¿Es
posible pensar la muerte? ¿Cómo pensar algo que solo puede ser experimentable
en los otros y no en nosotros mismos? Hablar de ella como experiencia es, en
sentido estricto, no poder hablar? En realidad, pensar la muerte es pensar lo
no experimentable sino por otros. El hablar sobre la muerte, por lo tanto,
nunca puede ser un acto íntimo, porque no puede ser lo vivido, ni es personal
por más que queramos, o que así lo
sintamos. En cierta forma, el hablar sobre la muerte es siempre un acto ajeno,
es algo que no corresponde, una ficción no por el dato indiscutible sino porque
el saber sobre ella no viene de la experiencia de sí, sino de la experiencia de
otro. Entonces, el discurso sobre la muerte tiende a ser ajeno, prestado, empeñado,
carente de originalidad por imposibilidad en todo el sentido del término. Todo
discurso sobre la muerte es por naturaleza, algo extraño, un discurso
inoportuno, no porque nadie quiera hablar de ella sino porque no tiene lugar,
sin fecha, no tiene pasado encarnado, ni existe como experiencia íntima.
También
podemos querer pensar la muerte por afección. La muerte nos afecta, la muerte
del otro cercano, del próximo amado, la catalogo como mi muerte cuando en
realidad no lo es, ni lo puede ser. No conozco la muerte del otro, lo que
experimento es su afección en mí. La afección de la muerte es mi afección
mientras que la muerte del otro es su muerte. La afección es el patrimonio de
lo que acaece con el otro.
La
afección de la muerte es tragedia amortiguada con relatos de esperanza o de
reencarnación, o quizás también con la aceptación de la nada. La muerte afecta,
afecciona, inflige, y su efecto no desaparece con el aplazamiento de la
pregunta o con la profundidad de una reflexión, tampoco se desvanece totalmente
con la contabilidad numérica del historiador o del cine plagado de muertos por
la sustitución de la muerte. La muerte como contabilidad es símbolo de
impresión, de horror. La muerte afecta a los que vivimos, a los que quedamos
porque se experimenta como perdida. Su horror es ese trasfondo que convierte
que hace de todo juicio histórico un juicio también moral (Paul Ricouer,
MEMOIRE, OUBLI ET HISTOIRE)
La
afección es interpretada de muchas maneras o existen muchos niveles que
relativizan la afección de la muerte. El héroe es afectado de una manera muy
particular. Morir por la patria, por las causas, nobles o hasta estúpidas, no
es morir, o es morir con triunfo. La tragedia se desvanece. El recuerdo no es
el de su muerte, es el de su vida ejemplar en hechos tal vez fundacionales. El
héroe ridiculiza la tragedia lo cual no quita que nosotros podamos ridiculizar
al héroe y la trivialización que hace de la muerte, su temeridad encubridora y
su cobardía ligera.
Del mismo
modo, el mártir, el asceta, el santo, todos ellos son personajes que cuestionan
la afectación de la muerte. De esta afección podemos mencionar el don, como
algo radicalmente distinto, de lo que hablaremos más adelante. La muerte como
don es absolutamente contraria a la muerte como tragedia, como hecho
inevitable, dolor insalvable, situación insoslayable.
Retomando
nuestra pregunta inicial, la muerte solo puede ser pensada como muerte de otro
y como realidad que afecta en con su doble faz: por su relativización o por su
tragedia o don. Luego las posibles respuestas a la pregunta sobre la muerte no
pueden ser encontradas adentro a la manera de la mayéutica socrática. Su búsqueda es totalmente exterior. Luego, el
pensar la muerte es pensar lo impensado como algo que no puede ser primero experimentado.
Es pensar la afección sabiendo que eso no es la muerte sino la incidencia de la
ella en mí. En realidad, la muerte no puede ser pensada sino como algo que
piensa el dato que pertenece al tiempo, como un hecho que esta de forma segura
pero sin historial, solo como huella. Porque la muerte solo existe así, sin
lazos, sin preámbulos, es un discurso sin introito, sin prefacio ni prologo.
Si estas
son las dos maneras como puede ser pensada, -la afección y la muerte del otro-
entonces, quiere decir que la muerte no puede ser pensada sino a la manera que
se piensa el dato que pertenece al tiempo, como sentido. La muerte es pensada
como interpretación, como sentido, como muerte del otro y del otro para mí. El
sentido es aquello que abre el dato. Normalmente nosotros creemos que el pasado
es lo que esta cerrado y el futuro es lo que se abre, pues no, hablar de
sentido es hablar de la posibilidad de apertura del pasado en la interpretación
que no es la explicación.
Por lo
tanto, el pensar de la muerte es un imposible desde la experiencia del hecho y
solo posibilidad como sentido.
Desde
esta perspectiva, quiero meterme en una pequeña reflexión de la muerte desde
tres instantes de sentido, que considero, marcan la cultura y el pensamiento
occidental: el primero de ellos tiene que ver con la muerte como consecuencia
de... y realización por...de Sócrates, el segundo con el ser para la muerte de
Heidegger y el tercero, con la muerte como lo sin respuesta de Levinas, dicho a
la manera de eco, en el adios a Levinas
pronunciado por Derrida en diciembre de 1999 para finalizar con algunas
conclusiones.
