MUSGROVE, Frank. Familia, educación y sociedad, Verbo Divino, Pamplona-España: 1975.

_ TORRES, Alfonso “Enfoques cualitativos y participativos en investigación social. Aprender a investigar en comunidad II”. Unisur: 1995

 



[1] Ponecia presentada en el auditorio de psicología de la Universidad Católica del Ecuador en el marco de las jornadas de Psicología, 1995



[i]Carlos Ortíz_ señala que hasta los años sesenta, y en el contexto histórico de la Violencia, los estudios fueron caracterizados por enfoques partidistas, puntos de vista morales e intolerancia maniquea (los buenos y los malos).

[ii]Los enfoques marxistas analizan la violencia política como una consecuencia de la lucha entre los campesinos y obreros proletariados, y el Estado, representante de la clase dominante

[iii]En los años setenta, el vacío de la sociología colombiana fue asumido por explicaciones de politólogos norteamericanos (Vernon, Lee Fluharty, Paul Oquist...). Su aporte principal fue incluir el análisis del Estado y de la relación Estado-nación, junto con el de la violencia

[iv]Autores como Carlos Miguel Ortíz o Daniel Pécaut representan enfoques pluridimensionales en los que la historia y la especificidad del Estado colombiano son estudiados como los principales factores de la violencia política.

[v]Pécaut D., González F., Ortíz C., Guzmán G. recorren la historia de la formación de la nación colombiana y muestran que no su formación no se pudo acordar sobre unos principios de identidad común, que permitiesen la convivencia. El poder y la legitimidad del Estado señalan una ausencia de una cultura participativa. La violencia se va ir concretizando en la lucha por el poder y la "privatización de lo público".

[vi]A comienzos de los ochenta abundaron los autores que haciendo énfasis en factores socioeconómicos de la violencia, establecieron una relación pobreza-frustración-violencia. Sin embargo, estudios más recientes mostraron los límites de este tipo de factores, subrayando por ejemplo que los barrios más violentos no son los más pobres.

[vii]La psicoanalista Alice Miller habla de la influencia de la escuela en la reproducción de esquemas mentales de violencia en la educación familiar. Tal influencia acontece a través de la “pedagogía negra” como aquella forma de enseñar que recurre a la represión, al castigo físico, la prohibición de la expresión de sentimientos o emociones, la represión del juego, la asimilación habitual entre violencia y coraje y la idea de “hacerse respetar”.

[viii]Es a partir de finales de los 80, con libros como el de E. Zuleta Colombia, violencia y democracia, y de A. Camacho y A. Guzmán Colombia, ciudad y violencia, se empiezan a estudiar “las violencias” y sus dimensiones económica (relacionada con el narcotráfico), urbana, familiar...Paralelamente, se diversifican los enfoques al analizar el fenómeno de la violencia en Colombia.

[ix]El medio social no es el único responsable de una violencia, hay otras variables que lo detonan. Cuando hablamos de violencia social podemos señalar el barrio, la famila y la aparción de los valores consumistas y el dinero fácil. Existe una literatura importante sobre el tema de la violencia juvenil en los barrios - Pérez y Mejía, Salazar, Parra Sandoval., Unda Pilar.- donde se analiza el fenómeno de las bandas, pandillas, milicias populares, sicariato. Los autores suelen indicar como elementos de explicación, entre otros, la correlación entre una desarticulación de las estructuras sociales, con la quiebra de los valores éticos tradicionales, y la aparición de valores consumistas y de dinero fácil.

[x]Categorías como la de violencia pública (violencia socio-política, contra el poder, desde el poder, guerras civiles, terrorismo) y violencia privada (la otra, que tiene que ver con lo cotidiano, la familia, la calle...) ya no aparecen tan claras o posibles de estudiar de manera separada

[xi]Así mismo, Daniel Pécaut cuestiona las distinciones violencia política / violencia no política, o entre violencia organizada y violencia desorganizada (dificultad de definir una frontera de lo político, heterogeneidad y multidimensionalidad de los actores de la violencia....). Según este autor, violencia organizada y violencia desorganizada están entremezcladas, lo que crea una situación de violencia generalizada_.

[xii] Por ejemplo la teoría de Vargas Velásquez_ asume que la violencia en la escuela es a la vez causa y efecto de la violencia que se genera a nivel extra-escolar. Efecto, como resultado de los patrones sociales de intolerancia y coerción; pero también causa derivada de los métodos pedagógicos y formas de relaciones entre los actores, basadas en la verticalidad y jerarquización.


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