Primero: la muerte en relación con la vida
La muerte
es la consecuencia de una vida, es le termino de una fase y el comienzo de algo
totalmente nuevo. En consecuencia, el tipo de muerte dice del tipo de vida. La
muerte es el punto de la significación como en Sartre, donde la muerte es lo
único que puede definir, antes no se puede responder a la pregunta del ser en
su aspecto definitivo.
Sócrates:
“Qué cosa más extraña, amigos, parece eso que los hombres llaman placer, Cuán
sorprendentemente está unido a lo que semeja su contrario: el dolor. Los dos a
la vez no quieren presentarse en el hombre, pero si se sigue al uno y se le
coge, casi siempre queda uno obligado a coger también al otro”
La muerte
es la constatación de lo ineludible, no puede ser aplazada, ni suprimida, y
desde esta perspectiva un escándalo total. Es el enfrentamiento final, una
realidad de la que no merecería ni siquiera ser pensada. La muerte es la
inevitable. Por tanto, la muerte nunca es noticia. Todos morimos y basta, solo
que no sabemos cuando.
Para
Sócrates, está ahí, confundida entre el placer y la vida. Por eso, siempre debe
ser tomada, cogida, aunque lo que desearíamos fuera la vida. Nadie la escoge,
ella nos escoge a nosotros. En realidad, vivimos en el reino de la mortalidad
deseando vivir en la inmortalidad. Heráclito dijo en un famoso verso: Morir de
vida y vivir de muerte como si todo momento de vida supone la muerte o como si
toda muerte fuera un momento de vida. Eros y Tanatos unidos en un mismo ser que
se convierte en el placer mas sórdido o en el dolor mas insoportable. Es como
si la vida se pareciera atravesada por la indefinible frontera de la muerte y
de la vida.
Sócrates:
“cuando se entiende la muerte, los filósofos están dispuestos a morir”
Cebes:
“Sócrates, lo lógico es que a los sensatos es a quienes cuadra sentir enojo por
morir; a los insensatos, en cambio, alegría”
La muerte
no debe ser rechazada por el hombre justo. Es un triunfo para el que vive en la
justicia y la verdad. Morir por justicia es no morir. La muerte es un regalo,
un don para aquel que ha hecho las cosas bien. Y el don no es aquello que viene
de nosotros mismos, es algo que se da, viene de otros, jamás de sí mismos. La
sensatez en compatible con la muerte no porque siempre se pueda morir por ser
sensato, también la muerte puede venir por estupidez. Si no que cuando a la
muerte se llega desde la sensatez, la tragedia se apacigua.
Sócrates:
“tengo la esperanza de que hay algo reservado a los muertos, y como se dice
desde antiguo, mucho mejor para los buenos que para los malos”
La muerte
no es el final, es el momento de la recompensa, de cobrar por la deuda en la
que se vive. Es el instante de recibir algo por ser buenos porque no siempre y
mejor que así lo sea, se recibe para por vivir en el bien. Por el contrario,
muchos males pueden venir. En este caso, no hay problema en enfrentar la
muerte, de ahí, la respuesta de Sócrates:
“Qué
cuide tan sólo de preparar su veneno para darme doble dosis, o triple incluso,
si es preciso”.
La muerte
pierde su valor trágico, se banaliza y más bien se le recibe con beneplácito.
Esta
corriente es la que conocemos en el cristianismo. Es casi como si la muerte no
existiera y no fuera más que una mentira.
Segundo: el ser para la muerte de Heidegger
El cuidado de sí vive
lejos de constituirse en totalidad absoluta. El ser es incompleto porque de
hecho vive como posibilidad, vive en estado de inconcluso, en la preocupación
que es una anticipación de lo que todavía no es. Nunca puede ser totalizado. Su
característica fundamental es la no-totalización y la muerte es lo único que
cierra el ciclo del no poder ser. Pero el morir no totaliza sino que más bien
deja de ser y ya no es más. Por tal motivo, una nunca puede tomar el ser total
del hombre. No obstante, la totalidad existencia del hombre es captable
aprendiendo la unidad de las dimensiones del ser humano como poder ser. Captar
la totalidad existencial consiste en aprehender la unidad de las posibilidades
del Dasein. Esa unidad se le capta a través de la exégesis existencial del de
la muerte.
Es aquí donde aparece la
muerte como la posibilidad más peculiar, como la posibilidad de posibilidades.
“La muerte es la posibilidad de imposibilidad de ulterior existencia, la
necesaria posibilidad de acabamiento humano, es lo más propio, absoluto,
insuperable, cierto e indeterminado”
Toda existencia es
inacabada. La muerte da final al inacabamiento del ser. El hombre termina nihilizado
por la muerte. El inacabado del ser se muestra como un ser poder ser, es decir,
como posibilidad. El dasein, por lo tanto nunca puede ser captado como un todo.
La muerte es la
posibilidad de la imposibilidad de toda otra posibilidad. La muerte es la
posibilidad insuperable, puesto que ir más allá de la nada es imposible. La
muerte es la posibilidad sublime porque determina toda otra posiblidad como
coyuntural y secundaria. Toda posibilidad del dasein tiene en la muerte su
principal referente.
La muerte se manifiesta
como la más auténtica por no se experimentable, esto la hace una posibilidad
eternamente posible puesto que nunca se le podrá captar como un hecho concreto.
La muerte es la posibilidad más segura y cierta que envuelve todo el dasein.
La muerte es el único
existenciario del dasein que lo mantiene permanentemente en su propia forma de
ser, y por tanto, lo distingue del modo de ser de las demás entes. Solo el
hombre puede morir, solo él tiene la posibilidad de ser. La muerte es lo más propio
del hombre y es aquello que lo identifica.
Cuando el dasein entiende
que es ante todo ser para la muerte adviene la angustia y busca refugio en el
mundo, por el terror de ser el mismo ser para la muerte se refugia en el
impersonal se. Es la defensa ante la posibilidad de ser nihilizado, dado que el
hombre en es en sí mismo preocupación por su ser. El ser se manifiesta como un
modo de ser inauténtico. El dasein queda enajenado y aplacado en una actitud
escapista de su propia realidad.
Asumir la muerte del modo
más auténtico significa el reconocimiento por parte del dasein de la muerte
como posibilidad más propia
Tercero: La muerte como lo sin respuesta
Hablar para mí es una
indecencia, el discurso viene del otro y regresa al otro. La ocupación de la
palabra en sí misma es una desviación de nuestra ley. Hablamos al otro, nos
dirigimos al otro, antes de hablar al otro existe la dirección, antes de
cualquier contenido. Saludamos, antes de recordar lo de él, es la rectitud. La
rectitud es la urgencia de la destinación que conduce al otro, es una inocencia
sin ingenuidad, es una rectitud sin necedad. Rectitud absoluta que es también
rectitud absoluta de sí. El otro comienza la crítica y la termina, y su mirada
me pone en cuestión.
La responsabilidad es
ilimitada, desborda y precede mi libertad, la de un sí-incondicionado, es un sí
más antiguo que la espontaneidad ingenua, un si que concuerda con esa rectitud
que es fidelidad original respecto a la alianza indisoluble. Es la rectitud
extrema del rostro del prójimo como una rectitud de una exposición a la muerte
sin defensa.
La reflexión sobre el otro
es una reflexión sobre lo que orienta hacia la filosofía, sobre la ética, hacia
otro pensamiento de la ética, de la responsabilidad, de la justicia, del estado,
hacia otro pensamiento del otro, hacia un pensamiento más nuevo que tantas
novedades porque se orienta hacia la anterioridad absoluta del rostro del otro
y eso cambia todo.
El rostro del otro es la
ética, antes y más allá de la ontología del estado, de la política, pero lo más
allá de la ética es la santidad del otro que es más santo que una tierra santa.
A la muerte del otro damos
una respuesta en la no-respuesta pero una respuesta que no terminará jamás para
mí. La muerte del otro es la no respuesta. Ella es lo sin respuesta, es el fin
de una partida sin retorno. Es un escándalo de no respuesta y de mi
responsabilidad.
La muerte no es el
aniquilamiento, el no ser o la nada. La muerte es la experiencia para el que
sobrevive de lo sin respuesta. En lugar de ser paso a la nada, es el paso a
otra experiencia distinta. “Identificar la muerte con la nada, eso es lo que le
gustaría al asesino”
La nada se presenta como
una especie de prohibición o imposibilidad: no matarás”. La sin respuesta de la muerte es inderivable, primordial. Es
la cuestión por excelencia por encima del ser o no-ser.
Todos somos culpables con
la muerte del otro y si no somos los asesinos se trata de una culpabilidad sin
culpa, ni deuda, de una responsabilidad confiada.
Expresarse en la desnudez
en colocarse bajo la responsabilidad del otro y colocarse bajo la
responsabilidad del otro es comenzar a respondes. La muerte es la emoción
absoluta. El otro que se expresa se muestra, se asocia, es alguien que me es
confiado. El otro me individua en la responsabilidad que yo tengo de él. La
muerte, muerte del otro que me afecta en mi identidad misma de yo responsable,
hecha de indecible responsabilidad. Es esta mi afección por la muerte del otro,
mi relación con su muerte. Por tal motivo, yo vivo frente a la muerte, una
culpabilidad de superviviente.
La relación con la muerte
es una excepción, es una emoción, un movimiento, una inquietud en lo
desconocido. Desconocido no es le limite con el conocimiento, es el elemento de
la amistad, o de la hospitalidad para con la trascendencia del extranjero, la
distancia infinita del otro. Desconocido es la amistad misma del amigo.
En la muerte la separación
es todavía más infinita, es la separación primera, la interrupción desgarradora
en el seno de la interrupción misma. La separación nos hace vivir temerosos el
acontecimiento de la desaparición, lo sin respuesta del otro.
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